“Sé amable con tus versiones pasadas porque no sabían lo que sabes ahora”.
Me atrapa la lucidez de esta frase en Instagram, cuyo autor desconozco, si bien creo es algo más que amabilidad lo que necesitamos para perdonarnos: necesitamos comprensión y compasión.
Dice Caroline Myss que el peor veneno para el espíritu humano es la incapacidad de perdonarse a uno mismo o a otra persona. El perdón no es una opción, sino una necesidad de sanación, añade.
A menudo nos quejamos de que la vida nos trata con dureza, o que las personas que nos rodean son muy exigentes, sin darnos cuenta de que el juez más implacable está dentro de nosotros mismos. Nos tratamos con el mismo rigor que detestábamos que los adultos ejerciesen con nosotros, o por el contrario nos exigimos lo que nunca nos exigieron unos padres excesivamente tolerantes. En cualquier caso, hemos incorporado patrones que nos hacen daño.
Este rigor contigo mismo puede manifestarse en tu incapacidad de perdonarte. Algo que hiciste o dejaste de hacer, un daño que infligiste queriéndolo o sin querer, un despiste, un tropiezo, un desliz supuestamente imperdonables.
En muchas sesiones de coaching aparecen conductas nocivas y autodestructivas cuyo origen está en un episodio del pasado que no nos hemos perdonado. En realidad, si lo miramos de cerca, nos damos cuenta de que no teníamos recursos para haber actuado de otra manera. Muchas veces, la persona ni se acuerda de que eso sucedió, pues ya lo ha sepultado en su subconsciente.
¿Qué necesito para perdonarme?
Cambiar mi perspectiva, ver lo que me pasó y lo que sucedió desde otro punto de vista. Es preciso que tome en cuenta elementos que hasta ahora había ignorado. Y un elemento importante es este: en el momento del pasado en el que actué, en el nivel de conciencia en el que me hallaba, con mis conocimientos, con mis condicionamientos hice únicamente lo que podía hacer. No se trata de validar cualquier acción, sino de comprender cómo y por qué se gestó. Esa comprensión elimina el juicio. Si no hay juicio no hay condena. Si no hay condena, no hay necesidad de perdón.
Se trata de comprender que si aquel día (o a lo largo de muchos años) no dijiste aquello, no te paraste a escuchar, seguiste un impulso (que luego se demostró) equivocado, hiciste algo que ahora te parece reprobable es porque no tenías capacidad para obrar de otra manera. La tienes ahora, con la experiencia adquirida y la perspectiva que te da el tiempo transcurrido.
No siempre decidimos con plena conciencia lo que hacemos, sino que muchas veces estamos condicionados por patrones de conducta de los que no somos conscientes. Estamos mucho más programados de lo que reconocemos. La persona que eres ahora podría tal vez actuar de otra manera, pero no aquella que fuiste. Aceptar este hecho tan simple es clave para perdonarnos. Y ese autoperdón es decisivo para tener unas relaciones personales no empañadas por la culpa.
28 julio 2021
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