10.5.23

Y yo… ¿qué puedo hacer?

Ante la envergadura de los problemas que acosan a nuestro mundo, tantas veces nos sentimos pequeños. Incapaces de cambiarlo. Nos parece que no tenemos ni la información, ni la formación ni el poder suficiente para introducir los cambios necesarios a fin de que las cosas vayan mejor. Sentimos que no está a nuestro alcance y nos quedamos de brazos cruzados, en la impotencia.

Es cierto que no tenemos el poder de las multinacionales, de los medios de comunicación que dominan la información, que no tenemos un poder ejecutivo que incida directamente en lo que sucede en nuestro país. Pero nuestro país está hecho de personas y en ellas sí podemos incidir. 
Hay un paso importante que podemos dar a diario por pequeño que sea en relación con la magnitud de los retos a los que se enfrenta el mundo.
Cada uno de los seres humanos con los que me voy a cruzar a lo largo del día está en mi zona de influencia, sean familiares, colegas de trabajo, amigos o perfectos desconocidos.
Que alguien me ceda el asiento un día en el que estoy muy cansada, o corra detrás de mí para entregarme algo que se me ha caído al suelo,  o se quede a mi lado mientras espero la ambulancia después de un accidente, aunque no haya sido grave, me hace sentir de manera diferente que si esas personas no hubieran actuado así. Ellas generan en mi gratitud, confianza, sensación de protección, de que el mundo es un lugar seguro y agradable. Gracias a ellas, no solo mi sentir es diferente, mi obrar posterior también cambia, precisamente por haber tenido estas experiencias de cercanía, de solidaridad, de conexión, de humanidad.
Mi humanidad se enriquece al ser receptora de la empatía de otros seres que suscitan mi gratitud y mis ganas de ampliar esos efectos positivos irradiándolos a más personas.

Recuerdo una ocasión en la que con un amigo habíamos salido en coche más  tarde de lo previsto con destino a Almería y nos sorprendió la noche en un pequeño pueblo de la provincia de Alicante. Plantamos la tienda en la oscuridad sin fijarnos demasiado en donde nos hallábamos y nos acostamos a descansar. Al día siguiente, un calor sofocante nos expulsó de la tienda y busqué en vano una fuente donde refrescarnos. Cerca de donde habíamos acampado había una casita con jardín y una anciana cortando rosas con mucha calma. Me quedé mirándola como hipnotizada, viendo como disfrutaba de ese instante. Ella se percató de mi presencia y, lejos de incomodarse se dirigió a mí sonriendo y me ofreció un café. Mi sorpresa fue mayúscula, pero su apertura y amabilidad me permitieron ser sincera con ella. “Una taza de café sería estupendo, pero no se moleste. Si pudiera lavarme la cara y las manos y refrescarme, aunque fuera con la manguera de su jardín, se lo agradecería inmensamente”. La mujer nos invitó a pasar, nos ofreció su cuarto de baño y luego desayunamos con ella. Nunca la olvidaré: Se llamaba madame Andrée, era belga. Ese encuentro hizo que la gratitud que habíamos sentido impregnara todo el viaje. Fueron unas vacaciones de apertura y de generosidad.

Una actitud amorosa inspira a otros a ser amables y colaboradores. Por el contrario, una mala cara o un gesto agresivo pueden hacer que una persona se sienta amenazada y condicionar su manera de proceder.
¿Por qué no salir de casa cada mañana con la convicción de que está en nuestras manos poner nuestro granito de arena para un mundo mejor? Aunque sea a muy pequeña escala.  Muchos granos de arena hacen una duna, y muchas dunas una playa. Me viene a la cabeza una cita de Arnau de Tera en Instagram que se me quedó grabada hace pocos días:
Si tu alma tiene alas, ábrelas. Si de tu alma nacen melodías, cántalas. Si en tu alma hay medicina y semillas, espárcelas. Échale ganas, pon tus dones al servicio de los demás.
No subestimes aquello que puedes aportar hoy a tu mundo, porque una sonrisa a tu jefe puede redundar en beneficio de todos los trabajadores de la empresa, y un detalle con tu hijo hoy, puede tener consecuencias en cómo será él con tus nietos; que abraces hoy a alguien con aceptación, sin juicio, asegurándole tu apoyo, puede cambiarle la vida. Párate a pensar en algún momento de tu vida en el que un gesto, una actitud  o simplemente la presencia de alguien fue un rayito de luz en un momento de oscuridad o de crisis. El valor de nuestros pequeños actos no se pierde y nunca llegamos a saber con certeza el alcance y la cantidad de destinatarios que se beneficiarán de ellos. Podríamos probarlo, a ver qué pasa. El miedo, el rencor y el odio nos envenenan. El perdón, la bondad,  la confianza, el amor, nos regeneran.
¿Todavía dudamos de qué podemos hacer por nuestro mundo? Decide qué semillas quieres sembrar. Y siembra.


Marita Osés
8 mayo 2023

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