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25.7.25

Prioridad clara, decisión fácil

Algunas personas acuden al coaching queriendo entender por qué les cuesta tanto tomar decisiones. Buscan herramientas para no dar tantas vueltas a las cosas o a las situaciones y para atreverse a tomar un camino determinado, sin perder tanto tiempo evaluando las consecuencias.


Uno de los obstáculos con los que se encuentran es que analizan en exceso la situación, la miran desde todas las perspectivas posibles y valoran tantos escenarios que se quedan sin energías ni claridad para decidir. Deberían recordar que análisis rima con parálisis. El  análisis se hace desde la cabeza y la energía para dar pasos en la vida viene de otro lugar, como veremos después, viene de desear profundamente algo. Cuando damos vueltas y más vueltas con los pros y los contras, y las implicaciones de tomar una decisión u otra acabamos mareados y entramos en bucle.

Si la persona es además perfeccionista, querrá tomar la mejor decisión, y eso le hará descartar alguna alternativa perfectamente válida que le ayudaría a salir del atolladero, aunque tal vez no fuera la solución óptima. Al final, no hay decisiones perfectas, sino decisiones que nos ayudan a avanzar, que es lo que importa.
Todo resulta mucho más fácil cuando hay una prioridad clara.
Cuando estás embarazada, o superando una enfermedad grave, o cuando quieres aprobar una oposición o una carrera de la que depende tu sustento, cuando necesitas superar un obstáculo con el que no contabas para llevar a cabo tu sueño, es mucho más fácil tomar decisiones. De hecho, no hay que tomarlas en sentido literal, sino que las acciones surgen de manera natural en coherencia con esa prioridad que hay ahora en tu vida. Por eso es importante formular las prioridades.  Cuando hay una prioridad, todo lo demás está sujeto a ella, no hay duda. No hay vacaciones que valgan, ni costumbres arraigadas que no puedan modificarse, ni plazos que no puedan moverse porque existe un motivo claro, una razón de peso que actúa como brújula de todo lo demás. Un reto deportivo, por ejemplo, hace que tus horas de descanso y de entrenamiento sean sagradas, tu alimentación muy cuidada, tu vida social más reducida. 
Muchas cosas que antes te parecían importantes o incluso imprescindibles, se caen. En otras circunstancias, ni te plantearías renunciar a ellas o te costaría muchísimo hacerlo, pero cuando has decidido que aquello es tu prioridad, cualquier argumento  se disuelve hasta desaparecer. Y es porque ha aparecido algo que da sentido a todo y por lo tanto, no tienes que tomar la decisión de renunciar por ejemplo a algo que antes formaba parte de tu cotidianidad, sino que  hay una acción que se desprende de manera natural de una decisión anterior, que es tu prioridad. 

Por eso, sería bueno preguntarnos: En este momento de mi vida, ¿cuál es mi prioridad? ¿Hay en mi realidad actual algo lo suficientemente importante como para vertebrar mi día a día sin tener que tomar decisiones a cada paso pues solo se trataría de ser coherente con esa primera decisión?
Igual ya la sabes pero no te la has tomado en serio, no eres plenamente consciente de ella y por eso no actúas de acuerdo con ella. 
 
¿Qué te importa de verdad ahora mismo? ¿Tu salud, tu relación con tal persona, tu físico, tu carrera, tu familia? 
Tomar conciencia de lo que te importa ayuda a que tus acciones estén alineadas con tus decisiones.
Te ahorra además muchas quejas, porque te da claridad respecto de lo que quieres de verdad. A veces nos lamentamos por tener que hacer cosas que no nos apetecen, sin darnos cuenta o sin querer reconocer que eso es necesario para conseguir lo que queremos. La queja no sirve para nada más que para instalarnos en la pasividad. Las prioridades son lo que quiero de verdad y es el deseo profundo el que nos impulsa a la acción, no la mente que te dice lo que debes hacer. Lo que quieres hacer no es lo mismo que lo que te apetece. Si lo que quieres es ganar esta competición o quedar en buen puesto en la maratón de mañana, está claro lo que harás o no simplemente siendo coherente con ese deseo.  Si lo que quieres es tener un bebe sano ya sabes qué cosas pueden perjudicarte y has de evitar.  Las quieres evitar. Si lo que quieres es una relación armoniosa con tu pareja, y para ello necesitas poner una situación dolorosa sobre la mesa, eso es lo que quieres, por poco que te apetezca.

Por eso, cuando no estés segura de qué decisión tomar, mira primero qué prioridades hay en tu vida en este momento y comprueba si lo que sea que decidas está respetando o no esa prioridad. Si eres coherente con tus prioridades, verás que las decisiones se desprenden de manera natural de ellas.

Marita Osés
Julio 2025


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30.1.25

CON AMABILIDAD

 
Últimamente, en las sesiones de coaching, me llama mucho la atención la dureza con la que se tratan muchas personas. Reconozco en ellas la intransigencia de mi juventud y me sabe mal que tengan que pasar por ello, porque no sirve para nada.


Dicen que nacemos unificados. Pero aterrizamos en una sociedad, en una familia, en un entorno determinados, que juzgan y clasifican las cosas como buenas o malas, aceptables o inaceptables. Entonces, ese ser que somos oculta como puede las partes que no resultan aceptables y de esa manera se divide.

¿Por qué lo hacemos? Para no perder la conexión y el sentido de pertenencia al grupo de cuya protección depende nuestra supervivencia.

Pongamos por ejemplo un niño que nace en el seno de una familia muy formal, en la que su espontaneidad puede ser considerada mala educación, exceso de impulsividad o incluso agresividad. Es muy probable que esta criatura esconda su espontaneidad para no sentirse excluido del grupo; y eso que han etiquetado como impulsividad o mala educación pasará a formar parte de lo que llamamos nuestra sombra. A base de controlar sus emociones, es posible incluso que llegue a olvidarse de haber sido espontáneo alguna vez. 

Un niño muy sensible que nace en una familia cuyos miembros, por las circunstancias que sea, han tenido que hacer de tripas corazón, imitará esa forma de abordar la realidad ocultando lo que le afecta tras una máscara de seguridad o impasibilidad y acabará creyendo que no tiene sentimientos. “Yo es que soy muy frio, las cosas no me afectan como a mi mujer”, me decía un joven bordeando los cuarenta con una infancia tan baqueteada por las tensiones entre sus padres antes, durante y después del divorcio que se había blindado para poder sobrevivir. Una reacción parecida aunque con otro matiz aparece en una persona cuya una familia valora por encima de todo la armonía y el bienestar, hasta el punto de que si hay conflictos se ignoran o se tapan y si alguien está anímicamente mal tiene que disimularlo porque los demás “no tienen por qué aguantarlo”. “Que cada cual aguante su vela”, era el lema de su padre. Este niño se cerrará a sus emociones negativas (si es que eso existe), colocará una sonrisa en su cara que le garantice el visto bueno de su entorno y sus tristezas, conflictos y sus heridas quedarán dentro de él sin expresarse, pues se arriesgaría a ser rechazado si lo hiciese. Esto no ocurriría por el contrario, en una familia donde sí se permiten las malas caras o el mal genio porque se comprende que el ser humano puede pasar momentos mejores y peores y tiene derecho a expresarlos y no la obligación de disimularlos.
Así, depende del lugar que nos ha visto nacer y crecer, ocultaremos unas reacciones y expresaremos otras hasta el punto de que nos resulte difícil saber quiénes somos.

 Todos tenemos rasgos que pertenecen a nuestra esencia y otros que responden a estrategias de supervivencia en el entorno que nos ha tocado en suerte. Eso hace que el trabajo de conocerse no sea pan comido y requiera tiempo y paciencia. Por lo general, estamos tan ocupados haciendo cosas que no solemos tener o buscar tiempo para no hacer nada, es decir, para escucharnos.

Cuando nos escuchamos, descubrimos esa parte de nosotros que hemos ocultado y nos sorprendemos recuperando rasgos de nuestro ser que siempre estuvieron allí, en estado latente. Pero nosotros, identificados con nuestro personaje y nuestras estrategias, no los veíamos.

En el proceso de conocernos, es decir, de montar ese puzle a fin de poder ir por la vida cómodos con nosotros mismos, hay momentos difíciles, que llamamos crisis. Suelen aparecer cuando las cosas no suceden como habíamos pensado. Y justo entonces solemos ser muy críticos con nosotros mismos, debido a nuestra sensación de fracaso, decepción, insatisfacción o tristeza. Es precisamente en esos estados de mayor bajón cuando hay que suspender el autoanálisis. Todos caemos en eso:

Cuando peor estamos, más analizamos qué podemos haber hecho para estar así, en lugar de cuidarnos con más cariño y reponer fuerzas.

Es como si te rompes una pierna y antes de escayolarte o de operarte, te pones a analizar cómo te la has roto. No, primero atiéndete, y una vez atendida la fractura, ya analizarás qué ocurrió para que no vuelva a sucederte, si es que depende de ti evitarlo (en ocasiones, no tenemos control sobre lo sucedido).

Nuestra crisis personal se debe tal vez a una pérdida, o a haber experimentado una decepción, a haber cometido un error, o a haber perdido la confianza en que algo suceda. Cualquiera que sea el motivo,

nuestro estado de ánimo :

No necesita dureza sino amabilidad. 

No necesita juicio, sino comprensión.

No necesita condena, sino perdón.

¿Para qué? Para recuperar las fuerzas, volver a levantarse y ponerse en camino. Ya miraremos hacia atrás cuando estemos mínimamente recuperados, en caso de que lo necesitemos. Si estamos emocional (y a veces físicamente) afectados,  el análisis que hagamos será sesgado y las acciones que emprenderemos para subsanar la cuestión estarán lastradas por la negatividad del momento.

Un ser desanimado no necesita dureza para reaccionar. Necesita un respiro, necesita sentirse acompañado, comprendido y que vuelvan a confiar en él.

Tú necesitas confiar en ti mismo cuando te has fallado y eso no lo vas a conseguir castigándote o hablándote con desprecio.

Es más, no hace falta estar deprimido para que nos tratemos con amabilidad. También vale para el día a día. La vida ya nos sacude lo suficiente como para que encima nos tratemos con exigencia, en lugar de con consideración y afecto.

De la misma manera que ahora nos parecen inaceptables los castigos corporales que eran práctica común en las escuelas y familias de épocas anteriores y que se han demostrado contraproducentes y más generadoras de miedo y rencor que de aprendizajes, así también el maltrato psicológico que nos autoinfligimos no es lo más adecuado,  tanto si lo que queremos es conocernos como levantar el ánimo y  restaurar la confianza en nosotros mismos.

Repito la idea porque ignorarla tiene consecuencias:

Si estás en un momento crítico, no es tiempo de autoanalizarte, sino de cuidarte.

Y si no estás en una etapa especialmente difícil ¿por qué no empezar a hablarte con amabilidad para que cuando venga la adversidad, ya hayas incorporado una forma de tratarte que proteja tu seguridad, tu confianza, tu bienestar, y por lo tanto tu crecimiento?


Sería un bonito propósito para este 2025 que todavía se está estrenando: dejar de machacarme y empezar a atenderme teniendo en cuenta mis necesidades. Con cariño y dedicación. Porque saber quién soy es una tarea lo suficientemente ardua, como para lastrarla además de severidad  e intransigencia.

Marita Osés

Enero 2025



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14.2.24

San Valentín 2024

 

A muchas mujeres les diría hoy: ÁMATE A TI MISMA como amas al prójimo, dándole la vuelta al enunciado cristiano del amor.

Todas las almas entregadas que corremos por este mundo deberíamos intentarlo y nuestro amor por el prójimo se purificaría.



Existe una motivación inconsciente en esa dedicación tan intensa a los demás, y es la de hacerse imprescindible. ¿Por qué? Porque cuando eres imprescindible es menos probable que te abandonen.

Así que ese amor devoto tiene un interés oculto, casi de supervivencia, aunque la persona que ama así no lo sepa. Eso no le resta valor, pero pagamos por ello un precio muy alto: Por miedo a ser abandonadas, nos desatendemos, perdiéndonos en el otro. Es decir, nos abandonamos. Por eso, en este día de corazones rojos en todos los escaparates, propongo llevar las manos al propio corazón y decirle:
“Estoy aquí, contigo, y no te dejaré nunca más.”

Marita Osés
14 de febrero de 2024

20.12.23

¡Es que somos muy diferentes!

Foto de lienzo deTara Turner
En casi todas las relaciones, las diferencias suelen traer problemas. Todos hemos oído alguna vez la queja: “¡Es que no es normal!” “¿Cómo puede ser así esta persona?” “¡Yo jamás diría/haría algo semejante!” “Me cuesta aceptar que reaccione de esta manera porque yo no lo veo como ella.” “Es que yo no soy así, no puedo concebirlo.” “No me parece normal”.

¿Qué  es lo “normal”?
¿Aquello a lo que yo estoy acostumbrada, lo que está en mi zona de confort?
¿Solo es normal lo que cabe  en mis esquemas mentales?

En realidad, cuando decimos que algo no es normal, nos referimos a que para nosotros no es lo habitual, no es nuestra opción.

¿Qué significa “normal” para ti?
¿Es normal lo que piensa y dice la mayoría de la gente?
¿Lo que te han dicho a ti desde tu infancia?

Es bien sabido que lo que en un entorno determinado se acepta, es ignorado o condenado en otros. Si tenemos claro que la visión que tengamos de un paisaje dependerá del lugar desde donde lo contemplemos,¿por qué nos cuesta tanto entender que la actitud que tenga cada persona ante la vida dependa del entorno en el que ha sido criado?

Lo explica bien Yung Pueblo, en su libro, “clarity&connection”:
✴️las personas son increíblemente parecidas y diferentes al mismo tiempo.  Todos tenemos la misma estructura básica de mente y emociones, pero el condicionamiento mental de cada uno es distinto, porque no existen dos personas que hayan vivido exactamente lo mismo. Las vicisitudes vitales de cada uno, las reacciones que hemos tenido, lo que hemos entendido y lo que hemos malentendido, todo lo que hemos llegado a creer, el laberinto de patrones que repercuten en nuestra conducta, los  grandes o pequeños traumas…podíamos continuar eternamente y concluir que cada persona tiene su propio mundo interior y una historia emocional única. (…)No nos damos cuenta de lo rápido que vamos acumulando patrones a lo largo de nuestras vidas, especialmente en los momentos intensos emocionalmente hablando. Después de años de repetir las mismas conductas, se necesita tiempo para cambiar y adoptar nuevas respuestas frente a la vida. Muchas veces son nuestras relaciones las que nos dan pie a hacerlo.✴️

Casi siempre, las diferencias están en esos patrones acumulados, no en nuestras personas.

Porque las personas, en esencia, somos lo mismo: potencial de amor. Cuando una diferencia nos separe, si nos concentramos  en comprender el patrón de conducta sin identificarlo con la persona, comprobaremos que su esencia queda a salvo, no está implicada.
Las relaciones nos ofrecen la oportunidad de cambiar y adoptar nuevas respuestas, cuando nos enfrentan a la diferencia. Nos ponen frente a personas que piensan, reaccionan o tienen iniciativas que tú nunca tendrías y, por eso,  la primera reacción suele ser de rechazo:

¿Qué demonios hace?
¿Quién se ha pensado que es?
¿De qué va?
¿Por qué lo hace?

Aunque también, afortunadamente, a veces la diferencia nos despierta admiración: Nos preguntamos de dónde saca la fuerza para hacer eso que nosotros no haríamos o qué tipo de mente tiene para ser capaz de enfocarlo de esa manera.

Cuando alguien tiene una postura distinta a la nuestra ¿qué pasaría si en lugar de defender nuestro punto de vista –solo porque es el nuestro- sintiésemos curiosidad por entender la suya? Tanto la una como la otra son fruto de nuestras experiencias y de las conclusiones a las que hemos llegado con los recursos personales de cada uno y con las creencias y principios que nos ha transmitido el entorno en el que hemos crecido. ¿Cómo sería abordar la diferencia con curiosidad y sin juicio? La curiosidad y la ausencia de juicio generan en mí una apertura  a la diferencia que me capacita para su comprensión y me permite crecer con ella aunque no la incorpore a mi forma de pensar.

“No concibo que una persona que te quiere te esté señalando todo el día lo que puedes mejorar”, me dice una mujer de 31 años, que es muy respetuosa y no se mete con nadie. En su casa, confiaban plenamente en ella y le permitían decidir, sin que sus padres interfiriesen ni le dieran sermones por lo que hiciera o dejase de hacer. En cambio, la crianza de su pareja fue muy normativa, a él lo marcaron constantemente. El repite en su relación de pareja  lo que vivió en su infancia, y ella se lo toma como algo personal, como una falta de amor hacia ella. Si  exploran juntos la situación dolorosa que genera esa diferencia, podrán llegar a un acuerdo en cómo quieren gestionarla cuando aparezca, comprendiendo que nace del distinto condicionamiento de cada uno de ellos, no de sus sentimientos.

“¿Tú crees que es normal que cuando caminamos vaya dos pasos por delante de mí y ni me pregunte si toma una calle u otra para ir a donde nos dirigimos? ¡Da por sentado que lo voy a seguir! ¡Yo tal vez elegiría otra ruta para llegar a ese destino!”- me dice otra mujer respecto de su pareja.  Cuando reaccionamos  con rechazo a la diferencia, solemos quedar atrapados en el enfado y decidir que eso que no entendemos no lo vamos a tolerar y punto. Explorar la diferencia con curiosidad sería constatar que ambos tienen necesidades distintas. En este caso, él tiene la necesidad (o tal vez simplemente la costumbre inconsciente ) de liderar, y ella tiene la necesidad de compartir el paseo y de acordar conjuntamente el recorrido, en lugar de someterse a los deseos de él. Pero otra persona tal vez no se sentiría ignorada por el hecho de que su novio no le consultase si prefería ir por otra calle, o incluso le resultaría cómodo que su pareja decidiera por ella. De lo que se trata es de que ambos tomen conciencia de qué es lo que hace que su postura sea inamovible (si es que lo es)  o qué pueden modificar cada uno para adaptarse y que la relación fluya más, sin renunciar a ser ellos mismos. Y en ese paso, es útil reconocer cuándo nuestro ego se está poniendo tozudo y cuando es nuestra esencia la que se reivindica.

Que tú seas diferente ¿te incapacita para entender a la otra persona?

En realidad es el rechazo frontal de la diferencia lo que te dificulta comprenderla. ¿Qué necesitarías para poder comprender? Aceptarla de entrada. Que comprendas un aspecto de esta persona que no compartes no significa que te conviertas en ella. Necesitamos recordar, como decíamos antes,  que cada persona es fruto de unas circunstancias y de una biografía y que no hay dos personas iguales. Y si la exploras en lugar de juzgarla, esa diferencia te ayuda a conocerte más, y a liberarte de aspectos que has incorporado inconscientemente a lo largo de tu historia y que ahora son más estorbo que una ayuda en tus relaciones interpersonales
.
Para que la diferencia deje de ser una fuente de conflicto y se convierta en fuente de crecimiento y sume en una relación en lugar de restar, lo único que tenemos que hacer es explorarla con curiosidad y apertura, sin dar por sentado que nuestra postura es la correcta, pues no hay posturas correctas o incorrectas.


Nuestra postura es el resultado de habernos adaptado a las circunstancias que nos ha tocado vivir y la de la otra persona a las suyas.

No dejemos que las diferencias nos separen. Abordémoslas de tal manera que sumen en nuestra relación y enriquezcan nuestra visión.


Marita Osés
16 diciembre 2023


29.8.23

La pareja que no has elegido

Vivimos en un mundo que padece una epidemia de soledad. La búsqueda de pareja se ha convertido en algo obsesivo, de ahí la cantidad de aplicaciones y herramientas que se ponen a nuestro alcance. Todavía muchas personas sienten que si no tienen pareja, su vida es defectuosa.
A estas alturas, defino la soledad no como la falta de compañía, sino como la incapacidad de estar a solas conmigo misma. A solas y a gusto, añadiría.  Todas las relaciones –no solo de pareja- se forjan a base de un contacto frecuente. O puntual, pero profundo. O  ambas cosas a la vez. Lo mismo ocurre con la relación que tenemos cada uno consigo mismo. Necesitamos contacto frecuente y profundo.
Todas las relaciones que establecemos a lo largo de nuestras vidas dependen de una relación fundamental: la que tiene cada persona consigo misma.
Esta determina cómo te miras o te evitas, cómo te hablas, qué te dices, cómo confías o desconfías de ti, cómo te juzgas, te condenas y te castigas o por el contrario cómo te observas sin juicio, te comprendes y te aceptas. Cómo te tienes en cuenta o cómo te ignoras, cómo te atiendes o cómo te descuidas. ¿Tienes tiempo para ti o nunca te llega el turno?
El patrón de relación contigo condiciona cómo te relacionas con los que te rodean.
El ser humano depende de la mirada del otro para verse. Durante nuestra infancia, es muy importante cómo nos ven los adultos y lo que dicen de nosotr@s. Luego, nuestros herman@s, amig@s, parejas, compañer@s de trabajo o de ocio. Cuando los adultos de tu infancia (padres, profesores, cuidadores) te devuelven una buena imagen de ti, te sientes más segur@, y tienes muchas más probabilidades de tener una buena autoestima. Pero también hay que aprender a mirarse con los propios ojos propios, a mirar hacia dentro.
La práctica del mindfulness y de la meditación ayuda a establecer una relación contigo, o a modificarla.
¿Te imaginas lo que sería que desde pequeñ@ te enseñasen a descubrir dentro de ti alguien con quien siempre puedes contar, que jamás se aparta de tu lado? Alguien que está lleno de luz, en forma de intuición, sabiduría y bondad.
Seríamos personas mucho más libres y más seguras, porque encontraríamos dentro de nosotros nuestra identidad, en lugar de estar pendientes de lo que piensan los demás para saber quiénes somos.
¿Te imaginas empezar a conocer desde la infancia las diferentes voces que tienes en tu mente e ir aprendiendo a discernir quien ERES y quien NO ERES?
Muchas personas piensan que meditar es poner la mente en blanco, algo prácticamente imposible. Es cierto que la mente que no puede dejar de pensar, gracias al mindfulness se serena (unas veces más, otras menos; unas veces casi de inmediato, otras después de mucho perseverar). Pero lo que sí ocurre es que te vas alejando del ruido interno que genera el parloteo de la mente y en ese silencio te encuentras contigo. Mejor dicho, con partes de ti que desconocías. Una parte de luz y una de sombra. Ese descubrimiento a veces desconcierta, porque todos nos hemos hecho una idea de lo que somos a partir de lo que nos han dicho. 


En las sesiones de coaching me encuentro con personas extraordinarias que no son capaces de ver su propia luz. Y creo que es porque aunque la manifestemos no la registramos, la pasamos por alto o la damos por sentada.


Nos preocupa más registrar nuestras reacciones negativas, errores, defectos para luchar contra ellos, disimularlos o en todo caso, para no perder nuestro lugar en el grupo. Mi parte luminosa, mi núcleo sano,  aquello que traje el día de mi nacimiento y que he ignorado porque nadie me enseñó a conectar con ello, sigue ahí inexplorado.  La espiritualidad no es más que  eso: ir hacia adentro y descubrir que la luz está en nosotros. Tal vez tuviste un atisbo en un momento de profunda conexión con la naturaleza, con el arte, con la música o al enamorarte de una persona y querer darle lo mejor de ti. Pero posiblemente no registraras esa parte de ti como algo que YA ERES, sino como algo que te estaba sucediendo.

La espiritualidad tiene que ver con esa parte sagrada, luminosa, buena que forma parte de nuestra esencia, de lo que TODOS somos.

Si no sabemos que existe ¿cómo vamos a cuidarla? Si olvidamos esa parte, solemos exigir a nuestra pareja que compense ese vacío que sentimos. Por el contrario, si cuidamos esa parte, no enfocamos nuestra relación con los demás desde el vacío, sino desde la plenitud que sientes cuando tomas consciencia de que hay un ser dentro de ti con el que puedes contar siempre.


Tú eres la única persona que va a estar contigo todos los segundos de tu vida, desde tu primera bocanada de oxígeno cuando sales del seno materno hasta tu último aliento antes de morir.

Tú vas a ser tu pareja lo quieras o no. Tú eres la pareja que no has elegido.

La pareja que no elegimos nos acompaña desde siempre y para siempre. Y sin embargo, con frecuencia vivimos ignorándola, de espaldas a ella, ajen@s a este ser que habita en nuestro interior. Si no aprendemos su lenguaje, lo interpretaremos mal. Necesita de un cariño, un acompañamiento, una aceptación, una validación que solo nosotros podemos darle. Como muchas veces no la escuchamos, buscamos en parejas externas todas estas cosas y cuando no nos las dan, concluimos: “Me he equivocado de persona”. En consecuencia, continuamos esa búsqueda. En cierto modo, sí que nos hemos equivocado de persona, porque la persona que estás buscando eres tú, y cada vez que te sustituyes por otro, te “equivocas”.  No estoy negando la relación de pareja, sino que reivindico una relación de pareja con tu ser interno que es insustituible y a la vez, completamente compatible con una relación sentimental con otra persona. No solo compatible, sino saludable e imprescindible para que cada uno ocupe su lugar en la relación sentimental.

Me pregunto: cuando la búsqueda de pareja se vuelve algo obsesivo ¿no será señal de que tenemos desatendida nuestra pareja interior? Aquella persona que camina a tu lado,  te conoce mejor que nadie, y está ahí para darte fuerzas cuando flaqueas, consuelo cuando estás triste y confianza cuando lo necesitas. Si desatendemos la relación con esa parte interna, buscamos  la fuerza, el  consuelo, la confianza en otros, sin pasar antes por nosotr@s mism@s.



¿No estaremos remplazando la pareja que no elegimos, con la pareja que deseamos?

¿A qué estas esperando para elegirte?


Marita Osés

6 Agosto 2023

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10.5.23

Y yo… ¿qué puedo hacer?

Ante la envergadura de los problemas que acosan a nuestro mundo, tantas veces nos sentimos pequeños. Incapaces de cambiarlo. Nos parece que no tenemos ni la información, ni la formación ni el poder suficiente para introducir los cambios necesarios a fin de que las cosas vayan mejor. Sentimos que no está a nuestro alcance y nos quedamos de brazos cruzados, en la impotencia.

Es cierto que no tenemos el poder de las multinacionales, de los medios de comunicación que dominan la información, que no tenemos un poder ejecutivo que incida directamente en lo que sucede en nuestro país. Pero nuestro país está hecho de personas y en ellas sí podemos incidir. 
Hay un paso importante que podemos dar a diario por pequeño que sea en relación con la magnitud de los retos a los que se enfrenta el mundo.
Cada uno de los seres humanos con los que me voy a cruzar a lo largo del día está en mi zona de influencia, sean familiares, colegas de trabajo, amigos o perfectos desconocidos.
Que alguien me ceda el asiento un día en el que estoy muy cansada, o corra detrás de mí para entregarme algo que se me ha caído al suelo,  o se quede a mi lado mientras espero la ambulancia después de un accidente, aunque no haya sido grave, me hace sentir de manera diferente que si esas personas no hubieran actuado así. Ellas generan en mi gratitud, confianza, sensación de protección, de que el mundo es un lugar seguro y agradable. Gracias a ellas, no solo mi sentir es diferente, mi obrar posterior también cambia, precisamente por haber tenido estas experiencias de cercanía, de solidaridad, de conexión, de humanidad.
Mi humanidad se enriquece al ser receptora de la empatía de otros seres que suscitan mi gratitud y mis ganas de ampliar esos efectos positivos irradiándolos a más personas.

Recuerdo una ocasión en la que con un amigo habíamos salido en coche más  tarde de lo previsto con destino a Almería y nos sorprendió la noche en un pequeño pueblo de la provincia de Alicante. Plantamos la tienda en la oscuridad sin fijarnos demasiado en donde nos hallábamos y nos acostamos a descansar. Al día siguiente, un calor sofocante nos expulsó de la tienda y busqué en vano una fuente donde refrescarnos. Cerca de donde habíamos acampado había una casita con jardín y una anciana cortando rosas con mucha calma. Me quedé mirándola como hipnotizada, viendo como disfrutaba de ese instante. Ella se percató de mi presencia y, lejos de incomodarse se dirigió a mí sonriendo y me ofreció un café. Mi sorpresa fue mayúscula, pero su apertura y amabilidad me permitieron ser sincera con ella. “Una taza de café sería estupendo, pero no se moleste. Si pudiera lavarme la cara y las manos y refrescarme, aunque fuera con la manguera de su jardín, se lo agradecería inmensamente”. La mujer nos invitó a pasar, nos ofreció su cuarto de baño y luego desayunamos con ella. Nunca la olvidaré: Se llamaba madame Andrée, era belga. Ese encuentro hizo que la gratitud que habíamos sentido impregnara todo el viaje. Fueron unas vacaciones de apertura y de generosidad.

Una actitud amorosa inspira a otros a ser amables y colaboradores. Por el contrario, una mala cara o un gesto agresivo pueden hacer que una persona se sienta amenazada y condicionar su manera de proceder.
¿Por qué no salir de casa cada mañana con la convicción de que está en nuestras manos poner nuestro granito de arena para un mundo mejor? Aunque sea a muy pequeña escala.  Muchos granos de arena hacen una duna, y muchas dunas una playa. Me viene a la cabeza una cita de Arnau de Tera en Instagram que se me quedó grabada hace pocos días:
Si tu alma tiene alas, ábrelas. Si de tu alma nacen melodías, cántalas. Si en tu alma hay medicina y semillas, espárcelas. Échale ganas, pon tus dones al servicio de los demás.
No subestimes aquello que puedes aportar hoy a tu mundo, porque una sonrisa a tu jefe puede redundar en beneficio de todos los trabajadores de la empresa, y un detalle con tu hijo hoy, puede tener consecuencias en cómo será él con tus nietos; que abraces hoy a alguien con aceptación, sin juicio, asegurándole tu apoyo, puede cambiarle la vida. Párate a pensar en algún momento de tu vida en el que un gesto, una actitud  o simplemente la presencia de alguien fue un rayito de luz en un momento de oscuridad o de crisis. El valor de nuestros pequeños actos no se pierde y nunca llegamos a saber con certeza el alcance y la cantidad de destinatarios que se beneficiarán de ellos. Podríamos probarlo, a ver qué pasa. El miedo, el rencor y el odio nos envenenan. El perdón, la bondad,  la confianza, el amor, nos regeneran.
¿Todavía dudamos de qué podemos hacer por nuestro mundo? Decide qué semillas quieres sembrar. Y siembra.


Marita Osés
8 mayo 2023

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