29.6.22

Como a ti mismo

¡Nuevo episodio del podcast El espejo!

Bienvenido a este podcast mensual en el que deseo compartir experiencias y aprendizajes que han sido decisivos  para estar a gusto conmigo y con la vida. En este episodio te hablo de un cambio de enfoque que marcó un antes y un después en mi forma de tratarme y de tratar a las personas

Como coach, acompaño a personas en el proceso de conectar consigo mismas y ser fieles a aquello con lo que conectan, es decir, a su esencia. 


  

Si te gusta lo que escuchas, házmelo saber, suscríbete al canal o escribe un comentario. 


Si al escucharlo sientes que puede ayudar a alguien, compártelo en tus redes. 
¡Mil gracias! 💞 

 


Sea cual sea el momento de tu vida en el que te encuentras, si necesitas un espejo en el que mirarte y mayor confianza para dar un paso más, cuenta conmigo.

📧mos@mentor.es 📲+34 661 631 972 🗺️ C/Provenza 214 8º 2ª Barcelona (Presenciales Martes, jueves y viernes)

 

Puedes seguirme y contactar conmigo en mis RRSS: InstagramFacebook o LinkedIn  🔗 y en mi canal de YouTube


23.6.22

"Luego" puede no llegar nunca


Vivimos en una ficción: creemos que esto va a durar para siempre. Pero no me refiero solo a nuestra existencia, sino a cada momento. Cada instante es un espacio en blanco y de nosotros depende llenarlo o no. Aprovecharlo o dejarlo pasar.
Cada vez que tengo una idea y me digo “ya la concretaré” la almaceno en un lugar en el que empieza a morir. Cada vez que siento el impulso de hacer un gesto y me digo “no es el momento” dejo de expresar una realidad y por lo tanto de alimentarla. Cada vez que deseo de decir algo y pienso “ya se lo diré” y me callo, dejo de transmitir lo que mi alma anhela comunicar, y tal vez lo que otra persona necesita oír. Ese momento no volverá. 

¿Y si no hay un luego?

Se hizo esta pregunta una persona en un grupo de duelo. Había perdido a su marido y de un día para otro ya no hubo luego para ella. Reconoció infinidad de momentos que podrían haber estado más llenos. Vivir plenamente el presente es no desperdiciar la energía de cada instante, es intuir con antelación de qué te vas a arrepentir si no lo haces YA. Ese beso que no has dado antes de irte de casa, ese mensaje que no has escrito cuando pensaste en esa persona… infinidad de pequeñas cosa que omitimos por ignorancia, inconciencia o pereza. No me refiero a cumplir obligaciones, sino a hacer caso al corazón. Porque ese beso que das antes de irte, ese mensaje que escribes cuando así lo sientes, eso que haces porque no te das tiempo a ti misma de pensarlo dos veces da sentido a todo lo demás. Vas construyendo una vida plena, cuando das a cada momento su dosis de inspiración, de acción de amor. 

Luego es cualquier momento menos ahora. Pertenece al futuro. Dejar para luego es condenar el ahora al vacío.

A veces estamos tan ocupados “cumpliendo” con nuestro deber que no nos queda tiempo para amar. Nos queremos pero no hacemos gestos de cariño, no nos decimos palabras de afecto, no nos quedan fuerzas para demostrar nuestro amor en la práctica. Lo sentimos, pero estamos cansados de tanto cumplir con las responsabilidades y con las expectativas de los demás.  Y posponemos la expresión de ese cariño a la espera de estar más “frescos”, más enérgicos, de mejor humor. Olvidamos que eso que no hacemos probablemente nos regeneraría por dentro, tanto al que da como al que recibe porque esa es la única gasolina que necesitamos.

Estamos tan desbordados por nuestros deberes que olvidamos el derecho a amar y a ser amados. Nos imponemos tantas obligaciones para conseguir nuestras metas que aparcamos sin darnos cuenta el motor de nuestras vidas.

¿Te tomas tiempo para sentir, expresar agradecer, disfrutar?

¿O saltas de obligación en obligación? 🔗¿Estas criando a tus hijos desde la responsabilidad o desde el amor?

Cuando decimos “ya lo haré en otro momento” es porque no consideramos que eso que posponemos sea importante. Que pueda esperar no significa que no sea imprescindible. No esperes a que sea la muerte la que te enseñe a priorizar.

Marita Osés

22 junio 2022


Sea cual sea el momento de tu vida en el que te encuentras, si necesitas un espejo en el que mirarte y mayor confianza para dar un paso más, cuenta conmigo.

📧mos@mentor.es 📲+34 661 631 972 🗺️ C/Provenza 214 8º 2ª Barcelona (Presenciales Martes, jueves y viernes)

Puedes seguirme y contactar conmigo en mis redes sociales: InstagramFacebook o LinkedIn  o escuchar mi nuevo podcast 🎙️ 🙏


15.6.22

Una cosa es empatizar con alguien y otra responsabilizarse de sus emociones

Elisa solo se va a montar a caballo si sabe con certeza que su novio tiene un plan ese día. Si no, ni se lo plantea, a pesar de que es una de sus aficiones favoritas y le sienta muy bien.

Le pregunto por qué y ni siquiera es porque prefiera estar con él, sino porque, si lo hace, teme que él piense que no es una prioridad para ella.

En sentido inverso no ocurre lo mismo. Él hace sus planes y se los comenta, sin que se le pase por la cabeza que ella va a sentirse poco importante para él por el hecho de que se vaya a jugar a fútbol.

El temor de Elisa la hace responsabilizarse de lo que su novio pueda sentir. Mejor dicho, de lo que “ella imagina” que sentirá él, y es esa creencia lo que determina su acción. Su brújula para hacer una cosa u otra está fuera de ella, no dentro. 

Cada vez que me responsabilizo de las emociones de la persona que tengo a mi lado sea pareja, amiga, familiar (o incluso un desconocido… “qué va a pensar esa persona si me ve haciendo esto”) y me comporto en función de ellas, en lugar de actuar conforme a lo que siento y quiero de verdad me alejo de mí y, si lo hago continuamente…me pierdo.  Y dejo de dar elementos a las personas que se relacionan conmigo para que me conozcan, puesto que me defino teniéndolas en cuenta a ellas, no a mí. Es posible que acaben teniendo una idea equivocada de quien soy. Y aun peor, puede que yo misma acabe no sabiendo lo que realmente quiero, a fuerza de renunciar a empatizar conmigo. Al mismo tiempo, cuando me responsabilizo de las emociones ajenas, me parece que tengo que hacer algo con ellas, como si yo fuera su dueña, y lo único que puedo hacer es aceptar que son como son y que el único que puede y debe hacer algo con ellas es la persona en cuyo interior se originan. Cuando más me cargue yo con ellas, menos se responsabilizará la persona que las experimenta.

El colmo del hábito de responsabilizarse de las emociones ajenas es creer que soy responsable de la felicidad de alguien.

Significa atribuirse un protagonismo desproporcionado en la vida del otro e ignorar una serie de elementos internos que tienen un peso decisivo en su sentimiento de felicidad o infelicidad. Aunque se trate de tu pareja, no solo es injusto cargarte con esta responsabilidad, es poco realista. Porque antes de encontrarse contigo esta persona ya ha construido una estructura interna y unas creencias que filtran su forma de percibir la vida y es precisamente esa percepción de la realidad lo que nos hace felices o infelices. Entre responsabilizarse y culparse hay una línea muy fina. 

Que la actuación o las palabras de alguien desencadenen una reacción en mí, no significa que esa persona sea responsable de mi reacción. En todo caso es el detonante, pero la responsable de mis actos soy yo. Yo elijo entre un abanico de posibilidades, aunque no me dé cuenta. Puedo haber actuado condicionada por mi inconsciente o por mis patrones adquiridos, pero eso no me da derecho a culpar al otro. Cada vez que culpo al otro, pierdo una oportunidad de conocer qué patrones he ido construyendo dentro de mí que no me dejan ser libre y me hacen reaccionar en lugar de responder.

Abandonar la creencia de que soy responsable de lo que siente el otro (o que el otro es responsable de lo que yo siento) no es fácil porque implica renunciar al protagonismo que creemos (y necesitamos) tener en la vida de las personas y, a sensu contrario, renunciar también a culpar a nadie de nuestras reacciones. Implica reconocer que no somos ni tan importantes ni tan decisivos, y aceptar que ellos tampoco lo son. El máximo responsable es cada uno y si no lo asumimos nos pasaremos la vida buscando afuera culpables de algo que tiene su principio y su fin en nuestro interior. Cuando sintamos la tentación de responsabilizarnos de la reacción del otro o de responsabilizar al otro de la nuestra, vale la pena respirar hondo para darnos tiempo de frenar ese impulso y poner distancia momentáneamente entre ambos. En un acto de honestidad con un@ mism@, detenerse a preguntarnos:

“¿Tiene esto que ver conmigo o con la otra persona?”

Es más fácil pensar “me ha puesto nervios@”, que “como venía nerviosa@, he saltado a lo que me ha parecido una provocación”.  No es lo mismo: “me apunto a este plan porque si no, se enfadarán” que “no voy porque estoy cansada”. En el primer caso me hago responsable de su enfado. En el segundo, si se enfadan es cosa suya, no mía. Tiene que ver con cómo perciben o interpretan mi ausencia, no con lo que siento hacia estas personas. Empatizar con ellas será comprender que puedan hacer una interpretación errónea de mi acción. Responsabilizarme sería sentirme culpable de su enfado. Una cosa es que me sepa mal, otra que me cargue con la culpa por esa reacción.

Si aprendemos a discernir lo que nos pertenece y lo que no, constataremos que hay patrones que se repiten, y ello nos ayudará a descubrir cuál es nuestra herida básica y cuáles las de otros. Para ello es necesario empatizar en primer lugar con nosotros. Si empezamos por ahí, seremos capaces de empatizar con los demás sin perdemos en ellos. 


Marita Osés

14 junio 2022


Sea cual sea el momento de tu vida en el que te encuentras, si necesitas un espejo en el que mirarte y mayor confianza para dar un paso más, cuenta conmigo.

📧mos@mentor.es 📲+34 661 631 972 🗺️ C/Provenza 214 8º 2ª Barcelona (Presenciales Martes, jueves y viernes)

Puedes seguirme y contactar conmigo en mis redes sociales, InstagramFacebook o LinkedIn  o escuchar mi nuevo podcast 🎙️ 🙏


9.6.22

Amar es un arte y se aprende

¿Has pensado alguna vez que el amor es un aprendizaje                          
Cuando digo amor me refiero no solo al sentimiento de alegría y gratitud por el mero hecho de que el ser amado exista, sino también a todo lo que un@ es y hace a partir de ello: respetar, animar, potenciar, agradecer, reconocer, aceptar, soltar…



El amor es ACTIVO aunque puedas hacer todas estas cosas sentad@ en una silla, porque es una actividad interna: mueve tu corazón, cambia tu actitud, rompe tus esquemas, flexibiliza tu rigidez, abre tu mente, despliega tu potencial y el del ser amado. Para llegar a esta conclusión, he tenido que depurar mucho el concepto de amor que mi experiencia infantil y juvenil me habían legado y que las creencias de mi entorno habían alimentado.

En nuestra infancia aprendemos por mimetismo, absorbemos los patrones de conducta de los adultos y los hacemos nuestros sin saberlo. De adulto, te das cuenta: tengo la negatividad de mi abuela, la rigidez de mi padre, la vitalidad de mi madre….y entonces tenemos la oportunidad de potenciar lo que nos gusta de todo aquello que recibimos y soltar no lo que nos pertenece y no es acorde con nuestra identidad. 

La pregunta ¿Con quién aprendiste a amar? nos permite cuestionar nuestro estilo de amar, descartar aquellos aspectos que quedaron grabados en nuestro disco duro, pero no están alineados con nosotros y potenciar aquellos que sí deseamos conscientemente.


A amar se aprende. 
No somos fuente de amor. Alguien tiene que amarnos primero para que se active en nosotros el potencial de amor.

Todos llevamos la semilla, pero si alguien no la riega, no se despliega. El niño que no ha sido amado no podrá amar. El niño que ha sido mal amado, amará mal porque replicará consigo mismo y con los demás lo que han hecho con él. Pero el adulto puede elegir: Una vez sometes a examen con quién aprendiste a amar y por lo tanto cómo es la calidad de tu amor o el concepto de amor que heredaste, puedes decidir si seguir amando así o hacerlo de otra manera. A lo largo de tu existencia vas viendo otras personas, otras familias, otros estilos de amor que tal vez te gustan más o están más de acuerdo con tu forma de ser y de ver la vida. No es fácil la tarea de salir de la inercia adquirida a lo largo de años, pero vale mucho la pena.

Muchos procesos de coaching🔗 consisten precisamente en identificar formas de amar que brotan de nosotros, pero que no nos hacen felices, y transformarlas en aquellas que están mucho más alineadas con nuestra identidad. Por ejemplo, si has tenido una madre para la cual amar era sufrir, y no quieres perpetuar esta idea de amor, deberás dialogar con esa parte de ti que se ha habituado a ese estilo de amor y no dejar que se te “cuele” en tu forma genuina de manifestar el amor.

Descubre con quién aprendiste a amar y entenderás cómo amas. Comprenderás formas de hacer tuyas que pueden desconcertarte e incluso no gustarte. Cuando entiendas de donde vienen, podrás decidir qué quieres conservar y qué quieres desaprender y darte el gustazo de AMAR A TU MANERA. Incorpora todos los elementos que te den satisfacción y plenitud y desecha aquellos que te hagan sentir tensión o incomodidad. Agradécelos todos, porque te han ayudado a construirte y te han sostenido en otros momentos, y sigue adelante poniendo en tu mochila solo lo que te pertenece,🔗 no lo que vino de otras mochilas y a ti no te sirve. 

No podemos esperar que todo el mundo satisfaga nuestras expectativas, pues cada uno ama con sus limitaciones. Lo triste es que amemos en base a las limitaciones de 🔗aquellos de quienes aprendimos. Bastante tenemos con las nuestras.

Quien te enseña a amar influye en la calidad de tu amor, pero no la determina. Eso lo decides tú. Si los adultos fuésemos conscientes de ser los primeros maestros de nuestros hijos, nietos, sobrinos… en el arte de amar, nos prepararíamos con más conciencia para la magnífica tarea. El amor se aprende, y como en cualquier otro arte, el aprendizaje no tiene fin. Hay que elegir bien al maestro. 

Marita Osés
8 Junio 2022

Sea cual sea el momento de tu vida en el que te encuentras, si necesitas un espejo en el que mirarte y mayor confianza para dar un paso más, cuenta conmigo.

📧mos@mentor.es 📲+34 661 631 972 🗺️ C/Provenza 214 8º 2ª Barcelona (Presenciales Martes, jueves y viernes)

Puedes seguirme y contactar conmigo en mis redes sociales, InstagramFacebook o LinkedIn  o escuchar mi nuevo podcast 🎙️ 🙏




2.6.22

¿Te juzgan o te juzgas?


En la mayoría de mis 🔗consultas de coaching, uno de los obstáculos para avanzar -sea cual sea la cuestión que se aborde- es esa voz interna que nos critica, nos avergüenza o nos invalida, haciéndonos sentir insuficientes o inferiores a otras personas.

Cuando, cansados de ir arrugados por la vida, decidimos aceptarnos como somos, nos damos da cuenta de que es imprescindible plantarle cara a esa voz que siempre le encuentra pegas a lo que vas a hacer, lo que estás haciendo o lo que ya hiciste. Con frecuencia, no somos conscientes de esa voz interna, y tenemos la sensación de que son los demás los que están teniendo una opinión negativa.
Proyectamos en los demás lo que pensamos de nosotr@s mism@s y ese miedo a su juicio levanta una barrera defensiva que nos hace parecer agresiv@s, reservad@s, desconfiad@s, tímid@s o cualquier otra máscara tras la cual ocultamos nuestra falta de aceptación.
¿De dónde viene ese miedo? De mi propia opinión negativa acerca de mí mism@.  Hay quien no soporta su mal genio o su timidez; hay quien lleva muy mal tener barriga o una nariz grande o pequeña; hay quien se tortura por no tener pareja o por no haber encontrado el trabajo o la persona de su vida. Y generalmente se culpan por ello.
La no-aceptación siempre provoca parálisis en nuestras vidas, es un obstáculo que no permite avanzar. Y no hay otra vía de salida que aceptar lo que eres, lo que tienes, lo que te toca vivir en cada momento. Cuando formulo esta propuesta, algunas personas entienden que aceptarse es estancarse. “Si concluyo que todo está bien, ¿cómo voy a crecer?”, argumentan desconcertadas. Surge el temor a ser demasiado indulgentes, y por ende, a perder excelencia o capacidad de mejorar. Por el contrario, la aceptación es uno de las tareas más dinámicas y laboriosas que existen. Aceptarse no significa creer que todo lo hago bien, sino que en el proceso de convertirme en quien realmente soy, tengo derecho a equivocarme. Si a cada error me juzgo y me condeno (raramente nos absolvemos), acabo teniendo una imagen patética de mí mism@ y temiendo que los demás piensen lo mismo que pienso yo de mí. Voy menoscabando mi autoestima y mi imagen se resiente. La mente siempre busca elementos que corroboren lo que YA piensa. Por eso es tan importante lo que pienses de ti. 
Si piensas que eres dign@ de ser (aceptad@) como eres, tu mente buscará y registrará todos los datos que le den la razón, que ratifiquen tu valor intrínseco.
Si piensas que no vales, tu juez interno se encargará de enfocarse en todos tus fallos para sancionar esas faltas y para confirmar tu pensamiento negativo con respecto a ti mism@.

La alternativa al juez es el testigo u observador. El observador me mira y me toma como soy. Se limita a constatar las razones que hay para que la realidad que se presenta ante tus ojos sea como es. Y por ello comprende. No entra a decidir si le gusta o no, si es buena o mala. Yo soy la que soy con mis luces y mis sombras y mi observador interno lo sabe. No tiene una idea preconcebida de como tengo que ser, sino que es testigo cómo me manifiesto. Lo acepta y lo registra, sin entrar en juicios de valor, sino comprendiendo que estamos en permanente evolución y que para llegar a la plenitud tenemos que pasar por diferentes fases, unas más luminosas, otras más sombrías, algunas placenteras, otras más dolorosas. Aprender a observarse sin más implica la decisión y la determinación de ser comprensiva, tolerante, no tener una idea preconcebida de lo que tengo que ser sino apreciar y valorar lo que brota de mí, como parte de un proceso de crecimiento que es lícito y respetable pase por donde pase.

¿Cuál es la diferencia entre el juicio  y la autocrítica?

Cuando te juzgas, das por sentado que has hecho algo mal. Se juzga a los que infringen la ley. ¿Qué leyes estoy transgrediendo cuando me someto a juicio? ¿Mis propias creencias, las impuestas por mi entorno? Estoy sometiéndome a la dictadura del “qué dirán”? ¿Vale la pena sentarme en el banquillo de los acusados, solo porque alguien piense que yo debería ser o actuar de otro modo? ¿Por qué le doy tanto poder a alguien externo a mí? ¿Cometer un error es malo o es simplemente algo necesario para aprender? 
Por el contrario, la autocrítica significa revisar mi proceder o mi actitud con la perspectiva que me da el tiempo y desde una postura de observador humilde, sosegado y libre de condicionantes que aspira a comprender para aceptar y así poder transformar.
No puedo transformar algo que rechazo. Solo puedo transformar aquello que antes he aceptado.
Marita Osés
1 Junio 2022
Sea cual sea el momento de tu vida en el que te encuentras, si necesitas un espejo en el que mirarte y mayor confianza para dar un paso más, cuenta conmigo.
📧mos@mentor.es
📲+34 661 631 972
 🗺️ C/Provenza 214 8º 2ª Barcelona

Presenciales Martes, jueves y viernes

Puedes seguirme y contactar conmigo en mis redes sociales, Instagram, Facebook o LinkedIn  o escuchar mi nuevo podcast 🎙️