24.12.24

Pide un deseo

Iba a empezar este artículo diciendo que Navidad es tiempo de regalos. Pero Navidad es tiempo de deseos.

🎄De atreverse a soñar con algo mejor de lo que tienes o eres.

🎄De escribir cartas a los Reyes o a Papa Noel o a quien corresponda en la tradición en la que cada uno ha sido criado.
Llegados a una edad, aprendemos que un deseo no es un globo que se lanza al aire y que se cumple por arte de magia. Sabemos que el compañero inseparable del deseo es el compromiso.  ¡La carta va dirigida a un@ mism@! No tiene sentido desear sin más, sin comprometerte a hacer todo lo que está en tu mano para conseguir eso que anhelas. “Me gustaría que me toque la lotería”, pero ¿has comprado algún décimo?
Tener ganas de algo no basta.
La última semana de diciembre, haciendo balance de lo que ha sido 2024, es un momento oportuno para preguntarnos: qué quiero cosechar, qué quiero vivir, qué quiero disfrutar en 2025. De qué quiero más. ¿Más tiempo libre? Pues ¿qué voy a hacer para que encuentre un lugar en mi agenda? ¿Más alegría? Entonces voy a ver con quién me voy a relacionar, qué tipo de lecturas voy a elegir o rechazar para cultivarla en mí? ¿Más serenidad? ¿Qué actividades , qué personas, qué entornos me tranquilizan, cuáles me alteran? ¿Anhelo más conexión con mi pareja? Necesito reservar tiempo para eso. Es decir, cómo voy a propiciar las condiciones que necesita esa semilla para germinar.  Expreso mi deseo y, a renglón seguido, establezco el compromiso conmigo misma convirtiéndome en mi principal aliada.
El deseo sin compromiso está vacío. Es un tiro al aire. Un fuego de artificio.
En cambio, cuando me responsabilizo de él, adquiere una dirección, me ofrece un propósito. Cuando lo expresas esperando que sea el mundo quien te responda te desentiendes de él como si no fuera cosa tuya o aun peor, tu mente te dice que son los demás los que tienen que cumplirlo. Inmersa en esa actitud, si pido amor, se supone que tiene que aparecer alguien que me ame. Si lo que pido es libertad, tiene que llegar alguien que me libere. Si es diversión, tengo que encontrar una persona divertida. Parece que desde afuera tiene que llegarme por arte de magia aquello que noto a faltar.
Con el tiempo, te das cuenta de que el amor, la libertad, la diversión o lo que sea están en primer lugar en tus manos.
En la toma de conciencia de lo que necesitas, en su definición y en adoptar la actitud que te llevará a la acción adecuada.  ¿Quieres más libertad? ¿Qué estás haciendo para ser más libre? ¿Has identificado aquello que te esclaviza por dentro y por fuera? ¿Quieres más amor? ¿Cómo te estás amando, cómo estás poniendo amor en la vida de otras personas? Qué diferente esperar que alguien te ame que poner en marcha en ti todo lo que te hace amar y ver qué ocurre en tu vida como consecuencia.
✳️Qué diferente esperar que alguien te libere que indagar en lo que te esclaviza desde dentro.
✳️Qué diferente es esperar que los estímulos externos te diviertan que aligerar tu corazón de preocupaciones y disponerte a pasarlo bien.

Pararnos a pensar qué es lo que depende de mí, qué puedo hacer yo, cómo y hacia donde tengo que encaminar mis pasos. La magia está en mí, y consiste en que la fuerza de mi deseo ponga en marcha los mecanismos que me llevarán verlo materializado. Ese rumbo que toma tu vida cuando te alineas con tu deseo ya te acerca a conseguirlo.  La persona en la que te conviertes cuando encaminas tu voluntad y tus recursos hacia él ya tiene sentido, aunque no lo consigas. Si no generas esta actitud en ti, no estas formulando un deseo, sino una fantasía. Es muy lícito que fantasees, pero no esperes que se cumpla sin más. La fantasía suele ser bonita, el deseo es potente. No es una visión estática de algo. Pone en marcha un dinamismo que nos moviliza por dentro, nos guía, nos orienta, alimenta nuestra esperanza. La fantasía sin más es un globo que nos explota en la cara al primer contratiempo.

Si deseo profundamente que mis macetas se llenen de flores no me bastará con concentrarme y visualizarlo. Iré a buscar semillas, me enteraré de la mejor época para plantarlas, esponjaré la tierra y después de sembrarlas las regaré y esperaré a que la naturaleza haga su curso o su magia. La magia la pongo en marcha yo. Si la planta sufre alguna plaga, me informaré sobre cómo curarla. Y así, probablemente, mis macetas se llenen de flores cuando llegue su tiempo oportuno y mi deseo se verá cumplido….con mi necesaria participación.
Si tienes un deseo, siémbralo primero en tu corazón y transfórmalo en compromiso.
🐪Escríbete una carta con la ilusión que ponías cuando de niño la dirigías a los Reyes Magos, porque ahora el rey mago de tu vida eres tú, tú eres el dueño de tu magia.  Verás cómo se ponen en marcha los engranajes que convertirán esa carta en algo real.
Los deseos son anzuelos que te lanza el universo para sacar de ti todo tu potencial. 

🎄Esta Navidad, pide un deseo…y plántalo en tu corazón. Te sorprenderás de su  poder  transformador.


Marita Osés

Diciembre 2024



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2.12.24

Un retiro de silencio

Algunas personas se asombran cuando les comento que asisto a retiros de silencio, algunos de 10 días de duración. “¡Uf qué duro! Yo no lo aguantaría.” “¿Cómo lo haces?” “Yo me volvería loca.” Para mí, son imprescindibles.
Hace poco participé en uno que duraba de viernes a domingo. Salir del trabajo después de toda la semana laboral y saber que te diriges a un oasis de silencio es muy motivador si,  como yo, eres una persona especialmente sensible a los ruidos y a las prisas que conlleva la vida en las grandes ciudades.
Me pregunta una amiga: “¿Cómo podéis estar veintitantas personas en una misma sala, cruzándoos por las escaleras o los pasillos, comiendo en la misma mesa….sin dirigiros la palabra durante dos días?” “¿Qué hacéis tantas horas callados?”  Diría que enfocamos nuestro periscopio hacia nuestro interior y nos tomamos tiempo para adentrarnos en lo que somos. Centrados en el SER, intentamos soltar el HACER y el TENER. 
No resulta fácil, porque la sociedad valora lo que hacemos y lo que tenemos, es decir lo que se ve.
Llevamos unas vidas tan “hacia afuera” que nos olvidamos de que el motor de todo está dentro y, lo que es peor, lo descuidamos.
Hasta el punto de que este motor acaba parándose por inactividad con lo cual nosotros acabamos dependiendo de estímulos externos para funcionar. No creo que sea así como hemos sido concebidos. Tenemos un núcleo positivo, llámesele alma, esencia o como se quiera, que está en el origen de lo que somos.
El SER es el gran olvidado en esta sociedad de las apariencias.
Pues hacia ahí vamos  cuando nos rodeamos de silencio. A reconectar con eso que nos da vida, sentido, solidez, presencia aunque sea invisible. Tan invisible, que nos olvidamos de que existe. Lo decía Saint Exupéry en El principito:
“Lo esencial es invisible a los ojos.”
Y sin lo esencial nos quedamos en lo superficial, o todavía peor, en lo superfluo.
¿Qué hacemos en los retiros de silencio?

BUCEAMOS. Cuando te zambulles en el agua y buceas, no sabes lo que te vas a encontrar, aunque las aguas te sean familiares.

Si tienes suerte verás una tortuga marina, atravesarás  un banco de peces o  descubrirás una estrella de mar. Y , según donde estés, puedes encontrarte un tiburón. Se trata de adentrarse en esas aguas que te conforman y descubrir que eres más de lo que tu mente te hace creer. Más que tus sensaciones, más que tus pensamientos, más que tus sentimientos. Conectas con eso que eres, eso que se da  cuenta  de todo lo demás,  y comprendes que la sensación de soledad tiene que ver con la desconexión con esta parte de ti.

Cuando te sumerges en el mar, te envuelve el silencio del agua que amortigua todos los ruidos, por muy agitadas que estén las aguas en la superficie. Si vas al fondo entras en un útero armonioso, plácido, lento. Cuando te zambulles en tu interior, lo más probable es que lo primero que percibas es la cantidad de “ruido” que hay: pensamientos, creencias, sentimientos, compromisos, recuerdos, imágenes… Si tienes paciencia, descubres que detrás de todo ello hay algo más y eso que hay es lo que tu alma anhela. Poner la atención en la respiración es fundamental para atravesar esa cortina de ruidos. Los acoges, los respiras, los despides; los acoges, los respiras, los despides. Así uno por uno. Los hay que necesitan más paciencia por tu parte para lograr deshacerte de ellos, que es lo mismo que decir que necesitan más amor. Bueno, pues hay que dedicarles más tiempo. Sobre todo no resistirse a ellos, necesitan tu atención, probablemente porque en otros momentos se la habrás negado.

No voy a ocultar que puedes pasarte todo el fin de semana solo haciendo esto: intentar  no dejarte llevar por los pensamientos que tu mente va reproduciendo, sin llegar a descubrir ningún tesoro oculto en el fondo de tu mar. Pero mientras lo haces, estás experimentado sin proponértelo otra cosa:
Estar contigo, prestarte atención, no perderte de vista.
Y eso te lleva a conocerte. Los amigos se hacen pasando tiempo con ellos. Te haces amiga tuya.  Acabas distinguiendo lo que forma parte de tu esencia y todo lo que son “accesorios”: y te das cuenta de la cantidad de estrategias que has construido para adaptarte al medio en el que te tocó nacer, mecanismos de defensa que tu mente ha elaborado para sobrevivir, máscaras tras las cuales escondes tu vulnerabilidad, tus complejos, hábitos que adquiriste en tu infancia y que se te han quedado pegados, como programas obsoletos que no sabes cómo eliminar de tu ordenador cuando ya no te sirven. Para disolver todos estos ruidos en el mar del silencio no tienes que hacer nada más que RESPIRARLOS, es decir, aceptar que están ahí, que tienen su historia y su derecho a existir, aunque en estos momentos te estorben.
Se trata de contemplarlos sin juicio, con la intención de que nos permitan ver más allá de ellos y poco a poco los vamos comprendiendo, aceptando, disolviendo, incluso agradeciendo. En algún instante privilegiado en el que desaparecen del todo, la paz es absoluta. Y llega la sensación de estar sostenida por algo más grande que una misma. Hay personas afortunadas o muy avanzadas en la práctica de la meditación que  son capaces de mantener este estado largamente y disfrutarlo. Es una sensación de claridad, de estar en tu verdad. Es un estado de conciencia plena. Como habitualmente vivimos en la inconsciencia,  en esos momentos nos damos cuenta de que somos una consciencia-testigo que lo observa todo sin juzgarlo y por eso es capaz de aceptar todo sin alterarse.
En mi caso, apenas me dura un minuto, con mucha suerte, pero me compensa los diez días (o los que sea dure el retiro) porque me hace conocer y constatar una parte de mí de la cual no suelo ser consciente y que puedo recordar que existe cuando el ritmo de vida que llevo me distrae y me hace olvidarla. Gracias a ese minuto, en otros momentos más agitados de mi vida puedo hacer memoria de mi y me rescato.
Rescato a ese ser que me constituye de manera fundamental, que es mi núcleo, mi eje, mi razón de ser, aunque tantas veces me olvide.
El silencio me devuelve a mí y a aquello más grande que yo que me permite ser quien soy. Por eso voy a los retiros de silencio.

Marita Osés
28 noviembre 2025

21.10.24

Te escucho para que te veas

Este verano fui a Rocaviva, un “museo” al aire libre que ocupa la ladera de una montaña junto al pueblo de Mussa en el Pirineo leridano.

El autor de las más de 600 obras esculpidas en las rocas graníticas en plena naturaleza es una persona que vivió como ermitaño allí durante 30 años. Explica que se sentaba en silencio frente a una roca que le llamaba la atención y la contemplaba un buen rato. En realidad la escuchaba. Hasta que se iniciaba espontáneamente un diálogo entre ambos. El entendía que la roca tenía un mensaje que comunicar, lo captaba  y con un cincel y un martillo empezaba a eliminar todo aquello que obstaculizaba la transmisión de ese mensaje, y así aparecía la escultura. Me recordó aquello que decía el escultor renacentista Miguel Ángel:
“En cada bloque de mármol, veo una estatua tan clara como si se colocase delante de mí, perfectamente acabada en su forma y actitud. Solo tengo que arrancar las paredes rugosas que aprisionan esa preciosa aparición para revelar a los ojos de los demás lo que yo veo con los míos.”
Si es posible entrar en diálogo con un bloque de granito o de mármol, y desvelar la maravilla que contienen ¿qué no será posible con nuestros semejantes?  ¿Cómo tiene que ser un diálogo para que nos lleve a desvelar lo mejor del otro? ¿Cómo sería aspirar únicamente al descubrimiento de la esencia de quien tengo delante en cada relación? ¿Me planteo abrir mi corazón para recibir lo que sea que el otro quiera compartir o para dar lo que sea que yo pueda ofrecerle?
El ser humano  desarrolla su potencial en relación con otros seres. 
¿Qué  sentido tiene el acompañamiento de las personas en su recorrido vital? Ver en ellas aquello que no ven de sí mismas.
En diálogo con el otro, lo descubrimos y nos descubrimos.
Hacer de espejo, ayudar a desentrañar el misterio que cada uno lleva dentro. Contribuir a averiguar quién es. Conocer su ser verdadero. Ser cómplices de su yo más auténtico.

🧏Primer requisito para que el intercambio cumpla con esa misión: que mi espejo esté lo más limpio posible para reflejar de manera fidedigna la  realidad de la persona a la que escucho, no la mía. El ego del que escucha desaparece y se convierte en un espejo  en el que el interlocutor se ve.
Al aparcar mi ego, dejo de interpretar lo que escucho en base a mi historia personal, mis valores, mis expectativas.
No permito que mi mente emita juicios y me limito a observar/ escuchar, comprender y aceptar. La mente tiende a juzgar según sus categorías, condenar y castigar. De todo lo que interfiere en la escucha lo peor son los juicios, conclusiones sobre la otra persona o su situación que tienen que ver más conmigo y mi percepción que con ella. Le son útiles a mi mente para clasificar la realidad y entenderla, muchas veces haciendo que encaje a la fuerza en mis esquemas mentales. Y desechando todo lo que no encaja. Entonces mi interlocutor se siente excluido.

Cuando la mente asume el protagonismo, pasa por encima de lo que necesita aquel o aquella a la que pretendo acompañar. Si mi espejo no está limpio proyectaré mis sentimientos o pensamientos en lugar de acompañar a mi interlocutor a bucear por sus aguas. Por eso es importante repetir en voz alta lo que la persona ha dicho para confirmar que es eso lo que quería decir y no estoy interpretando o poniendo de mi cosecha. Aunque yo tenga más edad o más experiencia en un área determinada que la persona a la que escucho, 🧏el segundo requisito para que la escucha sea limpia y provechosa es mantener la actitud del aprendiz. Todo ser que se cruza en mi camino, aunque sea él o ella quien acuda a mí,  tiene algo que enseñarme siempre, incluso desde su inexperiencia o desde sus errores, si soy lo suficientemente humilde como para aceptarlo. La vida no lo ha puesto ahí por casualidad. Eso implica también estar convencida de que quien más información tiene sobre sí mismo es quien acude a mí, aunque no sepa que lo sabe. Ese conocimiento, o esa información puede estar enterrada bajo muchas capas de dolor que hacen que la persona se haya alejado de su esencia y se sienta perdida, pero la esencia está ahí, intacta, como un tesoro bien guardado en la tranquilidad del fondo marino, aunque las aguas de la superficie están muy revueltas por la tormenta. Si mi escucha le ayuda a confiar en que todo lo que necesita saber sobre sí está en su interior, mi acompañamiento habrá sido útil. Yo puedo ayudarle a desenredar la madeja si es que se ha liado, a reconocer los obstáculos que no le permiten acceder a su ser profundo, pero la sabiduría está en su corazón. Acogiendo todo lo que me comparte, sin juzgarlo  y comprendiendo que cada situación tiene su historia y su motivación le ayudamos a darse un espacio que se negaba. Es entonces cuando puede hacer las paces con aquella parte de su historia  que no podía integrar por haberla juzgado y condenado, a veces durante años. 
Gabor Maté, un psiquiatra especializado en sanar el trauma, defiende que la eficacia de una terapia no reside en la técnica empleada, ni en el nivel  académico del terapeuta sino en la calidad del vínculo entre éste y su paciente. Es ahí donde empieza la sanación. Un estudio realizado midiendo las ondas electromagnéticas que emitían los cerebros y corazones de ambos, ratificó que los momentos más efectivos se producían cuando las radiaciones de ambos estaban sincronizadas y eso ocurría cuando el terapeuta simplemente escuchaba y estaba presente. No eran sus comentarios, basados en su experiencia, sino su capacidad de escucha empática y profunda lo que creaba un espacio único que desvelaba el potencial de cambio y de crecimiento del cliente y le permitía sanar.
🧏Este sería el tercer gran elemento de la escucha: la presencia ¿Qué significa estar presente? Entregarte por completo a acoger, sostener lo que tu interlocutor comunica sin perderte en sus sentimientos ni en sus pensamientos, pero haciéndote permeable a ellos. Se trata de decirle con tu actitud, con tu postura, con tu forma de mirarle: TE VEO Y TE RECONOZCO y devolverle generosamente la imagen que tienes de esta persona. Escuchar así  a alguien es una forma de ayudarle a conocerse a través de sus propias palabras escuchadas sin los filtros que a ella le impiden reconocer su grandeza. No hace falta ser terapeuta para eso.
Cada vez que no sepas como ayudar a alguien que se siente pequeño, perdido o solo, simplemente ESCÚCHALE para que pueda VERSE.


Marita Osés

Octubre 2024


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26.9.24

Permiso para disfrutar


¿Qué es para ti la vida? ¿Un regalo que te han hecho o un premio que tienes que ganarte?
Podíamos decir lo mismo del amor. ¿Consideras que tienes derecho a ser amado por el mero hecho de haber nacido o, por el contrario crees que tienes que merecer ese amor comportándote de una determinada manera?



A estas preguntas existenciales llegamos de la mano de Gaspar Hernandez, en su  programa de Catalunya Ràdio , L’ofici de viure, que el domingo pasado llevaba por título “Darnos permiso para pasarlo bien”. Pasarlo bien tiene un significado distinto para cada persona. Una disfrutará cocinando, otra yéndose de fiesta, haciendo deporte o dedicándose a un hobby, o en contacto con sus seres queridos, o abandonando toda actividad.  Sea lo que sea lo que cada uno entienda por pasarlo bien, lo primero que sugería  el título del programa es que a veces nos cuesta darnos permiso para disfrutar.
¿Por qué?

Lo primero que nos condiciona es la cultura familiar. Si en casa no era aceptable verte tumbada o sentada en el sofá sin que te dijeran “Deja de hacer el vago”,  o “ ¿No tienes nada más que hacer?” significa que no veían con buenos ojos el no ser productivo o el hecho de estar disfrutando de una pausa. No hacer nada, no estar cumpliendo con alguna obligación se consideraba una falta de responsabilidad.  Percibo ahí tal vez una preocupación por preparar a los hijos para el futuro,  entrenarles a hacer cosas aunque no les apetezca, porque la vida no es algo que fluya siempre a pedir de boca y parece importante prepararlos para tolerar la frustración. Si voy más al fondo de la cuestión, me pregunto si detrás de esto no estará la mentalidad judeocristiana que siembra en nosotros el sentimiento de culpa por habernos “portado mal” y haber sido expulsados del paraíso, que conlleva la idea de que nuestro paso por la Tierra es una oportunidad de redimir ese pecado y de ganar el premio de regresar al paraíso. Por supuesto, no somos conscientes de esta idea, pero ha sido sembrada en nuestro subconsciente  desde hace más de 2000 años.
Para las personas convencidas de que ese mundo es un valle de lágrimas y que hemos venido a sufrir, una persona que disfruta es como mínimo una insolencia.
En este sentido, siempre me ha llamado la atención un comentario que me dirigen algunas personas cuando comento algún aspecto de mi vida o algún plan que disfruto especialmente. “Caramba, ¡qué bien te lo montas! eh?” y el tono no es de complicidad o de admiración, sino de reproche, como si “montárselo bien” fuese algo de lo que avergonzarme. ¿Por qué no voy a tener derecho a pasarlo bien? ¿Será que cuestiono a las personas cuya idea es que la vida es dura, injusta , un desierto árido que hay que atravesar padeciendo? Por un lado, si la vida es dura e injusta –todos lo hemos experimentado en algún momento- más vale que encontremos momentos para pasarlo bien y recarguemos la energía que necesitamos para enfrentarnos a los desafíos que nos plantea. Y en los momentos en que no es ni dura ni injusta ¿por qué no celebrarlo?
A veces son el perfeccionismo y la autoexigencia que rigen nuestras vidas los que hacen que nos castiguemos de manera permanente por los errores u omisiones que cometemos, como seres humanos imperfectos que somos. Y concentrados en hacerlo todo a la perfección, desconectamos de nuestras necesidades. Entre ellas, la necesidad de pasarlo bien para distenderse, relajarse,  encontrarse con uno mismo. Cuando no somos capaces de ver el disfrute como una necesidad, y por lo tanto como un derecho, lo consideramos como algo que hemos de ganarnos, y si cometemos algún error u omisión, llegamos a la conclusión de que no lo merecemos. Nos castigamos. Y es precisamente en esos momentos, cuando nos conviene ser más generosos con nosotros mismos, en línea con la frase
“Ámame cuando menos los merezco, porque es cuando más lo necesito.”
Todos necesitamos recordar o que nos recuerden que fallar no nos hace indeseables ni indignos de pasarlo bien.
Me gusta recordar que somos parte de la naturaleza y que en ella rige la gratuidad. Nadie tiene que ganarse la lluvia. Cuando llueve, llueve para todos. Es un regalo, no un premio para quien se porta bien.  Y también el sol sale para todos. Y los árboles dan sombra y cobijo a cualquier ser al que se le antoje acercarse. Nos hemos  alejado tanto de la naturaleza que hemos perdido este sentimiento de  gratuidad del hombre primitivo que iba descubriendo a su alrededor todo lo que necesitaba para mantenerse con vida. Ahora (como mínimo en este lugar del planeta desde el que escribo) ya hemos superado la fase de supervivencia y hemos aprendido que para ser felices, además de sobrevivir la clave es descubrir lo que nos DA VIDA. Pasarlo bien es eso, es llenarse de vida, de ilusión, de esperanza. No significa necesariamente irse de juerga, sino cultivar tu hobby, descansar, hacer actividades que te gustan, encontrarte con tus seres queridos que te llenan de amor. Todo lo que nos produce bienestar cubre una necesidad completamente lícita. Pasarlo bien, como decíamos, es una necesidad o un derecho, como lo queramos llamar, no un capricho. Los derechos humanos se enunciaron en base a necesidades básicas e irrenunciables de las personas. Y esta lo es. Pasarlo bien nos da un bien-estar que nos permite, en palabras del filósofo Emilio Lledó, bien-ser, ser personas plenas. 
Cuando has sido criado exclusivamente en el sentido de la responsabilidad, es decir en base a tus deberes (obedecer, portarte bien, cumplir) llegado a la edad adulta, puede que te cueste conectar con tus deseos, con lo que te genera ilusión y esperanza. Tu primer pensamiento al levantarte es “¿Qué tengo que hacer hoy?” y no se te ocurre preguntarte “¿Qué quiero hacer hoy?” Muchas veces ya ni sabes lo que quieres de tan poco que has practicado la capacidad de elegir. Una manera de superar esta dificultad de conectar con el deseo es averiguar  primero  tus necesidades. “¿Qué necesitaría  hoy para sentirme satisfecha al final del día?”. Para responderla, tendrás que recordar que dentro de ti  hay diferentes voces y no permitir que tome el mando esa voz que ha regido tu vida desde el cumplimiento y la responsabilidad frente a los demás. Porque en ese caso lo más probable es que te diga “necesites” hacer lo que toca. Pero no confundas la satisfacción del deber cumplido con el placer de actuar en plena coherencia con lo que sientes y piensas. Date espacio y tiempo para escuchar la voz de tu cuerpo que no engaña y discierne si te pide descanso, movimiento, contacto con otras personas o distracción, o lo que sea. La respuesta a esa pregunta tiene que darte vida, bienestar, paz, y no estar condicionada por expectativas ajenas.  Otra reflexión que puede ayudarnos a liberarnos del patrón del cumplimiento es plantearnos ¿A qué tengo derecho? Y escribirlo en un papel que releeremos de vez en cuando para recordarlo y encontrar maneras de materializarlo.
Podríamos alargarnos mucho sobre este tema, pero para cerrarlo y que cada uno llegue a sus propias conclusiones, creo que la pregunta clave para reconocer cuál es tu actitud frente al disfrute es la que abría esta reflexión:

La vida ¿es para ti un premio o un regalo? El premio te lo has de ganar. El regalo llega a tus manos y lo has de agradecer y disfrutar.
Puedes pasarte la vida haciendo cosas para ganarte el derecho a existir o para justificar tu existencia. O, por el contrario,  disfrutar de las posibilidades que te ofrece el hecho de estar viva y de la fuente de energía que es la gratitud por ti misma y por lo que te rodea. Cómo agradeces y cómo disfrutas reflejará cómo entiendes tú la felicidad y la vida.


Acaba de empezar el otoño, tiempo en el que los árboles con sus hojas nos recuerdan la importancia de soltar. Deseo  que antes de fin de año: 


🍂sueltes el exceso de responsabilidades que no te permiten disfrutar y te  responsabilices
  de tu bienestar.
🍂 descubras la importancia de pasarlo bien y tu modo concreto de hacerlo para ser mejor persona, más humana, más feliz, más tú.

Y como siempre: atrévete a soñar, camina hacia tus sueños, y sobre todo disfruta del camino.

Marita Osés ,
23 septiembre 2024

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18.7.24

¿Qué te cuentas de ti?


Uno de los deportes favoritos de nuestra mente es elaborar historias, o como decimos vulgarmente, montarse películas. ¿Somos la narrativa que hacemos de nosotros mismos o simplemente nos creemos que ese relato es nuestra realidad? 




A veces, hay mucha más verdad en lo que no contamos que en el relato que nos hemos hecho de nuestra persona. 

ERES MUCHO MÁS  
DE LO QUE TE CUENTAS DE TI. 
 
Eso es lo que hace el coaching: ayudar a las personas a desvelarse a sí mismas, más allá de lo que creen -o de lo que les han hecho creer- que son. Es un trabajo fascinante. No solo porque el potencial de cada persona es infinito y de una belleza que pone la piel de gallina, sino porque al mismo tiempo, ellas me desvelan a mí. Sus historias me hacen ver aspectos de mi que había ignorado u olvidado y me dan claves para reinterpretarme. Hay un momento que me colma especialmente y es cuando la persona se reconcilia consigo misma y con su pasado, con todo su ser, y comprende que todo lo que no había entendido tiene un sentido, aunque haya cosas que sigan resistiéndose a su razón. Cuando se dan cuenta de que no se trata de comprender racionalmente, sino de abrazar toda su biografía con el corazón. SIN JUICIO. 

Es un momento sagrado. Y muchas veces se da cuando logran conectar con esa criatura que fuimos y que sigue viva dentro de nosotros, a veces con las heridas abiertas, esperándonos, porque solo una misma puede sanarlas. Nadie más. Con amor y compasión. Otras veces el niño o la niña que fuimos atesora recuerdos felices que vienen al rescate cuando las cosas se ponen feas. Son depósitos de felicidad que renuevan las ganas de estar vivos, al darnos cuenta de que eso fue verdad y puede volver a serlo.

Una de las cosas más bellas de entrar en la vida adulta es poder hacernos cargo de esta parte nuestra que necesita apoyo incondicional: nuestra vulnerabilidad. Poder decirle: “Estoy aquí, nunca más te sentirás desamparada”. Nunca más voy a desatenderte: 

✴️Eres mi responsabilidad y la asumo con gusto, porque te quiero, no por obligación. 
✴️Estoy deseando cuidarte como no había hecho hasta ahora y vamos a ser inseparables.
✴️Quiero que así sea. “No me alejaré de ti nunca más.” 

Cuando llegas a este momento, no vuelves a sentir soledad. Estás acompañada siempre, junto a la persona que más te conoce del todo el mundo. Que lo sabe todo de ti y no lo juzga, porque conoce también el trayecto que tenías que recorrer para llegar hasta aquí y lo acepta con gratitud, a pesar de que muchos días fue duro, mucho más duro de lo que creías merecer. Pero esto no va de merecimiento, sino de confiar en que la vida sabe mejor lo que te dará plenitud y te lo ofrece sin descanso, aunque le hagas ascos, hasta que por fin lo aceptas, con gusto o porque no te queda otra.

Preside nuestro comedor un cuadro que me pintaron cuando tenía 5 años, que marido se negó a vender cuando desmontamos la casa de mis padres. He acabado tomándole cariño. No es que me sienta especialmente identificada con ese retrato.  Pero sí adivino, en el fondo de su mirada, la imagen de la niña que fui. Con una bondad infinita y  una pureza de sentimientos casi insultante. No tenía malicia alguna  y en cambio, sí una sensibilidad exquisita que le hizo sufrir y gozar un montón. A partes iguales, para ser justa. Hay un punto de tristeza en los ojos de esa niña, probablemente porque le resultaba difícil encajar en su entorno y eso le hacía sentirse sola con frecuencia. Ella misma se asustaba de su capacidad de amar, de su compasión por personas, animales y plantas y de su necesidad de ver felices a los seres que la rodeaban. Se asombraba también de su facilidad para adivinar lo que necesitaban para serlo.  Con su madre entró en cortocircuito: Para que ella fuera feliz, la niña tenía que dejar de ser como era y amoldarse a lo que su mamá deseaba . Por supuesto, eso fue lo que la niña interpretó. La historia que la niña se contó. Lo hizo durante bastantes años, a costa de un profundo sufrimiento. Una depresión juvenil le dio las señales de aviso y un gran mensaje: "tu ser es innegociable, ni a tu madre ni a nadie puedes venderte a cambio de amor."

Tienes el derecho y el deber de serte fiel.

Y se negó a complacerla por el resto de su vida. 
Pero el patrón de conducta seguía vivo dentro de la niña  y tras las primeras experiencias amorosas, volvió a caer en la trampa de adaptarse a lo que su pareja quería por miedo al abandono y al rechazo. Volvió a perderse, a hacerse pequeña y a renunciar a su criterio, acrisolado a lo largo de años de vida consciente. Con la llegada de los hijos, a pesar de rozar la extenuación al final del día durante largas temporadas, empezó a recuperar su poder personal sin siquiera darse cuenta. En salud, cuidados y gestión emocional estaba claro que ella dominaba en casa y ahí empezó a crecer otra vez. Sus hijos la hicieron grande de nuevo. Aunque a ella le costó tiempo reconocerlo. Estaba demasiado preocupada por no cometer errores y ya no le quedaba atención para reconocer sus aciertos. La señal de alarma que esta vez le regaló su cuerpo sabio fue un cáncer de mama. Su otro gran maestro.
Aunque reconoce  los fallos cometidos y le siguen doliendo, ahora sabe que realizó un buen trabajo, porque lo hizo lo mejor que pudo. Se perdona por todo lo que no supo hacer mejor y agradece lo mucho que aprendió del dolor que eso le produjo. Se da cuenta de que sus limitaciones y condicionantes se anclan en su infancia y tal vez aún más allá, y las disculpa. Y sigue caminando con la vista puesta en el ahora, que es el único lugar o el único tiempo en el que puede seguir desplegándose.

Hoy siento una profunda gratitud por el camino recorrido. Y la elevo al cielo para que llegue a todas las personas cuyas vidas se han cruzado con la mía porque sé que estoy hecha de todas ellas, que hay una parte mía -unas veces menuda y otras, enorme- que les pertenece. Cada vez que he tenido delante a alguien que ha suscitado mi entrega, ese ser me ha construido o me ha motivado a construirme, a SER lo que soy, lo mismo que eres tú que me lees: potencial infinito de amor. Ojalá lo descubras y lo disfrutes.

Marita Osés
10 julio 2024

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