7.12.19

Validar la propia vida para tener una buena muerte



Al cabo de unos meses de cumplir los 60, me doy cuenta de que me queda mucho menos de lo que he vivido. Con suerte, una tercera parte del camino. Un regalo que quiero hacer a mis hijos es una buena muerte. Morirme reconciliada y feliz de la vida que he llevado, comprendiendo que todo lo que ha pasado en ella, tenía que pasar. Sonreírles, decirles que ha valido la pena, y marcharme ligera por donde llegué o hacia el lugar del que vine. Me gustaría marcharme contenta, a pesar de separarme de ellos y de –al menos aparentemente- alejarme de sus vidas y del montón de experiencias que les quedarán por vivir.

Soltarme de todo y de todos y darme cuenta, por fin, de que no tenía por qué agarrarme a nada ni a nadie porque he estado siempre en manos de Dios, esa presencia amorosa, tan cercana como incomprensible, que es lo que me ha sostenido. Darles fuerzas e ilusión con mi partida, para que sigan viviendo con alegría y con sentido.

También me doy cuenta de otra cosa: No quiero esperar al último día para darme el visto bueno. Tengo que validar mi vida ya. Eso significa dedicarme una mirada compasiva: saber que puedo llegar más lejos, amar más, pero reconocer todo lo que ya he amado y lo que amo, porque ha sido lo mejor que he podido hacer en las circunstancias y condiciones en las que me ha colocado la vida. Es imposible estancarse en el amor porque, si es amor de verdad, necesita seguir amando. El amor no se para a pensar, calcular, dosificar. No sabe hacer otra cosa. Reconocer el camino de amor recorrido no hace que caiga en la autocomplacencia, sino todo lo contrario. Me ayuda a mirar con ilusión lo que me queda por andar, porque, de todo lo que he dejado atrás, lo más satisfactorio ha sido amar y ser amada. Es decir, salir de mí para entrar en el corazón de otros y que otros saliesen de sí mismos para entrar en el mío. Ahí he vislumbrado lo mejor del ser humano, la delicia de compartir instantes de plenitud. Al final, la conexión de alma a alma es lo único que importa, es lo más gozoso, porque nos conecta con aquello que todos llevamos adentro y que nos hermana.

Me digo pues: Amiga mía, doy por válido el camino que has recorrido hasta ahora, que te capacita para seguir con confianza, con una sonrisa en el rostro, con el convencimiento de que todo esfuerzo, todo error, han valido la pena. ¿Cuál ha sido el regalo? Descubrir y reconocer que el barro del que estamos hechos es amor, a pesar de que nuestra forma de actuar en ocasiones lo desmienta.

Cuando alguien se encuentra ya en la recta final, recordarle los momentos de su vida en que ha amado, reconocerle todo lo que ha plantado, regado, y producido, es una bella manera de ayudarle a transitar ese momento difícil que separa la vida de la muerte. Traer a la memoria los momentos de luz, de manera que puedan disipar la oscuridad que podamos albergar, es ayudar a esa persona a validar su vida y transmitirle fuerza para que dé el último paso habiendo cerrado bien el círculo y sintiéndose satisfecha de ella. Es importante conectarla con los motivos para estar agradecida, pues si hay gratitud, no queda sitio para las carencias o la oscuridad.

¿Qué hace falta para morir bien? Soltarse. ¿Qué hace falta para soltarse? Confiar.

¿En qué? En que lo hemos hecho lo mejor que hemos podido.

Marita Osés

Diciembre 2019

21.11.19

La soledad no es otra cosa que desconexión



Un amigo me comenta algo que escribí sobre la importancia de “No hacer lo que no quieres” diciendo que el hecho de respetarse a uno mismo por encima de lo que pueda complacer o no a los demás te lleva a la soledad. Tal vez, sí. Puede que no.

Es decir, habrá quien no acepte que yo haga lo que quiero, como y cuando quiero si no coincide con sus deseos, como y cuando lo desea y, por ese motivo, se alejará de mí. Son personas que acostumbran a relacionarse únicamente con gente que piensa igual que ellas y que viven como una ofensa una disparidad de criterios. Se identifican tanto con su propia forma de ver la vida que cualquiera que actúe de manera diferente las solivianta. No se dan cuenta de que, actuando así, son ellas las que no están respetando la opción del otro y su libertad de actuar. Por lo general, consideran egoísta a aquel que es asertivo, respeta sus propios deseos y necesidades y se ocupa de satisfacerlos, pues ellas suelen esperar que sean los demás quienes satisfagan las suyas. Borrarán de su lista de amistades a quienes no piensen o actúen de acuerdo con ellas. Pero eso no necesariamente condena a nadie a la soledad, sino que simplemente, ayuda a hacer una criba de los seres con los que puede mantener una relación libre y e igualitaria.

Sea como fuere, lo cierto es que cuando aprendes a estar contigo, nunca te sientes solo. Es como si estuvieras siempre al lado de una persona de confianza. Además, cuando te conectas profundamente contigo mismo, también lo haces con todo el mundo, porque dentro de cada uno se halla lo que tenemos en común con todos los demás. Eso espanta cualquier tipo de soledad que pueda acechar. La soledad es, a fin de cuentas, desconexión con uno mismo. Como no lo sabemos, intentamos paliarla buscando compañía, en lugar de conexión. No es lo mismo. Es en esa búsqueda de compañía cuando podemos caer en la trampa de vivir complaciendo y olvidarnos de cubrir nuestras necesidades. Sin darnos cuenta, nos perdemos en el otro y lo manipulamos en un intento de que nos solucione un problema que es exclusivamente nuestro.

Cuando dedicas tiempo y espacio para saber lo que quieres y necesitas y te ocupas de dártelo, acabas siendo un gran amigo tuyo. ¿Qué es la amistad sino un progresivo conocimiento del otro, un descubrimiento de su ser, y del propio en contacto con el suyo, y el placer de verlo feliz, siendo tal como es? La amistad es conexión profunda con lo que otro es y alegría de poder contribuir a lo que le aporte bienestar y felicidad. Amistad con uno mismo sería exactamente eso: estar tan pendiente de mi bienestar como del de mi mejor amigo y alegrarme de ser como soy. La gran noticia es descubrir que no son incompatibles.

Al abordar el tema de la soledad, la pregunta que podríamos hacernos sería, pues, ¿quiero conectar conmigo? ¿O temo lo que pueda encontrar en mi interior? Muchas veces desconectamos de nuestro ser profundo porque tememos encontrar más oscuridad que luz en nuestro interior. Y resulta que es todo lo contrario, en lo hondo de todos nosotros está la luz. Hay que atreverse a bajar hasta ahí con fe para ser capaces de verla.

Marita Osés

18 noviembre 2019

6.11.19

Un duelo nunca viene solo



La primera vez que escuché una historia personal llena de duelos, me impactó mucho. La segunda, pensé que era una coincidencia. La tercera empecé a darle vueltas. A partir de entonces, la repetición del mismo patrón me convenció de que un duelo de calado en la vida de una persona hace aflorar otras pérdidas que en su día no fueron atendidas y se fueron archivando el algún lugar que se satura cuando el dolor de la situación presente fuerza tanto las paredes del corazón que éste se rinde. La pérdida más reciente es la que da pie a que todas las anteriores sean procesadas por fin como merecen. No siempre son muertes. Pueden ser separaciones, deterioro de las relaciones, fracasos, pérdidas del puesto de trabajo, enfermedades…

La persona te habla de una muerte que le acaba de truncar la vida y empiezan a salir a borbotones otras pérdidas que ha vivido con anterioridad y de las que, con frecuencia, no pudo extraer ningún aprendizaje porque en aquel momento tuvo que poner toda su energía en sobrevivir. Es lo que le ocurre a Vito; está deshecha por la muerte de un hermano, pero llora más amargamente cuando habla del fallecimiento prematuro de sus padres –hace casi 50 años-que la obligó a hacerse cargo de sus hermanos más pequeños con el apoyo inestimable de éste que ahora también la ha dejado. El desconsuelo es grande cuando toma conciencia por primera vez de que se volcó tanto en sostener a la familia huérfana que no se dio la oportunidad de llorar a su padre y a su madre. Y ahora, casi 50 años después, los llora y los echa de menos como si acabaran de morir. Siente la orfandad de la joven de 17 años que tuvo que hacer de tripas corazón y convertirse en madre de tres hermanos de la noche a la mañana. O Susi, que acaba de perder a su madre, de la que prácticamente no se separó en sus cuarenta y tantos años de vida y que falleció en un momento en que ella se ausentó brevemente. Su sentimiento de culpa es indescriptible. Pero cuando intenta expresarlo, aparece también la muerte de su hermano mayor, la de su padre, la de su primer marido tras la separación, la de un sobrino, la de su bebé justo antes de nacer. Se siente arrastrada por una ola inmensa, hecha de todas las experiencias dolorosas, que la revuelca una y otra vez y la escupe, desconcertada y confusa, en la playa de su cotidianidad. Al sentirse escuchada, se da por fin permiso para expresar su rabia, su dolor, su pena por todos esos agujeros negros de su existencia, que la marcaron hasta hacerla como es hoy y que la invitan a reconocerse y a perdonarse por todos los sentimientos de culpa que la torturaron en cada uno de ellos.

Por increíble que parezca, el desamparo absoluto, el sentimiento de pérdida de sentido que conlleva un duelo, o la concatenación de varios, es un punto de partida poderoso para entrar en contacto con nuestra verdad y, con el tiempo – a menudo, mucho tiempo-, reconciliarnos de una vez por todas con nosotros mismos y con la vida.

Marita Osés

Noviembre 2019

14.10.19

No hacer lo que no quieres



Le comento a una persona la frase de un libro[i] que se me quedó grabada nada más leerla y me sigue resonando como para que no la olvide. “Lo único que hace falta es no hacer lo que no queremos”. Por la respuesta de mi interlocutor “Ojo, no se la digas en serio a un adolescente”, me doy cuenta de que el enunciado puede llevar a confusión.

Aclaración: No hacer lo que no quieres no es igual a no hacer lo que no te apetece. Y no es una cuestión semántica. Quieres ir al gimnasio tantos días a la semana, pero no te apetece. Quieres perder peso o mejorar tu salud, pero no te apetece cambiar tu dieta. Quieres aprobar el examen, pero no te apetece estudiar. Estos casos son ejemplos de no hacer lo que sí quieres. Me refiero a un escenario muy distinto.

De lo que estamos hablando aquí es de un aspecto concreto de la asertividad que consiste en aprender a decir no. A veces, tendrás que dirigirte a una persona externa para negarte a hacer lo que no quieres hacer. Pero a menudo tendrás que decir no a una parte de ti. Es una especie de voz mental que te quiere convencer de que tienes que complacer a todo el mundo si quieres ser feliz y te cuenta historias de miedo, amenazas veladas con las que consigue manipularte. A modo de ejemplos:

Resulta que tú no quieres enfadarte con tu hijo/pareja/ amiga, pero esta voz te dice: si no te enfadas, no te hará caso. Y tú ya no intentas otras alternativas que están dentro de ti, ignorando tu potencial para gestionar las relaciones de otra manera.

Resulta que no quieres tener sexo con esta persona, pero esta voz te dice: si no lo haces lo perderás. Y a quien te pierdes es a ti misma.

Resulta que no quieres estudiar esta carrera, pero esta voz te dice: si no estudias esto fracasarás, o bien, decepcionarás a tus padres y dejarán de apoyarte.

Esa voz que resuena en tu mente te está diciendo lo que la sociedad, tus padres, tus amigos, tu ego quieren de ti o para ti, y suele ser tan potente que puedes llegar a pensar que eso es lo que tú deseas realmente. Sin embargo, ¿qué sentido tiene ahogar tu esencia para contentar a los demás? ¿Quién ha dicho que hemos venido a este mundo para complacer a aquellos que nos rodean? Para discernir si realmente quieres hacer aquello, sería bueno preguntarte ¿A quién estoy siendo fiel? ¿A mí o a ellos?

La respuesta no es sencilla porque estamos formados por un montón de yoes, algunos en lucha con otros. Pero hay una señal inequívoca: una sensación de paz con uno mismo. Te sientes satisfecho por haber actuado de esa manera, aunque tengas que pagar un alto precio. Experimentas una conformidad interna tan fuerte, que aunque duela no contar con la aprobación de algunas personas, no la necesitarás para saber que estás en el camino correcto. Las personas puede que se sientan defraudadas, pero tú sabes que son ellas las que se han provocado la decepción porque generaron unas expectativas sobre tu persona que tienen que ver más con ellas y sus creencias que contigo. Y lo más importante: tú no te has defraudado. Respetar tus deseos y necesidades es la primera forma de serte fiel. Y genera dentro de ti serenidad, alegría, gratitud, expansión. Por el contrario, cuando te obligas o te obligan a hacer lo que no deseas, te contraes por dentro, y generas tensión, contrariedad, enfado, desequilibrio, resentimiento.

Cuando llevas demasiado tiempo haciendo lo que no quieres, puede ocurrir que te sientas muy afectado cuando alguien te falta al respeto o que interpretes como falta de respeto acciones o reacciones que no lo son. ¿Por qué? Porque todas las veces que hiciste lo que no querías, no te tuviste en cuenta. Es decir, a base de actuar ignorando lo que verdaderamente deseas, acabas perdiéndote el respeto inconscientemente y siendo especialmente sensible en ese campo.

Por eso es tan importante tomarnos el tiempo para saber, de verdad, lo que queremos. O, lo que no queremos. Para ello no hace falta pensar. Basta con escuchar al corazón sin juzgar lo que te dice.


[i] Magokoro , Flavia Company, Catedral 2019

Marita Osés

Septiembre 2019

16.5.19

TODO ES PERCEPCIÓN



Lorenzo sigue enrocado en conseguir lo bueno que él quiere –volver con la que pensó que sería su compañera de por vida-, en lugar de abrirse a lo mejor que la vida le ofrece –tomarse un tiempo para sí mismo-. Evidentemente, porque no lo percibe como mejor. Su mente le dice que si logra explicar a su mujer todo lo que ha entendido de los conflictos que han surgido durante los muchos años junto a ella, la convencerá de reanudar la relación interrumpida. Además, se liberará de la culpa que ella le hace sentir cada vez que se enfrentan por tonterías que acaban siendo motivos para plantearse la separación.

Cuando la convivencia se hizo insoportable hace unos meses, ella propuso una separación temporal que les evitase roces y explosiones de rabia a ellos y a los niños. El aceptó a regañadientes, pues no estaba en absoluto convencido de que aquello pudiese ayudarles. No era consciente de hasta qué punto su agresividad verbal y sus faltas de respeto afectaban a su pareja que se sentía cada vez más distante y tenía la sensación de no reconocer a aquel de quien en su día se enamoró. Durante esta interrupción de la convivencia, él está trabajando sus emociones y revisando su historia, lo que le ha llevado a descubrir los “fallos” que cada uno había cometido y a comprender cómo la biografía de cada uno había condicionado su relación. Digamos que ha empezado a comprender por qué ha pasado lo que ha llevado a su mujer a plantearse la ruptura definitiva. Por qué han llegado a aquel infierno, cuando ambos habían soñado con un paraíso. Al tomar conciencia de todo ello, le asalta una urgencia grande por compartir con ella su claridad y empezar a subsanar aquellos errores, y se encuentra con un muro. Eugenia está herida, asustada y a la defensiva y sobre todo, muy cansada de sufrir. No tiene ningunas ganas de revisar el pasado con él, puesto que ya lo ha hecho sola y ha llegado a sus propias conclusiones. Tiene una necesidad perentoria de vivir un presente distinto, un día a día sin su presencia, que ha llegado a sentir como una amenaza y un impedimento para ser ella misma. El ser humano está hecho de emociones, y el planteamiento de su marido le parece muy mental, como si se tratase de arreglar una avería mecánica. Lorenzo tiene que comprender que no se trata solo de subsanar errores de conducta, se trata de sanar heridas profundas por encima de todo. Son heridas personales e intransferibles y cada uno debe ocuparse de las suyas. De lo contrario, solo estarán parcheando la relación.

Hay un error muy común después de una época de sufrimiento seguido de reflexión: creemos que lo que finalmente comprendemos de lo que nos ha pasado en una relación es lo que realmente ha sucedido. En el caso de Lorenzo, esta convicción le hace pensar que cuando exponga a su mujer todo lo que ha comprendido, ella lo verá tan claro como él y todo empezará a encajar. Conviene recordarle que se trata meramente de su PERCEPCIÓN de la relación y de cómo y por qué evolucionó así. Y que nuestras percepciones están determinadas por nuestra historia personal y por nuestra forma de ser. Su pareja tendrá otra versión de lo mismo, porque habrá tenido otra percepción de la realidad, igualmente válida.

La clave para que la pareja salga del bloqueo es no pretender que el otro compre mi versión de los hechos, sino que simplemente le dé crédito con el fin de comprenderme. Se trata de exponer -no imponer- al otro mi percepción con el único y exclusivo fin de darle elementos para que me comprenda. Comprenda mis sentimientos, mis reacciones, mis heridas, conecte con ellas y decida qué hacer a partir de esa conexión. Si no hay conexión, no hay solución. El cambio de conducta surge de esa conexión con el dolor del otro, no de una comprensión mental de lo que ha sucedido.

Así pues, no se trata de tener razón, sino de tener empatía para escuchar las razones de la otra persona y validarlas a fin de ver si con esa nueva comprensión es capaz de volver a apostar por la relación. Habrá que establecer nuevas bases que tengan en cuenta los elementos que han abierto las heridas más graves para intentar eliminarlos o, si eso no es posible, para gestionarlos con el máximo cuidado. Con frecuencia, el conflicto de pareja no abre heridas nuevas, sino que hurga inconscientemente en heridas anteriores al inicio de la relación.

Amar a una persona es validar su percepción por mucho que diste de la mía, no porque comulgue con ella, sino porque al aceptar que es real para ella me sirve para comprenderla y acercarme a su corazón.

Marita Osés

8 mayo 2019