18.7.24

¿Qué te cuentas de ti?


Uno de los deportes favoritos de nuestra mente es elaborar historias, o como decimos vulgarmente, montarse películas. ¿Somos la narrativa que hacemos de nosotros mismos o simplemente nos creemos que ese relato es nuestra realidad? 




A veces, hay mucha más verdad en lo que no contamos que en el relato que nos hemos hecho de nuestra persona. 

ERES MUCHO MÁS  
DE LO QUE TE CUENTAS DE TI. 
 
Eso es lo que hace el coaching: ayudar a las personas a desvelarse a sí mismas, más allá de lo que creen -o de lo que les han hecho creer- que son. Es un trabajo fascinante. No solo porque el potencial de cada persona es infinito y de una belleza que pone la piel de gallina, sino porque al mismo tiempo, ellas me desvelan a mí. Sus historias me hacen ver aspectos de mi que había ignorado u olvidado y me dan claves para reinterpretarme. Hay un momento que me colma especialmente y es cuando la persona se reconcilia consigo misma y con su pasado, con todo su ser, y comprende que todo lo que no había entendido tiene un sentido, aunque haya cosas que sigan resistiéndose a su razón. Cuando se dan cuenta de que no se trata de comprender racionalmente, sino de abrazar toda su biografía con el corazón. SIN JUICIO. 

Es un momento sagrado. Y muchas veces se da cuando logran conectar con esa criatura que fuimos y que sigue viva dentro de nosotros, a veces con las heridas abiertas, esperándonos, porque solo una misma puede sanarlas. Nadie más. Con amor y compasión. Otras veces el niño o la niña que fuimos atesora recuerdos felices que vienen al rescate cuando las cosas se ponen feas. Son depósitos de felicidad que renuevan las ganas de estar vivos, al darnos cuenta de que eso fue verdad y puede volver a serlo.

Una de las cosas más bellas de entrar en la vida adulta es poder hacernos cargo de esta parte nuestra que necesita apoyo incondicional: nuestra vulnerabilidad. Poder decirle: “Estoy aquí, nunca más te sentirás desamparada”. Nunca más voy a desatenderte: 

✴️Eres mi responsabilidad y la asumo con gusto, porque te quiero, no por obligación. 
✴️Estoy deseando cuidarte como no había hecho hasta ahora y vamos a ser inseparables.
✴️Quiero que así sea. “No me alejaré de ti nunca más.” 

Cuando llegas a este momento, no vuelves a sentir soledad. Estás acompañada siempre, junto a la persona que más te conoce del todo el mundo. Que lo sabe todo de ti y no lo juzga, porque conoce también el trayecto que tenías que recorrer para llegar hasta aquí y lo acepta con gratitud, a pesar de que muchos días fue duro, mucho más duro de lo que creías merecer. Pero esto no va de merecimiento, sino de confiar en que la vida sabe mejor lo que te dará plenitud y te lo ofrece sin descanso, aunque le hagas ascos, hasta que por fin lo aceptas, con gusto o porque no te queda otra.

Preside nuestro comedor un cuadro que me pintaron cuando tenía 5 años, que marido se negó a vender cuando desmontamos la casa de mis padres. He acabado tomándole cariño. No es que me sienta especialmente identificada con ese retrato.  Pero sí adivino, en el fondo de su mirada, la imagen de la niña que fui. Con una bondad infinita y  una pureza de sentimientos casi insultante. No tenía malicia alguna  y en cambio, sí una sensibilidad exquisita que le hizo sufrir y gozar un montón. A partes iguales, para ser justa. Hay un punto de tristeza en los ojos de esa niña, probablemente porque le resultaba difícil encajar en su entorno y eso le hacía sentirse sola con frecuencia. Ella misma se asustaba de su capacidad de amar, de su compasión por personas, animales y plantas y de su necesidad de ver felices a los seres que la rodeaban. Se asombraba también de su facilidad para adivinar lo que necesitaban para serlo.  Con su madre entró en cortocircuito: Para que ella fuera feliz, la niña tenía que dejar de ser como era y amoldarse a lo que su mamá deseaba . Por supuesto, eso fue lo que la niña interpretó. La historia que la niña se contó. Lo hizo durante bastantes años, a costa de un profundo sufrimiento. Una depresión juvenil le dio las señales de aviso y un gran mensaje: "tu ser es innegociable, ni a tu madre ni a nadie puedes venderte a cambio de amor."

Tienes el derecho y el deber de serte fiel.

Y se negó a complacerla por el resto de su vida. 
Pero el patrón de conducta seguía vivo dentro de la niña  y tras las primeras experiencias amorosas, volvió a caer en la trampa de adaptarse a lo que su pareja quería por miedo al abandono y al rechazo. Volvió a perderse, a hacerse pequeña y a renunciar a su criterio, acrisolado a lo largo de años de vida consciente. Con la llegada de los hijos, a pesar de rozar la extenuación al final del día durante largas temporadas, empezó a recuperar su poder personal sin siquiera darse cuenta. En salud, cuidados y gestión emocional estaba claro que ella dominaba en casa y ahí empezó a crecer otra vez. Sus hijos la hicieron grande de nuevo. Aunque a ella le costó tiempo reconocerlo. Estaba demasiado preocupada por no cometer errores y ya no le quedaba atención para reconocer sus aciertos. La señal de alarma que esta vez le regaló su cuerpo sabio fue un cáncer de mama. Su otro gran maestro.
Aunque reconoce  los fallos cometidos y le siguen doliendo, ahora sabe que realizó un buen trabajo, porque lo hizo lo mejor que pudo. Se perdona por todo lo que no supo hacer mejor y agradece lo mucho que aprendió del dolor que eso le produjo. Se da cuenta de que sus limitaciones y condicionantes se anclan en su infancia y tal vez aún más allá, y las disculpa. Y sigue caminando con la vista puesta en el ahora, que es el único lugar o el único tiempo en el que puede seguir desplegándose.

Hoy siento una profunda gratitud por el camino recorrido. Y la elevo al cielo para que llegue a todas las personas cuyas vidas se han cruzado con la mía porque sé que estoy hecha de todas ellas, que hay una parte mía -unas veces menuda y otras, enorme- que les pertenece. Cada vez que he tenido delante a alguien que ha suscitado mi entrega, ese ser me ha construido o me ha motivado a construirme, a SER lo que soy, lo mismo que eres tú que me lees: potencial infinito de amor. Ojalá lo descubras y lo disfrutes.

Marita Osés
10 julio 2024

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4.7.24

¿Dónde quedó tu deseo?

“El cuidado que dispensamos (las mujeres) hace que nos olvidemos de nuestras necesidades y deseos, entre otras cosas, porque no tentemos tiempo….¡que perder!”, dice con su sentido del humor característico Sylvia de Béjar. Y continúa: “Lo que seguro que queda para lo último es lo sexual.”.


En efecto, nuestro rol de cuidadoras hace que nos des-cuidemos. Dice Gabor Maté que el 80% de la enfermedades autoinmunes las padecen las mujeres. Se preocupan tanto por los demás que se olvidan de ellas, se sienten responsables –cuando no culpables- de las emociones de otros. Han sido programadas para ocultar su enfado y para ser conciliadoras, para  poner armonía en la familia o allá donde vayan. Aprenden  a absorber el estrés de sus hijos, maridos, amistades, familiares. ¿A dónde va a parar todo este estrés? Lo somatizamos. Soma significa cuerpo en griego. Nuestro cuerpo lo acusa. El cuerpo carga con él.
¿Cómo detecta el deseo sexual un cuerpo estresado?
Tan conectadas estamos las mujeres con las necesidades, deseos y emociones ajenos que desconectamos de los nuestros y llegamos a sentir que no los tenemos, hasta el punto de no saber elegir. “Lo que tú quieras”, respondemos antes de mirar hacia nuestro interior. Nos enseñan a ponernos tanto en el lugar de los demás que elegimos para ellos, alejándonos cada vez más de nosotras, hasta no saber ni quien soy ni qué quiero.
¿Es biológico, es cultural? ¿Cuál es el origen? Sin duda la cultura patriarcal nos ha atribuido roles que valoraban a la mujer que se auto inmolaba por el bien de otros. Su capacidad de sacrificio era la vara de medir su valía. “Mi madre dio la vida por nosotros” “Mi madre se dejó la piel, estoy en deuda eterna con ella” “Mi madre renunció a sus sueños para que sus hijos pudiéramos acceder a los nuestros”. El icono de la madre perfecta era la abnegación. Ojalá que ninguna mujer joven conozca ya el significado de esta palabra, si eso significa que la han eliminado de su vocabulario y de su vida. He encontrado una definición de mujer abnegada que respalda lo que se ha ensalzado durante muchos años:
“Aquella que sabe soportar con resignación las adversidades de la vida, es decir, la que no protesta, la que nunca se rebela ni exige, la que se olvida de sí misma en favor de los intereses de otros, en resumen, la que se aniquila”. 

Lo que más me sorprendió es que la persona que mencionaba esta cita en IG le daba gracias a su madre por haber sido así. 

Quererse y respetarse no está reñido con amar profundamente a los demás, sino todo lo contrario.
Esta es la buena noticia y el inicio de la reformulación del rol de la mujer: No es necesario auto inmolarse para empatizar con otros.
Amar a los tuyos, empatizar con ellos  es compatible con amarse a una misma. Solo hay un requisito. Empezar por ti.
De lo contrario los otros acaban ocupando todo el espacio y el tiempo. Nuestra generosidad –o nuestro miedo a no ser imprescindibles y que nos abandonen- nos hace entregarnos hasta vaciarnos, amar a todos menos a nosotras. Nos ocupamos de los hijos, de la pareja, de los padres, de los abuelos, de las amistades, de la vecina y cuando nos llega el turno estamos tan exhaustas que no nos queda energía para atender nuestra salud y mucho menos nuestro ocio y nuestro descanso. ¿Deseo? Solo deseo descansar, dormir, desconectar. ¿Desconectar de qué? De ese “pluriempleo” que nos consume hasta hacernos desaparecer.
Llegados a este punto, la cuestión no es solo donde queda el deseo sexual, sino donde quedan todos los demás deseos, los que nos definen y nos conectan con quienes somos y cómo somos. Desconectadas de ellos nos disolvemos hasta no saber quiénes somos.
Por eso, cuando hay falta de deseo sexual, conviene averiguar qué otros deseos hemos enterrado bajo capas y capas de obligaciones, compromisos, roles. Y despertar poco a poco a lo sensorial, a lo que nos relaja, a lo que nos resulta agradable y reservarle tiempo. Para reconocernos como personas vivas, sensibles al placer y al amor, activas no solo en relación a nuestros deberes sino también a nuestros derechos. Tu derecho al placer es inalienable. Y el placer compartido alimenta el vínculo, la complicidad, la confianza de que juntos somos capaces de abordar cualquier situación.
                      🤚Para y escúchate.🧏

 

Si identificas todos los factores bajo los que fue quedando sepultado tu deseo, y lo aceptas sin juzgarte,  es muy probable que descubras que todavía sigue vivo. Te deseo un feliz hallazgo. 



Marita Osés
26 junio 2024