22.2.23

¿Cuál es tu disfraz?


Pensando en el post de hoy, he caído en la cuenta de que la semana pasada fue Carnaval. De pequeña me divertía disfrazarme. Jugaba a ser otra: india piel roja, enfermera, princesa, bailarina hawaiana o Mary Poppins…
Camuflada tras esos disfraces mi vida adquiría mucho más  color y algo dentro de mí se aligeraba, como si me diera permiso para ser cualquier cosa, no lo que se esperaba de mí. 

Ahora me daría mucha pereza disfrazarme, me siento mucho más a gusto en mi propia piel y no necesito enfundarme en un personaje exótico o muy distinto a mi para que mi vida adquiera más color. 

Cuanto más vivo tal como soy, sin pretender ser distinta, más libre me siento y menos necesito disfrazarme para atreverme a hacer cosas que no haría sin el disfraz. No necesito adoptar roles tras los cuales me protejo.

Una vez haces las paces contigo, te das cuenta de que no hay nada de lo que protegerse, salvo de un@ mism@.

Las mayores amenazas vienen de dentro, aunque nuestra mente las proyecte y nos haga creer que proceden de otras personas. Cuando una voz maliciosa dentro de tu cabeza te susurra: “Qué va a pensar Fulanito si te ve haciendo esto”, en realidad, Fulanito eres tú,  o mejor dicho, esa voz dentro de ti. Hablaríamos con más propiedad si dijéramos: “Qué estás pensando tú - tu crítico interno- cuando te ves haciendo esto.”

Ser libre es poder ir con la frente alta y el corazón ligero siendo como eres, sin esconderte o disimular.
Cuando nos escondemos ¿será porque nos avergonzamos de algo?  ¿Con qué parte de ti no has hecho las paces? ¿Cuál es tu disfraz? ¿Qué oculta o enmascara? ¿Y si decidieras quitártelo? ¿Qué implicaría para ti en la práctica salir a la calle, ir a trabajar, encontrarte cara a cara con tu herman@, amig@, pareja, tu compañer@ de trabajo y presentarte tal cual, sin ropajes? ¿Cuál sería la diferencia en tu vida? ¿Cuáles las consecuencias? 

Se me ocurren varios disfraces muy comunes.

🎭El de la falsa modestia: valorarte menos o no manifestar todo tu potencial para protegerte de las expectativas ajenas y de tu miedo a defraudar. ¿Qué  encubre este disfraz? Encubre y –lo más grave- apaga tus ganas de ser quien eres, te lleva a empequeñecerte y perder confianza en ti. Bloquea tu capacidad de decidir, porque si no decides, no has de pasar a la acción y si no actúas no te arriesgas a equivocarte o a decepcionar.

🎭El disfraz del “todo va bien”, del optimismo ciego. “No me pasa nada.” Oculta un miedo a conectar con la tristeza, la angustia, la rabia, la frustración…cualquier emoción que hayamos etiquetado de negativa.  Las emociones son fuente de información sobre nosotros y sobre cómo percibimos la realidad. No son ni buenas ni malas. Es probable que en nuestra infancia hubiésemos aprendido a desautorizar aquellas que nuestros adultos no aprobaron y las calificamos de negativas. Un adulto que nos ridiculizó o le quitó importancia a nuestro enfado, nuestro dolor o desilusión nos enseñó a descartarlas, perdiendo así una fuente de información valiosísima sobre nuestro ser profundo, de donde brotan. 
🤡El disfraz del payaso , del que hace broma de todo, la persona con la cual es imposible enhebrar una conversación profunda, porque encadena chistes, historias cómicas, comentarios ingeniosos que desvían todo intento de hablar seriamente sobre algo o llegar al fondo de alguna cuestión. Las bromas, las risas y la diversión son imprescindibles, pero la persona que las utiliza de manera habitual y repetida –normalmente de manera inconsciente- para no abordar ciertas cuestiones, está velando una parte de si misma con ese “disfraz”.

La lista de disfraces es interminable. Lo importante es que descubras el tuyo y veas qué hay detrás. Y todavía más importante, que no te confundas. Porque a fuerza de ir disfrazad@ mucho tiempo, puedes llegar a pensar que ese personaje eres tú, confundir tu disfraz con tu identidad. Y perderte lo mejor de tu ser verdadero. No tiene nada de malo disfrazarse cuando a uno le apetece, pero teniendo claro quién eres.

Una vez acabado el Carnaval ¿por qué no quitarnos el disfraz y disfrutar de quienes somos de verdad?

Marita Osés, 22 Febrero 2023


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13.2.23

Un cuento poco romántico

Para el 14 de febrero os voy a contar un cuento poco romántico. Es la historia de una pareja que tardó 20 años en empezar a “encajar” y destaca la importancia de “sembrar” en toda relación humana y respetar el ritmo de crecimiento de estas semillas. No podemos cosechar si no sembramos. El cuento se titula “Semillas olvidadas” y dice así:

Érase una vez una pareja como tantas otras que un día tuvo un encuentro sexual lúcido y amoroso, sin lastres por el pasado ni expectativas de  futuro, en el cual lo único que se ventiló fue el deseo y un ansia de comunicar lo que es difícil de expresar con palabras. Se dieron cuenta entonces de que aquel encuentro era un premio de sus cuerpos a la testarudez y a la intensidad con se habían buscado sus almas durante años. Con anterioridad, habían librado muchas batallas, armados hasta los dientes, más para defenderse que por afán de atacar, hasta que descubrieron que para que se diese una conexión verdadera  había que rendirse, atreverse a deponer las armas y enfrentarse desnudos y solos a las miserias y a las pasiones.

Al inicio de la relación solo veían en el otro lo que deseaban encontrar, y claro, se daban de narices una y otra vez con la realidad. Hasta que dejaron de imaginar a la pareja con la que habían soñado y se apañaron con lo que tenían a su lado desde el principio. En un alarde de realismo, se dijeron:

“Vale, con esto cuento, y con nada más”.
 
Y pronto se dieron cuenta de que no era poco. A esto se añadían las ganas de ambos  de ir más allá de sus propios límites lo cual fue de mucha ayuda.

Renunciaron en serio y para siempre a las quimeras. Y descubrieron las posibilidades de lo que ya había.

Madurar: Descubrir en lo poco o lo mucho que tenemos un potencial ilimitado. A continuación, arremangarse y hacerlo fructificar, superando unas veces la pereza y otras la impaciencia.

Ella buscaba al otro, se buscaba a sí misma, cuando no se encontraba le culpaba y cuando hallaba algo que no le gustaba, también le echaba las culpas. Y en lugar de reírse de los desencuentros, de las decepciones, de las distancias que traen consigo estas búsquedas –que en su caso fueron muchas-, se lo tomaban en serio y petrificaban algo que con una risa sana y compasiva se habría disuelto en la nada. Pero no sabían reírse de su sombra.

A medida que ella fue descubriendo todos los personajes que la componían, tuvo la osadía de presentárselos. El no salía de su asombro e iba metiendo en la mochila a la infinidad de mujeres que eran su mujer: la loca, la transgresora, la filántropa, la feminista, la leona de sus cachorros, la profesional insegura, la amante fiel,   la crítica implacable, la frágil y vulnerable, la enferma de cariño.
 
En algún momento, tal vez  él habría preferido no conocerlas a todas. Honestamente, lo abrumaban. Seguro que habrían tenido menos encontronazos, se habrían ahorrado algunas batallas desagradables… pero la suya habría sido una paz ficticia. 
¿Por qué tenemos que guardar acurrucada una parte de nuestro ser que es tanto o más nuestra como aquella con la que nos identifica nuestra pareja?
Él –que era pragmático- abandonó su sistema de etiquetaje de las personas porque no le funcionaba con su chica, y aceptó que su pareja –como todo hijo de vecino- contenía en sí una hermosa o insufrible colección de paradojas. Que le pareciera hermosa o que le resultara insufrible dependía exclusivamente de cómo él se la miraba: con rigor, con humor, con cariño, con impaciencia, con confianza, con miedo. Y aprendió que esa mirada le definía a él, no a ella.

Él sentía mucho más simple, y se hallaba muy cómodo con la imagen que se había construido de sí mismo. Pero ella se negó a comprarla. Ella no se había casado con un personaje reluciente, sino con un hombre de carne y hueso al que creía amar y se dispuso a darle a conocer los aspectos de sí mismo que desconocía: el torpe, el líder que se convertía en dictador, el niño desangelado, el reprimido,  el protector, el impaciente, el  salvador, el intransigente,   el idealista inquebrantable, el obsesivo, el honesto, el de fácil perdón, el compañero fiel.

Sin esperar a que él se lo pidiera, ella empezó a presentarle aquellos personajes. Pero el trasfondo de reproche y de rabia con que realizaba la tarea, hacía que él los rechazara. Aprendió que la condición para que él los aceptase era que ella hubiese ya empezado a amarlos. Sólo entonces pudo él construir su puzle con algunas de las piezas que ella le desvelaba.

En el proceso de construcción de los puzles de ambos hubo momentos de distancias heladas, de heridas que parecían imperdonables, de ausencia  brutal de sintonía, de esperanzas muy maltrechas…la temida sensación de haberse equivocado.

Junto a ella, la convicción de que no estaban juntos por puro azar y que juntos podían ser mejores si se concentraban más en lo que les unía que en lo que los separaba.

Y por eso volvieron a sembrar,  unas veces entusiastas, otras ya muy cansados, en los surcos de sus almas y volvieron a encontrarse en los pliegues de su piel.
Ahora cosechan semillas que tenían olvidadas.
Marita Osés
14 febrero 2023

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11.2.23

Sobre cómo tener relaciones más armoniosas


En la web y la app de
 L’ofici de viure este sábado 11 de febrero Gaspar Hernández aborda el tema de Cómo tener relaciones más armoniosas. Cuando pensamos en los elementos necesarios para que una relación vaya bien, solemos pensar en una buena comunicación. Irene Glatz, especialista en comunicación no violenta, se centrará en este aspecto. Pero hay un elemento que a menudo pasamos por alto : cómo te relacionas contigo y cúanto te valoras, determina cómo te relacionas con los demás. En el programa, yo me centraré más en este aspecto. Espero que lo disfrutéis.