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2.12.24

Un retiro de silencio

Algunas personas se asombran cuando les comento que asisto a retiros de silencio, algunos de 10 días de duración. “¡Uf qué duro! Yo no lo aguantaría.” “¿Cómo lo haces?” “Yo me volvería loca.” Para mí, son imprescindibles.
Hace poco participé en uno que duraba de viernes a domingo. Salir del trabajo después de toda la semana laboral y saber que te diriges a un oasis de silencio es muy motivador si,  como yo, eres una persona especialmente sensible a los ruidos y a las prisas que conlleva la vida en las grandes ciudades.
Me pregunta una amiga: “¿Cómo podéis estar veintitantas personas en una misma sala, cruzándoos por las escaleras o los pasillos, comiendo en la misma mesa….sin dirigiros la palabra durante dos días?” “¿Qué hacéis tantas horas callados?”  Diría que enfocamos nuestro periscopio hacia nuestro interior y nos tomamos tiempo para adentrarnos en lo que somos. Centrados en el SER, intentamos soltar el HACER y el TENER. 
No resulta fácil, porque la sociedad valora lo que hacemos y lo que tenemos, es decir lo que se ve.
Llevamos unas vidas tan “hacia afuera” que nos olvidamos de que el motor de todo está dentro y, lo que es peor, lo descuidamos.
Hasta el punto de que este motor acaba parándose por inactividad con lo cual nosotros acabamos dependiendo de estímulos externos para funcionar. No creo que sea así como hemos sido concebidos. Tenemos un núcleo positivo, llámesele alma, esencia o como se quiera, que está en el origen de lo que somos.
El SER es el gran olvidado en esta sociedad de las apariencias.
Pues hacia ahí vamos  cuando nos rodeamos de silencio. A reconectar con eso que nos da vida, sentido, solidez, presencia aunque sea invisible. Tan invisible, que nos olvidamos de que existe. Lo decía Saint Exupéry en El principito:
“Lo esencial es invisible a los ojos.”
Y sin lo esencial nos quedamos en lo superficial, o todavía peor, en lo superfluo.
¿Qué hacemos en los retiros de silencio?

BUCEAMOS. Cuando te zambulles en el agua y buceas, no sabes lo que te vas a encontrar, aunque las aguas te sean familiares.

Si tienes suerte verás una tortuga marina, atravesarás  un banco de peces o  descubrirás una estrella de mar. Y , según donde estés, puedes encontrarte un tiburón. Se trata de adentrarse en esas aguas que te conforman y descubrir que eres más de lo que tu mente te hace creer. Más que tus sensaciones, más que tus pensamientos, más que tus sentimientos. Conectas con eso que eres, eso que se da  cuenta  de todo lo demás,  y comprendes que la sensación de soledad tiene que ver con la desconexión con esta parte de ti.

Cuando te sumerges en el mar, te envuelve el silencio del agua que amortigua todos los ruidos, por muy agitadas que estén las aguas en la superficie. Si vas al fondo entras en un útero armonioso, plácido, lento. Cuando te zambulles en tu interior, lo más probable es que lo primero que percibas es la cantidad de “ruido” que hay: pensamientos, creencias, sentimientos, compromisos, recuerdos, imágenes… Si tienes paciencia, descubres que detrás de todo ello hay algo más y eso que hay es lo que tu alma anhela. Poner la atención en la respiración es fundamental para atravesar esa cortina de ruidos. Los acoges, los respiras, los despides; los acoges, los respiras, los despides. Así uno por uno. Los hay que necesitan más paciencia por tu parte para lograr deshacerte de ellos, que es lo mismo que decir que necesitan más amor. Bueno, pues hay que dedicarles más tiempo. Sobre todo no resistirse a ellos, necesitan tu atención, probablemente porque en otros momentos se la habrás negado.

No voy a ocultar que puedes pasarte todo el fin de semana solo haciendo esto: intentar  no dejarte llevar por los pensamientos que tu mente va reproduciendo, sin llegar a descubrir ningún tesoro oculto en el fondo de tu mar. Pero mientras lo haces, estás experimentado sin proponértelo otra cosa:
Estar contigo, prestarte atención, no perderte de vista.
Y eso te lleva a conocerte. Los amigos se hacen pasando tiempo con ellos. Te haces amiga tuya.  Acabas distinguiendo lo que forma parte de tu esencia y todo lo que son “accesorios”: y te das cuenta de la cantidad de estrategias que has construido para adaptarte al medio en el que te tocó nacer, mecanismos de defensa que tu mente ha elaborado para sobrevivir, máscaras tras las cuales escondes tu vulnerabilidad, tus complejos, hábitos que adquiriste en tu infancia y que se te han quedado pegados, como programas obsoletos que no sabes cómo eliminar de tu ordenador cuando ya no te sirven. Para disolver todos estos ruidos en el mar del silencio no tienes que hacer nada más que RESPIRARLOS, es decir, aceptar que están ahí, que tienen su historia y su derecho a existir, aunque en estos momentos te estorben.
Se trata de contemplarlos sin juicio, con la intención de que nos permitan ver más allá de ellos y poco a poco los vamos comprendiendo, aceptando, disolviendo, incluso agradeciendo. En algún instante privilegiado en el que desaparecen del todo, la paz es absoluta. Y llega la sensación de estar sostenida por algo más grande que una misma. Hay personas afortunadas o muy avanzadas en la práctica de la meditación que  son capaces de mantener este estado largamente y disfrutarlo. Es una sensación de claridad, de estar en tu verdad. Es un estado de conciencia plena. Como habitualmente vivimos en la inconsciencia,  en esos momentos nos damos cuenta de que somos una consciencia-testigo que lo observa todo sin juzgarlo y por eso es capaz de aceptar todo sin alterarse.
En mi caso, apenas me dura un minuto, con mucha suerte, pero me compensa los diez días (o los que sea dure el retiro) porque me hace conocer y constatar una parte de mí de la cual no suelo ser consciente y que puedo recordar que existe cuando el ritmo de vida que llevo me distrae y me hace olvidarla. Gracias a ese minuto, en otros momentos más agitados de mi vida puedo hacer memoria de mi y me rescato.
Rescato a ese ser que me constituye de manera fundamental, que es mi núcleo, mi eje, mi razón de ser, aunque tantas veces me olvide.
El silencio me devuelve a mí y a aquello más grande que yo que me permite ser quien soy. Por eso voy a los retiros de silencio.

Marita Osés
28 noviembre 2025

18.7.24

¿Qué te cuentas de ti?


Uno de los deportes favoritos de nuestra mente es elaborar historias, o como decimos vulgarmente, montarse películas. ¿Somos la narrativa que hacemos de nosotros mismos o simplemente nos creemos que ese relato es nuestra realidad? 




A veces, hay mucha más verdad en lo que no contamos que en el relato que nos hemos hecho de nuestra persona. 

ERES MUCHO MÁS  
DE LO QUE TE CUENTAS DE TI. 
 
Eso es lo que hace el coaching: ayudar a las personas a desvelarse a sí mismas, más allá de lo que creen -o de lo que les han hecho creer- que son. Es un trabajo fascinante. No solo porque el potencial de cada persona es infinito y de una belleza que pone la piel de gallina, sino porque al mismo tiempo, ellas me desvelan a mí. Sus historias me hacen ver aspectos de mi que había ignorado u olvidado y me dan claves para reinterpretarme. Hay un momento que me colma especialmente y es cuando la persona se reconcilia consigo misma y con su pasado, con todo su ser, y comprende que todo lo que no había entendido tiene un sentido, aunque haya cosas que sigan resistiéndose a su razón. Cuando se dan cuenta de que no se trata de comprender racionalmente, sino de abrazar toda su biografía con el corazón. SIN JUICIO. 

Es un momento sagrado. Y muchas veces se da cuando logran conectar con esa criatura que fuimos y que sigue viva dentro de nosotros, a veces con las heridas abiertas, esperándonos, porque solo una misma puede sanarlas. Nadie más. Con amor y compasión. Otras veces el niño o la niña que fuimos atesora recuerdos felices que vienen al rescate cuando las cosas se ponen feas. Son depósitos de felicidad que renuevan las ganas de estar vivos, al darnos cuenta de que eso fue verdad y puede volver a serlo.

Una de las cosas más bellas de entrar en la vida adulta es poder hacernos cargo de esta parte nuestra que necesita apoyo incondicional: nuestra vulnerabilidad. Poder decirle: “Estoy aquí, nunca más te sentirás desamparada”. Nunca más voy a desatenderte: 

✴️Eres mi responsabilidad y la asumo con gusto, porque te quiero, no por obligación. 
✴️Estoy deseando cuidarte como no había hecho hasta ahora y vamos a ser inseparables.
✴️Quiero que así sea. “No me alejaré de ti nunca más.” 

Cuando llegas a este momento, no vuelves a sentir soledad. Estás acompañada siempre, junto a la persona que más te conoce del todo el mundo. Que lo sabe todo de ti y no lo juzga, porque conoce también el trayecto que tenías que recorrer para llegar hasta aquí y lo acepta con gratitud, a pesar de que muchos días fue duro, mucho más duro de lo que creías merecer. Pero esto no va de merecimiento, sino de confiar en que la vida sabe mejor lo que te dará plenitud y te lo ofrece sin descanso, aunque le hagas ascos, hasta que por fin lo aceptas, con gusto o porque no te queda otra.

Preside nuestro comedor un cuadro que me pintaron cuando tenía 5 años, que marido se negó a vender cuando desmontamos la casa de mis padres. He acabado tomándole cariño. No es que me sienta especialmente identificada con ese retrato.  Pero sí adivino, en el fondo de su mirada, la imagen de la niña que fui. Con una bondad infinita y  una pureza de sentimientos casi insultante. No tenía malicia alguna  y en cambio, sí una sensibilidad exquisita que le hizo sufrir y gozar un montón. A partes iguales, para ser justa. Hay un punto de tristeza en los ojos de esa niña, probablemente porque le resultaba difícil encajar en su entorno y eso le hacía sentirse sola con frecuencia. Ella misma se asustaba de su capacidad de amar, de su compasión por personas, animales y plantas y de su necesidad de ver felices a los seres que la rodeaban. Se asombraba también de su facilidad para adivinar lo que necesitaban para serlo.  Con su madre entró en cortocircuito: Para que ella fuera feliz, la niña tenía que dejar de ser como era y amoldarse a lo que su mamá deseaba . Por supuesto, eso fue lo que la niña interpretó. La historia que la niña se contó. Lo hizo durante bastantes años, a costa de un profundo sufrimiento. Una depresión juvenil le dio las señales de aviso y un gran mensaje: "tu ser es innegociable, ni a tu madre ni a nadie puedes venderte a cambio de amor."

Tienes el derecho y el deber de serte fiel.

Y se negó a complacerla por el resto de su vida. 
Pero el patrón de conducta seguía vivo dentro de la niña  y tras las primeras experiencias amorosas, volvió a caer en la trampa de adaptarse a lo que su pareja quería por miedo al abandono y al rechazo. Volvió a perderse, a hacerse pequeña y a renunciar a su criterio, acrisolado a lo largo de años de vida consciente. Con la llegada de los hijos, a pesar de rozar la extenuación al final del día durante largas temporadas, empezó a recuperar su poder personal sin siquiera darse cuenta. En salud, cuidados y gestión emocional estaba claro que ella dominaba en casa y ahí empezó a crecer otra vez. Sus hijos la hicieron grande de nuevo. Aunque a ella le costó tiempo reconocerlo. Estaba demasiado preocupada por no cometer errores y ya no le quedaba atención para reconocer sus aciertos. La señal de alarma que esta vez le regaló su cuerpo sabio fue un cáncer de mama. Su otro gran maestro.
Aunque reconoce  los fallos cometidos y le siguen doliendo, ahora sabe que realizó un buen trabajo, porque lo hizo lo mejor que pudo. Se perdona por todo lo que no supo hacer mejor y agradece lo mucho que aprendió del dolor que eso le produjo. Se da cuenta de que sus limitaciones y condicionantes se anclan en su infancia y tal vez aún más allá, y las disculpa. Y sigue caminando con la vista puesta en el ahora, que es el único lugar o el único tiempo en el que puede seguir desplegándose.

Hoy siento una profunda gratitud por el camino recorrido. Y la elevo al cielo para que llegue a todas las personas cuyas vidas se han cruzado con la mía porque sé que estoy hecha de todas ellas, que hay una parte mía -unas veces menuda y otras, enorme- que les pertenece. Cada vez que he tenido delante a alguien que ha suscitado mi entrega, ese ser me ha construido o me ha motivado a construirme, a SER lo que soy, lo mismo que eres tú que me lees: potencial infinito de amor. Ojalá lo descubras y lo disfrutes.

Marita Osés
10 julio 2024

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9.11.23

Puntos diminutos, poder infinito

 




Hoy he leído una frase que ha quedado parpadeando dentro de mí:
Aprende a recibir con gracia todo lo que se te dé y a utilizarlo con sabiduría para la expansión y mejora de todo el conjunto.


 


Me ha resonado esta intencionalidad que en muy pocas palabras aborda lo que podría ser perfectamente el para qué de nuestra existencia. Vendría a ser lo que los japoneses denominan ikigai,  el  propósito o lo que da sentido a la vida. Hay muchas personas en búsqueda de este ikigai, y esta frase ofrece una pista valiosa: Haga lo que haga con aquello que se me ha dado, que sea para la expansión y mejora de todo el conjunto, no solo para mi beneficio individual. Nos demos cuenta o no, nos guste o no, estamos interconectados. Si  lo tuviésemos en cuenta antes de emprender cualquier acción, otro gallo nos cantara.

 Para poder plantearme qué uso doy a mis talentos,  necesito primero  tomar conciencia de cuáles son, qué herramientas y recursos he recibido para desenvolverme en este plano terrenal. Es decir, conocerme. Y en segundo lugar, es preciso que me sienta parte de este conjunto y amarlo, de lo contrario me dará igual su expansión y mejora. Cuando  amo, deseo de manera natural el  bien de lo que amo. Por eso, es imprescindible creer que estamos interconectados y que cualquier cosa que hagamos tiene un impacto a nuestro alrededor, tanto en el entorno más próximo como en el más lejano. Si el agua caliente disponible en una casa es limitada y yo me estoy mucho rato en la ducha, alguien tendrá que ducharse con agua fría, aunque no fuera esa mi intención. Si nos hemos distribuido las tareas para hacer un pastel y a mí me tocaba mezclar los ingredientes y meterlo en el horno, y no lo hago, aquellos que fueron a comprar los ingredientes también se quedarán sin pastel.
 
  Lo mismo ocurre con nuestros pensamientos. Igual que inciden en mí y me generan unos sentimientos determinados, también tienen consecuencias en los demás. Y si no, piensa en cómo te afecta que alguien te dirija una mirada iracunda o de desprecio o bien, cómo te sientes cuando alguien te mira con cariño y admiración. Esa energía que se crea entre vosotros, aunque no medien palabras, te llega y tiene repercusión en ti. Si me olvido de la conexión que tengo con el resto del mundo, seguramente tomaré decisiones equivocadas, no solo para el planeta sino también para mí, que formo parte de él. 

¿Qué pasaría si por las mañanas, cada uno de nosotros tomara conciencia de que es un punto diminuto en el universo, pero que está estrechamente entrelazado con otros muchos  puntos y que cualquier movimiento que haga uno de ellos repercute en todos los demás? Con toda seguridad decidiríamos nuestros actos en base a criterios más solidarios y nuestra vida discurriría por cauces  más armoniosos con el  conjunto. 

Todos hemos de  experimentar alguna vez la grandeza y la pequeñez del punto diminuto que somos. Nos damos cuenta de nuestra insignificancia cuando nos proponemos un objetivo o simplemente sentimos un deseo y no logramos que se cumpla, a pesar de haber hecho todo lo que estaba en nuestra mano. Y entonces tomamos conciencia de la cantidad de factores que no dependen de nosotros  y nos sentimos en manos de fuerzas mayores que nosotros mismos: la pareja que cumple con todos los requisitos físicos para quedarse embarazados y no hay manera, el que hace todo lo posible para superar una enfermedad y no lo consigue, el que ahorra toda la vida para hacer un plan determinado a partir de una cierta edad y un problema de salud o un imprevisto económico se lo impide. Todos conocemos ejemplos de deseos truncados a pesar de habernos esforzado en satisfacerlos. En estos momentos, nos damos cuenta de lo poquita cosa que somos, a partir de esa sensación de impotencia. Por el contrario, cuando logramos satisfacer un deseo o cumplir un objetivo, sobre todo si nos ha costado mucho, nos sentimos grandes, poderosos. Y, con frecuencia, el orgullo por nuestros logros nos hace olvidar que ha habido factores que han jugado a nuestro favor y que han facilitado que llegáramos a la meta propuesta.  Es decir, que ha habido un entramado de personas y circunstancias que han favorecido la situación deseada. Cuando sí somos conscientes de todo ello, además de orgullosos, nos sentimos agradecidos. 

La gratitud es uno de los sentimientos que más positivamente nos vinculan a los demás y a lo que nos rodea. Dejar que la gratitud rija nuestra vida es una manera de tomar conciencia de que no somos seres aislados, sino parte de un todo en el que influimos y que nos influye. Nos ayuda a sentir que formamos parte de un conjunto mucho mayor del que tomamos nuestra fuerza y que se alía indefectiblemente  a nuestro favor. Y aquí volvemos al inicio de esta reflexión. ¿Qué significa a nuestro favor? A favor de nuestro crecimiento, de nuestro aprendizaje, de nuestra sabiduría, o lo que es lo mismo, de nuestra expansión y mejora. Y al decir “nuestra” manifestamos que beneficia no solo a mí sino a todo el conjunto.

Si creo en la bondad del universo (llámale, Dios, o  energía vital, o lo que sea que creas que lo sostiene y lo mantiene en movimiento), es decir, estoy convencida de que se confabula a mi favor, lo más probable es que encuentre una manera más fácil de alinearme con él. Si no, me pelearé continuamente para salirme con la mía.  Me temo que “salirme la mía” responde más a lo que mi ego desea que a lo que  mi ser esencial, unido a la Totalidad, anhela. El ego es una estructura defensiva que por sentirse separado de los demás, y amenazado por todo, vive en la desconfianza y en el espíritu competitivo: yo contra el resto. Por el contrario, nuestro ser profundo se siente parte de un Todo , de una orquesta en la que todos  los instrumentos son importantes y se influyen mutuamente y ninguno en solitario es capaz de lograr la sinfonía que entre todos generan. Y tienen un único objetivo: la música que crean entre todos.

Del mismo modo que las guerras estallan en un punto geográfico determinado, y además de afectar directamente a ese punto tienen consecuencias más allá de sus fronteras, nuestras guerras internas afectan a nuestro alrededor y nuestro trabajo interior por pacificarnos redunda en beneficio de las personas que nos rodean. Somos muchos los que nos sentimos impotentes ante los conflictos armados que tiñen de rojo nuestro planeta por imposibilidad de incidir directamente en la paz que deseamos.  Tomar conciencia de lo que soy y tengo y ponerlo al servicio  del conjunto en el entorno más inmediato, puede tener un efecto dominó que nuestro mundo está pidiendo a gritos.



SOMOS PUNTOS DIMINUTOS, PERO TENEMOS UN PODER INFINITO POR EL HECHO DE ESTAR ENTRELAZADOS.



Marita Osés
30 octubre 2023
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10.10.23

La intimidad, un espacio necesario

Cuando se habla de relaciones íntimas, pensamos en relaciones de pareja o incluso en relaciones con sexo. Sin embargo, la intimidad tiene un espectro mucho más amplio. Entre la madre y su bebé existe intimidad, por ejemplo.

¿Por qué llamamos amig@ íntim@, a aquel con el que no tienes secretos? ¿Cómo le llamarías a lo que hay en tu relación con cualquier persona con la que has podido ser quien eres y explicarle cualquier cosa sin sentir vergüenza?
El diccionario etimológico, dice que intimidad, viene del latín  intus, que significa interior.  Y se define por “aquello que la persona reserva para sí o para un grupo muy reducido” o “aquello que se preserva del escrutinio público”. 

¿Existe la intimidad con nosotros mismos? ¿Generas intimidad cuando miras hacia dentro de ti? ¿Cómo te relacionas con lo que percibes en tu interior: emociones, pensamientos, sentimientos? ¿Los respetas, los acoges, los juzgas, los condenas, los rechazas? De cómo te relaciones contigo, dependerá cómo te relaciones con esa parte interior de otra persona.
De la intimidad que seas capaz de cultivar en ti, dependerá la que podrás establecer o compartir con tu pareja, tus amigos,  tus hermanos. En realidad, con cualquier persona que cumpla las condiciones que tú necesitas para darle acceso a tu interior. 

¿Qué sería cultivar tu intimidad?
Escucharte, conocerte, reconocerte, aceptarte.
“Una persona no puede sentirse cómoda si no se da ella misma el visto bueno, “ dijo Mark Twain.

Mirar adentro y no pelearte con nada de lo que encuentras, porque si está ahí es porque forma parte de tu biografía y tiene un sentido. Si eres respetuos@ contigo, te será más fácil serlo con las personas. Si eres deshonest@ contigo y te engañas, engañarás aunque no sea esa tu voluntad ni seas consciente de hacerlo. Simplemente repetirás el patrón que utilizas contigo. A menudo sucede que hasta que no vemos cómo tratamos a nuestra pareja (cómo reaccionamos a sus emociones) , no somos conscientes de que ese es el mismo trato que nos deparamos a nosotros mismos. 

Podríamos decir pues que la intimidad es un espacio interno, que puede ser compartido. O no. Es el hecho de compartirlo el que le da una cualidad especial a la persona con la que lo compartes. Y eso determina el tipo de relación que tienes con ella.

En una relación, la intimidad implica dar  acceso a lo que siento y pienso, compartir una parte de mi jardín que tal vez no está abierta para nadie más. Cuando lo hago,  la otra  persona se siente especial y tiene la sensación de que el vínculo es seguro y valioso. Si soy una persona muy reservada, puede resultarme más difícil abrirme, aunque mi interés o mi amor por la otra persona sea genuino.
Esto puede provocar en ella una sensación de soledad o de falta de interés por ella, de no formar parte totalmente de mi vida, aun en los casos en los que compartamos muchas actividades.  Si soy una persona muy abierta, puede pasarme todo lo contrario: puesto que comparto casi todo con todos, la pareja (o el amigo o quien sea) puede tener la sensación de que no hay un lugar especial para ella.  Por eso, hay que recordar que no siempre la falta de intimidad entre dos personas significa desamor. Muchas veces implica una incapacidad de uno o de ambos que conviene ser reconocida y trabajada por los dos para que no se malinterprete como falta de interés. Porque esta interpretación errónea suele generar mucho sufrimiento y mucha confusión. 
Trabajar la intimidad, empieza entrando en uno mismo, como decíamos al principio de este post-podcast. Pero además se beneficia enormemente de otras condiciones. ¿Cuáles son?
La intimidad está peleada con la actividad, necesita inacción.
Por mucha conexión que se establezca entre dos personas cuando comparten una afición o una actividad con la que ambos disfrutan, esa conexión no equivale a intimidad, aunque sea un requisito previo. La intimidad necesita tiempo, ausencia de acción, presencia, es decir, disponibilidad total. En ese momento, solo existes tú y esta persona, todo lo demás desaparece, nada ni nadie más interfiere. El ser del uno frente al ser del otro. No es de extrañar que en esta sociedad hiperactiva y que valora a las personas por las apariencias o por sus resultados, la intimidad tenga poca cabida y por eso aparece con frecuencia como motivo de conflicto en las relaciones interpersonales, sobre todo por su ausencia. Se quejan muchas personas de falta de intimidad.  La disponibilidad significa no tener la atención secuestrada por las pantallas, por lo que todos los aparatos electrónicos de nuestro día a día pueden estar amenazando algo tan importante como nuestras relaciones interpersonales. En términos generales, las mujeres tienen más facilidad para intimar y por eso lo necesitan más, porque el principio femenino tiende naturalmente  al interior. Y los hombres la necesitan menos porque el principio masculino está más orientado  hacia el exterior.

¿Qué nos aporta la intimidad con la otra persona?

📎Comparto lo que soy (no lo que tengo) independientemente de cómo estoy (triste, alegre, entusiasmada o desmotivada). Me permito estar como estoy. 

📎Me siento vista por la otra persona. Siento el lugar que ocupo en su vida y le transmito el lugar que ocupa ella en la mía. Hay claridad respecto a eso.

📎Tomo conciencia de aquello que nos une más allá de nuestras diferencias.

📎Siento gratitud por el reconocimiento mutuo y por haber apostado por esta persona y que ella haya apostado por mí.

📎Comprendo su ser (y el mío) por encima de nuestros egos, yendo más allá de los juicios y las reacciones que pueden haberse manifestado en el día a día, que suelen estar más condicionados por nuestros patrones inconscientes.

📎Sin perder mi individualidad, me siento parte de algo más grande que la suma de cada uno de nosotros  (no hablo exclusivamente de la pareja, sino también de una amistad o de una relación entre hermanos).

La intimidad ofrece un espacio en el que desaparecen los condicionantes externos porque estamos en otro terreno de juego, entramos en un jardín completamente interior desde el cual la perspectiva es diferente. Ni siquiera es necesario llegar a acuerdos en momentos de intimidad. Pero esos momentos te confirman que llegarás a ellos cuando lo necesites, porque hay una base sólida y una voluntad de unión y de continuidad por las que ambos estáis dispuestos a luchar o a ceder cuando proceda.

Cuando existe intimidad entre dos personas pueden mirarse a los ojos sin sentir incomodidad. Sienten la tranquilidad de ser acogidas y aceptadas por la otra, tal como son y tal como están. Vale la pena –y os invito a- hacer esta prueba, y si no te sientes cómod@, pregúntate qué barrera inconsciente estás levantando para que la otra persona no acceda a ti.
💞Averigua si tienes miedo a que conozca alguna parte tuya que todavía no has aceptado y por lo tanto te hace sentir insegur@ compartirlo.
💞Atrévete a mirarte de otra manera, o déjate mirar por alguien que te quiere de verdad, y dale crédito a la imagen que te devuelve, porque esa mirada te enseñará la aceptación de ti mism@ que necesitas.

¿Para qué es necesaria la intimidad?
Para crecer con la certeza de ser aceptad@. Ojalá que tod@s podáis experimentarlo.

Barcelona, 5 octubre 2023

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20.4.23

Leer y escribir para conocer-te




En varias sesiones de coaching, tratando casos muy diferentes, me ha venido a la cabeza la misma frase de Carl Jung:

 “Mientras no hagas consciente lo inconsciente, éste dirigirá tu vida y tú le llamarás destino.”


Escucho lo que me cuentan personas muy diversas y percibo que su existencia está manejada por fuerzas internas que ignoran. Llevamos sin saberlo experiencias, creencias, juicios, heridas grabadas dentro de nosotros.  Puesto que ignoramos su existencia, o las hemos olvidado no podemos gestionarlas y se nos cuelan en acciones o reacciones que muchas veces ni nosotros mismo entendemos, por no hablar ya de aquellos que reciben sus consecuencias.

👁‍🗨A menudo, las personas que creen que son impulsivas, lo que en realidad les ocurre es que es el inconsciente el que manda en su vida. Hacen lo que no quieren, pero solo se dan cuenta cuando ya lo han hecho, porque no ha mediado su voluntad o su reflexión.

👁‍🗨Otros, por el contrario están plenamente convencidos de haber elegido conscientemente una opción determinada, sin percatarse siquiera de que han actuado impulsados por su inconsciente.

✍️ESCRIBIR es una manera de hacer consciente lo inconsciente, y LEER📚 es una manera de reconocerlo, aunque escrito por otra persona.

Leer y escribir son dos maneras de bucear en nuestro inconsciente, y por lo tanto son actos de autoconocimiento. 

🔖Julia Cameron, en su libro El camino del artista (dirigido a personas que sienten bloqueada su creatividad) aconseja escribir lo que ella denomina “las páginas de la mañana”. Nada más despertarte, antes de hacer ninguna otra cosa, escribes todo lo que te pasa por la cabeza, aunque no tenga sentido o sean frases deslavazadas o temas inconexos.  ¿Por qué recién levantad@s? Porque el inconsciente en el que hemos estado inmersos durante el sueño todavía no ha cerrado sus compuertas. Porque el crítico interno no se ha despertado todavía o se está desperezando y no te interrumpirá para cuestionarte cada palabra que escribas. Una vez terminas, no lo revisas, sino que lo guardas y no puedes  leerlo hasta pasado un tiempo.

✍️Cuando practicas este ejercicio durante el tiempo suficiente, descubres en esas líneas temas recurrentes, ideas que ni siquiera sabías que estaban ahí, dentro de ti y que te definen y que, por lo tanto te ayudan a conocerte. Temas que te alegran o te preocupan, pero que tienes aparcados y que has preferido ignorar u olvidar.


Escribir es atreverse a expresarse, a mirarse con la perspectiva que da ponerlo sobre el papel.

Si se despierta el crítico interno, es bueno desactivarlo. Lo notaremos porque empieza a decir esto está bien, esto está mal, esto no tiene sentido, esto es una bobada, para quéLo importante en este ejercicio no es el cómo sino el qué. Aquello que consigues rescatar de tus entrañas y te permites mirarlo con un poco más de distancia y sobre todo con comprensión. Sin juicio. Porque entonces lo que has escrito te acerca a tu verdad, te acerca a ti y hace camino contigo, ayudándote a avanzar.

Lo mismo ocurre cuando leemos algo que nos resuena muchísimo, aunque no lo hayamos escrito nosotros. Sentimos un ‘clic’ en nuestro interior, una especie de alegría. A veces es una frase. Otras, un libro entero. Algo dentro de nosotros se identifica con eso, lo ha vivido o lo ha vislumbrado, aunque no haya sabido expresarlo de esa manera. Y verlo formulado en toda su amplitud nos emociona, nos hace sentir acompañados, comprendidos, apoyados, parte de algo más grande. Un libro nos defiende  de la soledad. Y cuando nos identificamos con lo que dice nos ayuda a dar un paso más en la tarea de conocernos. Nos da sensación de pertenencia, de compañía. ” Mira tú, no soy tan rar@, aquí hay otra persona que ha experimentado lo mismo que yo”.
📚Los libros son una mano tendida de los autores hacia nosotros.  Tus propios escritos son una mano tendida de ti hacia ti. 

La escritura se convierte así en un acto de amor. Y la lectura, una forma de sentirse amado.

🔖💗Que en este día del libro 2023 te escribas algo con amor y encuentres uno de esos libros escritos desde el corazón.🌹📚

Marita Osés
23 abril 2023

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