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25.7.25

Prioridad clara, decisión fácil

Algunas personas acuden al coaching queriendo entender por qué les cuesta tanto tomar decisiones. Buscan herramientas para no dar tantas vueltas a las cosas o a las situaciones y para atreverse a tomar un camino determinado, sin perder tanto tiempo evaluando las consecuencias.


Uno de los obstáculos con los que se encuentran es que analizan en exceso la situación, la miran desde todas las perspectivas posibles y valoran tantos escenarios que se quedan sin energías ni claridad para decidir. Deberían recordar que análisis rima con parálisis. El  análisis se hace desde la cabeza y la energía para dar pasos en la vida viene de otro lugar, como veremos después, viene de desear profundamente algo. Cuando damos vueltas y más vueltas con los pros y los contras, y las implicaciones de tomar una decisión u otra acabamos mareados y entramos en bucle.

Si la persona es además perfeccionista, querrá tomar la mejor decisión, y eso le hará descartar alguna alternativa perfectamente válida que le ayudaría a salir del atolladero, aunque tal vez no fuera la solución óptima. Al final, no hay decisiones perfectas, sino decisiones que nos ayudan a avanzar, que es lo que importa.
Todo resulta mucho más fácil cuando hay una prioridad clara.
Cuando estás embarazada, o superando una enfermedad grave, o cuando quieres aprobar una oposición o una carrera de la que depende tu sustento, cuando necesitas superar un obstáculo con el que no contabas para llevar a cabo tu sueño, es mucho más fácil tomar decisiones. De hecho, no hay que tomarlas en sentido literal, sino que las acciones surgen de manera natural en coherencia con esa prioridad que hay ahora en tu vida. Por eso es importante formular las prioridades.  Cuando hay una prioridad, todo lo demás está sujeto a ella, no hay duda. No hay vacaciones que valgan, ni costumbres arraigadas que no puedan modificarse, ni plazos que no puedan moverse porque existe un motivo claro, una razón de peso que actúa como brújula de todo lo demás. Un reto deportivo, por ejemplo, hace que tus horas de descanso y de entrenamiento sean sagradas, tu alimentación muy cuidada, tu vida social más reducida. 
Muchas cosas que antes te parecían importantes o incluso imprescindibles, se caen. En otras circunstancias, ni te plantearías renunciar a ellas o te costaría muchísimo hacerlo, pero cuando has decidido que aquello es tu prioridad, cualquier argumento  se disuelve hasta desaparecer. Y es porque ha aparecido algo que da sentido a todo y por lo tanto, no tienes que tomar la decisión de renunciar por ejemplo a algo que antes formaba parte de tu cotidianidad, sino que  hay una acción que se desprende de manera natural de una decisión anterior, que es tu prioridad. 

Por eso, sería bueno preguntarnos: En este momento de mi vida, ¿cuál es mi prioridad? ¿Hay en mi realidad actual algo lo suficientemente importante como para vertebrar mi día a día sin tener que tomar decisiones a cada paso pues solo se trataría de ser coherente con esa primera decisión?
Igual ya la sabes pero no te la has tomado en serio, no eres plenamente consciente de ella y por eso no actúas de acuerdo con ella. 
 
¿Qué te importa de verdad ahora mismo? ¿Tu salud, tu relación con tal persona, tu físico, tu carrera, tu familia? 
Tomar conciencia de lo que te importa ayuda a que tus acciones estén alineadas con tus decisiones.
Te ahorra además muchas quejas, porque te da claridad respecto de lo que quieres de verdad. A veces nos lamentamos por tener que hacer cosas que no nos apetecen, sin darnos cuenta o sin querer reconocer que eso es necesario para conseguir lo que queremos. La queja no sirve para nada más que para instalarnos en la pasividad. Las prioridades son lo que quiero de verdad y es el deseo profundo el que nos impulsa a la acción, no la mente que te dice lo que debes hacer. Lo que quieres hacer no es lo mismo que lo que te apetece. Si lo que quieres es ganar esta competición o quedar en buen puesto en la maratón de mañana, está claro lo que harás o no simplemente siendo coherente con ese deseo.  Si lo que quieres es tener un bebe sano ya sabes qué cosas pueden perjudicarte y has de evitar.  Las quieres evitar. Si lo que quieres es una relación armoniosa con tu pareja, y para ello necesitas poner una situación dolorosa sobre la mesa, eso es lo que quieres, por poco que te apetezca.

Por eso, cuando no estés segura de qué decisión tomar, mira primero qué prioridades hay en tu vida en este momento y comprueba si lo que sea que decidas está respetando o no esa prioridad. Si eres coherente con tus prioridades, verás que las decisiones se desprenden de manera natural de ellas.

Marita Osés
Julio 2025


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21.4.25

No somos fotos fijas


Cuando llevamos un tiempo prolongado de relación con alguien (puede ser la pareja, el padre, la madre, el hermano, un compañero de trabajo o un amigo), nos da la sensación de que ya lo conocemos.

Nos hacemos una idea de esta persona y corremos el peligro de encasillarla. Decimos que esta persona es así o asá. Tan convencidos estamos de ello que acabamos relacionándonos con el cliché que tenemos de ella, no con la persona en sí. Y claro, con el tiempo la persona se nos escapa, no la reconocemos.

Puede darse el caso de que esta persona intente trabajarse algunos aspectos de su carácter, evolucione en su forma de ser a partir de lo que le va trayendo la vida o incluso de lo que le sugieren sus congéneres. Y puede suceder que como yo me he quedado con la idea que tengo de ella, no sea capaz de apreciar los pasos que esta persona está dando en otra dirección. Todo lo que no se ajusta a la idea que me he hecho de ella, lo descarto sin más. 

La situación puede resultar muy frustrante para el hijo que intenta mejorar aspectos que le ha comentado su progenitor, o para la persona que intenta modular su conducta en aras a mejorar su relación  de pareja o para el amigo que se esfuerza en desbloquear una amistad y no consigue que el otro salga del modo de relacionarse que arrastran hace tiempo. Cuando nos relacionamos con la idea que tenemos del otro, estamos ciegos a los pasos que el otro da en cualquier dirección que no sea la que nosotros creemos. Y la frustración que provocamos se va traduciendo en desmotivación.

El caso es que nadie es así o asá, porque todos estamos en proceso de crecimiento y de cambio. Si estamos vivos, cambiamos. Puede que nos resulte más fácil relacionarnos con la idea que tenemos de una persona, pero eso despoja a la relación de vida y de novedad. Desde mi idea fija, todo es previsible y puedo adivinar prácticamente todas las reacciones que va a tener. Y al predisponerme a esas reacciones, de alguna manera las propicio. Leí en algún lado: “No hay ley más invariable que aquella que dice que como pago de nuestras sospechas encontramos aquello que sospechábamos.” Si me acerco a una persona pensando de antemano cuál va a ser su respuesta, no le dejo margen de maniobra, ni le permito salirse de la etiqueta en la que la he clasificado. ¿Para qué nos sirven las etiquetas? Para manejarnos mejor. Nos dan seguridad. Para ir preparados y no tener que improvisar. Pero la vida es cambio y nos sorprende, ha de sorprendernos a cada paso y nosotros aprendemos a improvisar dando respuesta a lo que tenemos delante materialmente y no a lo que habíamos previsto mentalmente. ESO es vivir.

Cuando me relaciono con la idea que tengo del otro no salgo de mí. Todo se cuece en mi mente. Y las relaciones auténticas se ventilan a otro nivel. Si un día, por las circunstancias que sea, abro mi corazón y entro en lo que el otro es, no en lo que pienso que es, entonces descubro infinidad de posibilidades y de respuestas, y nada es previsible ni controlable. Me  abro a la incertidumbre, pero también a una riqueza inusitada. No lo encasillo en una idea, sino que permito que sea cualquiera de las miles posibilidades que tiene de ser, se ajuste o no al concepto que yo pueda tener de antemano.

Cuando alguien no tiene una idea prefijada de mí, sino que está abierto a lo que yo vaya manifestándole en mi proceso de crecimiento, se convierte en mi aliado, en mi mejor compañero/a de camino. Esa persona, deja a un lado sus expectativas, y va validando aquello que yo decido ser, por el simple hecho de respetar mi opción. Y con ello me ayuda en la labor de construirme personalmente.

Muchas veces somos nosotros mismos los que nos relacionamos con la idea que nos hemos hecho de nuestra persona, y no con lo que realmente somos. Nos hemos identificado tanto con el personaje que hemos creado para abrirnos paso en las circunstancias que nos ha tocado vivir, que al final nos creemos que somos eso. “Soy controladora y obsesiva”, me comenta una persona. Y yo le recuerdo las características que ella había enumerado cuando le pedí que me describiera su esencia: noble, alegre, cariñosa, comprensiva creativa, adaptable, paciente, constructiva, optimista, luchadora, detallista, con sentido del humor. ¿Dónde está pues la controladora y la obsesiva? Es la conducta que adopta cuando siente una agresión. La sensación de indefensión le hace acudir al control y a la obsesión como mecanismos de defensa. ¿Es ella eso esencialmente? NO LO ES. Pero a base de identificarse con esas conductas y desconectar de su esencia acaba creyendo que la obsesión y el control forman parte de su núcleo.

Es cierto que hubo un momento de indefensión y de desamparo brutal en su biografía. Y que luego cada situación que le recordara aquella circunstancia ahondaba dolorosamente en una primera herida. Es cierto que esa herida hizo que desconectase de su alegría, de su confianza básica en la vida, de sus ganas de jugar, de su motivación. Pero está en su mano elegir si conecta de una vez por todas con la mujer que verdaderamente es, o queda atrapada en su fidelidad  al ser reactivo al que detesta y que llega a confundir con su ser verdadero.

Para ello hay que trasladar la atención de los hechos o las situaciones concretas a los procesos. Hacer memoria de quien soy y tomar conciencia de que estoy en proceso en evolución. No soy una foto fija, sino una secuencia en permanente evolución. Se trata  de ver a las personas en su proceso, no como realidades estáticas. Si una persona está en un momento negativo y la miro como si ella fuera solo eso, me deprimo y no le doy esperanza. Si por el contrario, lo considero un proceso por el que está pasando, del que saldrá, le doy energías para salir. Relativizo. Lo mismo funciona para un momento positivo. Si lo veo como algo estático, tengo muchas posibilidades de aletargarme, de anestesiarme con el buen momento. Si consigo percibirlo como algo fugaz que va a pasar porque está dentro de un proceso, lo vivo intensamente antes de perdérmelo por inconsciente o por idiota. Esta actitud me ayuda a vivir concentrada en lo esencial y en los detalles al mismo tiempo. Atenta y dispuesta a captar al vuelo para poder disfrutar y reflexionar acerca de lo que capto.

Nadie está terminado de hacer hasta que ha exhalado su último suspiro. Nadie es tan pequeño como para caber en la idea que me he hecho de él o de ella. La persona es su biografía y esta tiene infinitas posibilidades siempre que  no permita que nada ni nadie las recorte. Una vez tomada una foto, ya no somos la persona que el objetivo captó. Proseguimos el camino de nuestra autoconstrucción, quiero pensar que independientemente de la idea que se hayan hecho de cada uno las personas que nos rodean.

Marita Osés 

21.10.24

Te escucho para que te veas

Este verano fui a Rocaviva, un “museo” al aire libre que ocupa la ladera de una montaña junto al pueblo de Mussa en el Pirineo leridano.

El autor de las más de 600 obras esculpidas en las rocas graníticas en plena naturaleza es una persona que vivió como ermitaño allí durante 30 años. Explica que se sentaba en silencio frente a una roca que le llamaba la atención y la contemplaba un buen rato. En realidad la escuchaba. Hasta que se iniciaba espontáneamente un diálogo entre ambos. El entendía que la roca tenía un mensaje que comunicar, lo captaba  y con un cincel y un martillo empezaba a eliminar todo aquello que obstaculizaba la transmisión de ese mensaje, y así aparecía la escultura. Me recordó aquello que decía el escultor renacentista Miguel Ángel:
“En cada bloque de mármol, veo una estatua tan clara como si se colocase delante de mí, perfectamente acabada en su forma y actitud. Solo tengo que arrancar las paredes rugosas que aprisionan esa preciosa aparición para revelar a los ojos de los demás lo que yo veo con los míos.”
Si es posible entrar en diálogo con un bloque de granito o de mármol, y desvelar la maravilla que contienen ¿qué no será posible con nuestros semejantes?  ¿Cómo tiene que ser un diálogo para que nos lleve a desvelar lo mejor del otro? ¿Cómo sería aspirar únicamente al descubrimiento de la esencia de quien tengo delante en cada relación? ¿Me planteo abrir mi corazón para recibir lo que sea que el otro quiera compartir o para dar lo que sea que yo pueda ofrecerle?
El ser humano  desarrolla su potencial en relación con otros seres. 
¿Qué  sentido tiene el acompañamiento de las personas en su recorrido vital? Ver en ellas aquello que no ven de sí mismas.
En diálogo con el otro, lo descubrimos y nos descubrimos.
Hacer de espejo, ayudar a desentrañar el misterio que cada uno lleva dentro. Contribuir a averiguar quién es. Conocer su ser verdadero. Ser cómplices de su yo más auténtico.

🧏Primer requisito para que el intercambio cumpla con esa misión: que mi espejo esté lo más limpio posible para reflejar de manera fidedigna la  realidad de la persona a la que escucho, no la mía. El ego del que escucha desaparece y se convierte en un espejo  en el que el interlocutor se ve.
Al aparcar mi ego, dejo de interpretar lo que escucho en base a mi historia personal, mis valores, mis expectativas.
No permito que mi mente emita juicios y me limito a observar/ escuchar, comprender y aceptar. La mente tiende a juzgar según sus categorías, condenar y castigar. De todo lo que interfiere en la escucha lo peor son los juicios, conclusiones sobre la otra persona o su situación que tienen que ver más conmigo y mi percepción que con ella. Le son útiles a mi mente para clasificar la realidad y entenderla, muchas veces haciendo que encaje a la fuerza en mis esquemas mentales. Y desechando todo lo que no encaja. Entonces mi interlocutor se siente excluido.

Cuando la mente asume el protagonismo, pasa por encima de lo que necesita aquel o aquella a la que pretendo acompañar. Si mi espejo no está limpio proyectaré mis sentimientos o pensamientos en lugar de acompañar a mi interlocutor a bucear por sus aguas. Por eso es importante repetir en voz alta lo que la persona ha dicho para confirmar que es eso lo que quería decir y no estoy interpretando o poniendo de mi cosecha. Aunque yo tenga más edad o más experiencia en un área determinada que la persona a la que escucho, 🧏el segundo requisito para que la escucha sea limpia y provechosa es mantener la actitud del aprendiz. Todo ser que se cruza en mi camino, aunque sea él o ella quien acuda a mí,  tiene algo que enseñarme siempre, incluso desde su inexperiencia o desde sus errores, si soy lo suficientemente humilde como para aceptarlo. La vida no lo ha puesto ahí por casualidad. Eso implica también estar convencida de que quien más información tiene sobre sí mismo es quien acude a mí, aunque no sepa que lo sabe. Ese conocimiento, o esa información puede estar enterrada bajo muchas capas de dolor que hacen que la persona se haya alejado de su esencia y se sienta perdida, pero la esencia está ahí, intacta, como un tesoro bien guardado en la tranquilidad del fondo marino, aunque las aguas de la superficie están muy revueltas por la tormenta. Si mi escucha le ayuda a confiar en que todo lo que necesita saber sobre sí está en su interior, mi acompañamiento habrá sido útil. Yo puedo ayudarle a desenredar la madeja si es que se ha liado, a reconocer los obstáculos que no le permiten acceder a su ser profundo, pero la sabiduría está en su corazón. Acogiendo todo lo que me comparte, sin juzgarlo  y comprendiendo que cada situación tiene su historia y su motivación le ayudamos a darse un espacio que se negaba. Es entonces cuando puede hacer las paces con aquella parte de su historia  que no podía integrar por haberla juzgado y condenado, a veces durante años. 
Gabor Maté, un psiquiatra especializado en sanar el trauma, defiende que la eficacia de una terapia no reside en la técnica empleada, ni en el nivel  académico del terapeuta sino en la calidad del vínculo entre éste y su paciente. Es ahí donde empieza la sanación. Un estudio realizado midiendo las ondas electromagnéticas que emitían los cerebros y corazones de ambos, ratificó que los momentos más efectivos se producían cuando las radiaciones de ambos estaban sincronizadas y eso ocurría cuando el terapeuta simplemente escuchaba y estaba presente. No eran sus comentarios, basados en su experiencia, sino su capacidad de escucha empática y profunda lo que creaba un espacio único que desvelaba el potencial de cambio y de crecimiento del cliente y le permitía sanar.
🧏Este sería el tercer gran elemento de la escucha: la presencia ¿Qué significa estar presente? Entregarte por completo a acoger, sostener lo que tu interlocutor comunica sin perderte en sus sentimientos ni en sus pensamientos, pero haciéndote permeable a ellos. Se trata de decirle con tu actitud, con tu postura, con tu forma de mirarle: TE VEO Y TE RECONOZCO y devolverle generosamente la imagen que tienes de esta persona. Escuchar así  a alguien es una forma de ayudarle a conocerse a través de sus propias palabras escuchadas sin los filtros que a ella le impiden reconocer su grandeza. No hace falta ser terapeuta para eso.
Cada vez que no sepas como ayudar a alguien que se siente pequeño, perdido o solo, simplemente ESCÚCHALE para que pueda VERSE.


Marita Osés

Octubre 2024


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27.4.22

La necesidad de sentir intensamente para compensar la falta de sentido




N. ha finalizado una relación de más de 5 años con su pareja. Al renunciar a un proyecto de vida largamente deseado, se siente como perdida, sin sentido. Una noche se lía con un desconocido. Al día siguiente se siente vacía y frustrada.

¿Por qué no te fuiste a casa si estabas tan cansada? , le pregunto. Es que me hacía vibrar mucho, me responde. Había una voz que me decía, “no tienes nada que hacer con este individuo”, pero el contacto con él me hacía sentir otra vez muy viva y no pude resistirme.  La conozco y no me explico qué podía tener en común con el hombre que me describe. Su alma buscaba sentido y ella le dio una dosis intensa de sentir. Ahogamos anhelos profundos, sin permitir siquiera que acaben de expresarse para no experimentar el vacío, y los llenamos de personas, actividades que nos hacen vibrar, pero que no nos ayudan a encontrar sentido. 

¿Qué es lo que te hace sentir viv@?  
Se ha sofisticado tanto la vida que hemos olvidado el placer de las cosas sencillas. Ya no somos capaces de saborear un vaso de agua fresca o un zumo recién exprimido para sentir en el cuerpo la gratitud de recibir ese regalo. Tenemos que preparar bebidas cada vez más exóticas para sentir que vale la pena pagar por ellas.  Existen no sé cuántas clases de tónicas, ginebras y complementos para preparar algo tan sencillo como un gin-tonic. Rizamos tanto el rizo que nos alejamos de lo esencial, cuando es precisamente la esencia lo que da sentido. Cuando solo logramos sentirnos vivos haciendo cosas especiales sin parar, es que la vida que llevamos no está cubriendo esta necesidad. 

¿Qué diferencia hay entre vivir con sentido y sentirse vivo? 
Ninguna, según se mire. O toda, si nos fijamos en los valores que sostienen cada afirmación. Hay personas cuyo criterio para hacer algo o dejar de hacerlo es si les divierte o no. No me refiero al ámbito del ocio, sino también al ámbito laboral. Olvidan que muchas cosas necesarias en la vida son positivas, y no necesariamente divertidas.  Lavarse los dientes,  tener paciencia con un amigo que atraviesa una época difícil, hacer rehabilitación después de una lesión o hacer la comida todos los días, te guste o no cocinar. Ninguna de ellas es divertida, pero todas tienen sentido. Las personas que necesitan diversión permanente, puede que simplemente necesiten sentirse vivas y solo lo consigan con emociones intensas. Puede que estén huyendo de la apatía, del aburrimiento. ¿Y si el aburrimiento fuera señal de falta de sentido?

Cuando las cosas tienen un propósito, nos guste o no el acto mismo o el proceso de realizarlas, lejos de aburrirnos, nos producen satisfacción. Si cubrimos superficialmente la necesidad de divertirnos o de sentirnos viv@s nunca acabaremos de llenarla, porque las sensaciones son pasajeras. Por el contrario, la paz que experimentas cuando algo te satisface no es una sensación sino un estado profundo del alma y nos construye por dentro, porque nos da estabilidad, fortaleciéndonos.

Divertirse viene del latín, “divertere” apartarse, desviarse de algo penoso y pesado, dar un giro en dirección opuesta, alejarse”. La diversión es, por lo tanto, necesaria para descansar de momentos más duros pesados. Pero permanecer ahí siempre, puede implicar que has etiquetado de duros, aburridos o insoportables algunos aspectos de la vida que tal vez no lo son. Simplemente no les has encontrado su razón de ser, su sentido. O los experimentes como deberes o imposiciones. A este respecto, Marshall B. Rosenberg, en su libro sobre la comunicación no violenta cuenta el caso de una profesora de instituto que se quejaba de tener que poner notas, porque no creía que ayudasen y generaban mucha ansiedad en los estudiantes. Pero tengo que ponerlas, concluía, porque es la política de la escuela. Marshall le pidió que formulase la frase empezando “Elijo poner notas porque quiero…” y ella la completó sin vacilar: Elijo poner notas porque quiero conservar mi puesto de trabajo. Con esta simple formulación, se dio cuenta de que al poner notas no estaba obedeciendo ciegamente a un mandato de la escuela, sino que respondía a un deseo o necesidad suya. Eso es lo que daba sentido a lo que estaba haciendo. Todos necesitamos un propósito. Encontrarlo nos ancla a la realidad y no necesitamos entonces distraernos de ella con tanta urgencia o frecuencia. La hiperestimulación de los sentidos que promueve nuestra sociedad, y a la que podemos hacernos adictos, puede ser una señal de que vivimos sin rumbo.
Una cosa es el sentido y otra muy distinta, los sentidos. Ambos contribuyen a nuestra felicidad. Los sentidos nos dan placeres y el sentido…el sentido nos arraiga y nos da paz.


Marita Osés
27 abril 2022

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11.4.22

Semana santa, parada y fonda


Ayer fue Domingo de Ramos. Muchos niños y niñas recibieron una palma, muchos de ellos sin saber por qué.
A mí me explicaron que con esa palma, los cristianos conmemoran la entrada de Jesús en Jerusalén, donde estaba el templo de los judíos, para celebrar la Pascua, que era su gran fiesta religiosa. A Jesús, hijo de una aldeana de una pequeña localidad llamada Nazaret y de un humilde carpintero, le aclamaron con palmas por ser una persona especial, porque miraba a las personas de manera distinta y actuaba desde el corazón.
Se dejaba tocar por los que la sociedad había etiquetado de intocables, comía con las personas vetadas por los estamentos religiosos judíos, se negaba a absolutizar la ley, cuestionando así a los fariseos que habían hecho de su cumplimiento su razón de ser y trataba a mujeres y niños como iguales, no como seres inferiores, categoría a la que los había degradado la mentalidad de aquella época. Pocos días después de ser aclamado, era condenado también por ser diferente. Los que querían un líder político poderoso que les librase del yugo del imperio romano, se decepcionaron con su mansedumbre y su humildad y descargaron en él su rabia y su decepción. Muchos de los que lo aclamaron, lo sentenciaron sin rodeos.
Un día queremos algo y al día siguiente se nos antoja otra cosa. Decidimos que la realidad tiene que ser de una manera determinada y cuando no se ajusta a nuestra voluntad descargamos nuestra furia castigando   a quien se interpone a nuestros deseos. 

La Semana Santa es una metáfora muy clara de lo que nos ocurre en la vida.

Un día estamos de celebración y al día siguiente lloramos una pérdida. Y si logramos ir más allá de lo aparente, de nuevo encontramos un sentido. Nuestra existencia puede dar un giro de 180 grados en segundos. Pasamos del jolgorio del Domingo de Ramos a la oscuridad del Viernes Santo. Y de ese dolor por la pérdida a la alegría de la resurrección. Un día estás paseando tranquilamente por la calle. Al día siguiente, un virus invisible te confina en casa. Un día estás llevando a tus hijos al colegio, al día siguiente estalla la guerra y tienes que huir de tu país con lo puesto. 
                    Nada es permanente.
La breve pausa que nos dan estos días es una oportunidad para replantearnos algunas cosas. Llevamos ya un trimestre del nuevo año y podemos revisar si los propósitos que formulamos en enero siguen teniendo sentido o podemos cambiarlos. La clave está en que lo que nos propongamos esté relacionado con lo que nos emociona.

¿Qué me motiva? ¿El brillo superficial o  lo que late detrás de lo que brilla?

Cuando lo que nos motiva es externo, pronto se pasa, porque la ley inexorable de la vida es el cambio , la impermanencia, y la flor que ayer se abría espléndida, dos días después está marchita.
 
¿Dónde ponemos nuestra ilusión? ¿En tener un cuerpo impecable? Constato a diario que el culto al cuerpo es fuente de gran sufrimiento.  El físico tiene un proceso de desgaste programado. Ir contra esa ley de que todo comienza y todo acaba para volver a empezar es abonarte a vivir decepcionado y a  esperar con terror la vejez. Sin embargo, a medida que lo físico va perdiendo el brillo de la juventud, va adquiriendo una pátina de sabiduría, de serenidad, resultado de haber procesado los aprendizajes y de haber dado el visto bueno a todo lo que nos ha ido sucediendo. Esa paz interior que sobreviene cuando aceptas tu realidad y la sucesión de experiencias que te han llevado hasta ella, esa paz sí que es inmutable y permanece pase lo que pase en el exterior.

Por eso vale la pena decidir bien en donde invertimos nuestra energía –en lo que cambia o en lo que perdura-, pues es ahí donde colocamos el sentido de nuestra vida. 

                                    ¡Feliz Pascua!

Marita Osés
11 abril 2022

24.3.22

Resurgir una y otra vez

 


Acaba de estallar la primavera y nos recuerda que, en contra de las apariencias, hay mucha vida: en el interior de los troncos que parecían secos y abren su corteza para que nazcan sus brotes tiernos, dentro de la tierra que parecía muerta y de la que asoman briznas de hierba verde, en los bosques que parecían vacíos y empiezan a poblarse de criaturas…

Los ciclos de la naturaleza están ahí para que cada un@ tome de ellos las lecciones que necesita aprender.

Desearíamos que nuestra vida fuera una camino ancho, recto, claro desde el principio, en el que fuéramos integrando cada día más cosas hasta completarlo. Y resulta que el camino se estrecha a veces hasta que nos asfixia y otras se amplía tanto que no sabemos por dónde tirar. Un día nos sentimos afortunados de lo que tenemos y al siguiente experimentamos una pérdida devastadora. Hay épocas en las que nuestra existencia se parece más a una montaña rusa que a un bonito viaje. Nos encontramos con un montón de imprevistos, sorpresas, avances, retrocesos, a menudo sin entender qué sentido tiene todo ello. 

Pienso en la semilla enterrada en la oscuridad de la tierra. Me imagino que ignora todo lo que le va a pasar, pero “sabe” que tiene que dirigir su energía en dos direcciones: hacia arriba y hacia abajo. Buscar la luz de la que tomará su energía para crecer y ahondar sus raíces para sostenerse. En nuestros momentos de oscuridad, podríamos seguir su ejemplo. Parecen momentos estériles, pero todo depende de hacia dónde canalicemos nuestras energías. En el silencio descubro cuál es la luz que necesito, dónde quiero arraigar y cómo para mantenerme en pie y poder mirar de frente a mi propia vida. Qué lecturas, relaciones, músicas voy a elegir para alimentarme y en qué entornos quiero arraigar porque son los que más van a favorecer que en mí germine mi verdadero ser. Podemos equivocarnos más de una vez. No importa, nuestra semilla ha venido al mundo con una misión determinada y es obstinada. Lo intentará una y otra vez, hasta que encuentre el terreno y las circunstancias ideales para empezar a transformarse en lo que es. ¿No te ha ocurrido nunca que no te has dado cuenta de que tenías una cualidad determinada hasta que no te has visto en una situación que te ha permitido descubrirla o en unas circunstancias que te han forzado a ponerla en práctica?

Para que la primavera resurja con fuerza, necesita el despojamiento del otoño y el silencio del invierno.

Para que encontremos nuestra fuerza interior, necesitamos soltar el lastre que obstaculiza nuestro avance y un silencio que nos permita descubrirnos desde dentro. Apagar todas las pantallas, cerrar los ojos y  los oídos. Entrar en ese lago en calma que hay en el fondo de todos nosotros y abrevarnos en ese “vacío” que en realidad es pura Vida.  Luego, podremos abrir nuestros ojos y nuestros oídos de una manera completamente nueva. Podremos ver y escuchar la realidad sin las interferencias que la distorsionan.


Podremos resurgir una y otra vez y reanudar el camino con la misma confianza de la planta que se abre a la vida cuando le toca el rayo de sol.



Marita Osés

21 marzo 2022


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15.3.22

Esperanza

                                                                       



A un olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido
(…)
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.



¡Por fin llueve! Me nace una alegría inmensa muy adentro. Me siento como el césped que veo desde la ventana, como las briznas verdes que luego serán espiga, como los frutales que se habían lanzado a florecer… obedeciendo dóciles a su ciclo vital con ya muy pocas reservas, todos ellos ávidos de agua, apunto de rendirse a la sequía… pero confiando siempre en la generosidad del cielo. Hoy las nubes  se abren dadivosas y suaves. No han descargado de golpe sino que van entregándose poco a poco en una lluvia fina y constante que irá empapando capas y capas de tierra seca, engrosando ríos y pantanos y alegrando sus orillas.

Debería llover ternura sobre nosotros, para despertar nuestros corazones resecos por la decepción y la perplejidad, anestesiados por el confort, endurecidos por nuestra resistencia a aceptar la realidad tal como es. Llover ternura sobre nosotros hasta quedar tan empapados que la rigidez se convirtiese en flexibilidad, la resistencia en aceptación, el desconcierto en conciencia.
¿Qué te conecta con la ternura?
¿Los niños, los ancianos, los cachorros, la música, las flores…?

Si te miras a los ojos largamente en el espejo y no te dejas distraer por lo primero que ves en la superficie, podrás conectar con la ternura. La que todos llevamos dentro al nacer y va quedando enterrada bajo capas de dolor que no hemos sido capaces de cristalizar en sabiduría. 

Llueve, y esta agua bendita abrirá paso a una primavera llena de colores. Deseando estoy ver asomar las prímulas, las violetas y las anémonas salpicando los prados y las laderas de los caminos. El espino albar, la retama, los endrinos y los primeros brotes de las piñas y las bellotas. Tanto signo de esperanza en medio de tanta guerra. Me emocionó enterarme ayer que un amigo decidiese alejarse temporalmente de su vida solucionada y de sus comodidades y arrastrase a otro amigo a cargar la furgoneta con todo lo que necesitan los que huyen de la guerra. Llegarán hasta Polonia, descargarán la solidaridad que han recogido entre los suyos y traerán a algunas personas ucranianas a las que han asignado una familia de acogida en Cataluña.

Me paro a sentir la alegría de las plantas, los árboles, los pastos, la tierra tantos días agrietada. Siento la caricia del agua como la sienten ellos y la gratitud que me brotará sin duda en forma de bondad. Toda la bondad que expresa la naturaleza ¿no será básicamente gratitud? Por ser, por existir, por tener cada uno una misión que le da razón de ser, por sentirse una unidad dentro de la diversidad.
 
Hoy llueve y no se me ha ocurrido pensar que el cielo llora por todo lo que está ocurriendo en el planeta Tierra. Hoy llueve y a pesar de todo el dolor que nos estruja las entrañas, celebro la vida y honro a las personas que sostienen este mundo con sus pequeños gestos de amor.

Marita Osés 14 marzo 2022

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2.2.22

Irradiar lo que eres

Más de una persona me comenta que otros ven en ellas cualidades que ellas mismas no se reconocen. “Me dicen que transmito paz y yo creo que soy nerviosa.” “Que transmito confianza y a duras penas confío en mí.” “Que irradio alegría y por dentro no me siento optimista.”

A mí misma, en uno de los momentos más dubitativos de mi vida, alguien me dijo cuanto envidiaba la solidez de mis convicciones y mi forma de pisar fuerte. Me quedé pasmada. ¿Cómo podía estar dando esa imagen tan falsa sin darme cuenta? ¿O tal vez estaba engañándome yo, convencida de algo que solo era real en mi cabeza?


A veces lo que piensas de ti te aleja de lo que eres de verdad. Y lo que otros ven en ti, puede estar más cerca de tu verdad de lo que tú sientes. Cuando una mirada ajena, limpia y exenta de juicio, te  descubre algo que por ti mism@ no ves, vale la pena prestar atención porque puede estar haciéndote un gran regalo. Su mirada no tiene los filtros que tiene la tuya y que tal vez sean los que te impiden verte en tu totalidad.

En ocasiones, es el mismo miedo a defraudar a las personas que tienen altas expectativas de nosotros lo que bloquea las cualidades que poseemos y no permite que salgan a la luz. El crítico interno nos convence de que no vale la pena ni intentarlo.

Cierto es que si estás más conectada con tu crítico será más difícil que veas lo positivo que hay en ti, pero tu esencia se colará por donde pueda porque a eso ha venido: a manifestarse. Hay que estar atenta a sus señales. E invertir un poco de tiempo en conocernos.



La alegría de ser se irradia de manera natural sin que intervenga la voluntad
.
El feliz descubrimiento de lo que hay dentro de ti, pugnando por salir, es lo que te impulsa a caminar.

Cuando entras en contacto con esa verdad que es tu identidad, conectas con una fuente de energía inagotable. Por ello, vale la pena entrar en ese espacio interior –aunque no estés acostumbrad@ al silencio- y buscarte. O bien mírate en los ojos de alguien que no juzga y descubre quien eres. Hazte este regalo, y serás un regalo para el mundo.



Por eso,
si alguien te dice que transmites algo de lo que no eres consciente, recoge ese dato y cuídalo, nutre en ti ese aspecto y date cuenta de si te satisface cultivarlo y experimentarlo.

Estarás conectando con una parte de ti que ignorabas, pero que tiene un papel importante que desempeñar en tu plenitud. Dale una oportunidad, pues puede ser algo muy genuino tuyo, aunque si tienes una imagen de ti distorsionada, es probable que seas incapaz de identificarte con eso que te señalan. Permite que la paz, la confianza, la alegría o lo que sea que te digan que irradias atraviesen la idea que tenías de ti y se abran paso y se materialicen, para que te enteres de que eres mucho más de lo que crees, mucho más de lo que eres capaz de ver. 

Tienes derecho a irradiar aquello que eres, pues por algo te ha sido dado. Como el mar que sólo puede ser mar, unas veces bravo, otras tranquilo, unas veces juguetón, otras, amenazador. Como el pino que solo puede ser pino y no envidia al olivo, porque en el jardín hay sitio para ambos y el jardín es lo que es porque están los dos. Igual que el cielo solo puede ser cielo. Y debajo de él, uno puede sentirse unas veces cobijado, otras a la intemperie.


De ese mismo modo, tú solo puedes ser tú.
Dejar tus energías en querer ser alguien distint@ es una pérdida de tiempo, pero, sobre todo, de gozo.

Gozo de ser quien eres, gozo de descubrir que tu lugar en el mundo está reservado eternamente y por siempre y que, deseando ocupar otro, te pierdes el tuyo  y violentas el de otra persona. Y lo que es más grave: coartas lo más esencial: tu libertad de ser. Pierdes la libertad de amarte. Imprescindible si quieres empezar a AMAR.

Marita Osés
2 febrero 2022

Si tienes algo que compartir o agregar a esta reflexión, me encantará leer a continuación, en los comentarios, tus sentimientos y opiniones.

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