30.7.18

¿Cómo miras?



“Y aprendieron los hombres y mujeres que se puede mirar al otro. Saber que es, y que ES OTRO, y así no chocar con él, ni pegarlo, ni pasarle encima, ni tropezarlo y supieron también que se puede mirar ADENTRO del otro y ver lo que siente su corazón.”

Eduardo Galeano, La historia de las miradas


Parece ser que el primer trauma que sufrimos todos indefectiblemente es el de la separación de la madre, con la que nos sentíamos una sola cosa. De repente, aquello de lo que pensaba formar parte, aquello que creía ser yo misma, no está: me experimento separada y sola. Esa es la herida básica, la primera pérdida que a cada uno le condiciona de una u otra manera según sus circunstancias concretas. Por eso el bebé necesita constantemente el contacto con la madre que lo tranquilice y le convenza de que no se trata de una pérdida definitiva lo que ha sufrido sino un cambio de estado, imprescindible además para desarrollarse como individuo.

Poco a poco, la criatura le encuentra el gusto a su autonomía y es en base a ella que empieza a valorarse. Emprende un viaje de autodescubrimiento al principio del cual necesita que otros la miren para reconocerse porque todavía no sabe que puede mirar hacia adentro y tomar conciencia de sí misma. Cada persona es un espejo y la forma en que nos mira nos devuelve una imagen que ayuda –o no- a construirnos. Durante la niñez, empiezas a verte a través de los ojos de los adultos y de los niños con los que te relacionas. Cuando un niño grita: “Mamá, mamá, ¡mira! “ es para que su madre lo reconozca aquel momento concreto: ya sea que ha aprendido a montar en bicicleta, a hacer una vertical o que admire un dibujo. Si mamá no es testigo de esa proeza para el niño es como si todavía no se hubiese producido. Es la mirada de la madre (o del padre) la que valida al hijo. Por el contrario, si la actitud del adulto es de desprecio o desinterés, el niño se sentirá insignificante.

Cuanto más limpia de juicios, condicionantes, expectativas esté esa mirada, más claramente se reflejará en ella el ser genuino del niño o la niña y mayor será su libertad para expresarse tal como es. Por el contrario, cuanto más cargada de prejuicios, exigencias y proyecciones, mayor será también la necesidad del niño de crear un personaje que se ajuste a la idea que sus padres se están haciendo de él.

Ya sabemos cómo es la mente: anda siempre forjándose ideas de las personas con las que entra en contacto, ya sean amigos, hijos, amantes, padres, familiares, compañeros de trabajo y nosotros acabamos relacionándonos con esa idea, no con la persona. 
¿Quién no ha sentido alguna vez soledad a pesar de estar conversando con alguien? Es que, en realidad, no están contigo, están con la idea que se han hecho de ti. Están presentes sólo mentalmente, no desde el sentimiento. Ahí está la clave, ¿desde dónde miramos? ¿Desde la mente o desde el corazón? La mente decide con antelación lo que quiere ver. Y por lo tanto se resiste cuando no encuentra lo que desea. Resistirse es lo contrario a aceptar. Un corazón abierto acepta lo que ve porque si no, no puede amarlo. Y el corazón está hecho para amar. Amar es una forma de mirar al otro abrazando su totalidad, luces y sombras.

Si quiero saber más de mí, tengo que ser capaz de responder a estas preguntas:
¿Cómo me han mirado? 

¿Qué miradas me han levantado y cuáles me han hecho sentir más pequeña?

Cada uno aprende a mirar según han hecho con él.
Por ello resulta muy útil averiguar a través de qué filtros accedo a la realidad y a los otros. Sin darnos cuenta, hemos interiorizado esos mismos filtros que emplearon con nosotros y accedemos a la realidad a través de ellos. Así se fragua también la idea que cada no tiene de sí mismo. Esa es, pues, la primera pregunta, consecuencia de todas las miradas que me han dibujado o desdibujado desde que aterricé en este mundo:

¿Cómo ME miro? ¿Desde dónde? ¿Desde mi mente o desde mi corazón?

Si descubrimos que llevamos años mirándonos de una manera que no nos satisface, podemos cambiar esa perspectiva y descubrir que dentro de nosotros hay una parte de nuestro ser esperando a que lo descubramos con otros ojos y lo abracemos. Una vez hecho esto, abrazar la totalidad del ser de los otros será sólo cuestión de tiempo.



Marita Osés, Julio 2018

mos@mentor.es