6.10.21

¿Estás renunciando a ser tú, para mantener viva una relación?




Nadie se hace solo, por mucho que digamos “esta persona se ha hecho a sí misma”.
El ser  humano se construye en su relación con los demás y consigo.


El Otro puede ser un espejo donde mirarte, que te devuelve una imagen distinta de la que te habías hecho de ti. Puede ser un frontón donde pelotear creencias, ideas, opiniones, sentimientos. Puede ser una lima con la que rebajar tus aristas. En contacto con el otro puedes florecer o marchitarte, expandirte o encogerte, potenciarte o anularte.

Hoy me quiero detener en las personas que se adaptan tanto a las necesidades, gustos y deseos ajenos  que renuncian a los suyos propios por temor a la reacción que podría tener la otra persona. Esa renuncia alimenta una frustración de la que no siempre son conscientes y que aparecerá el día menos pensado. Por miedo a perder a una persona, podemos acabar perdiéndonos a nosotros mismos. No me refiero aquí únicamente a relaciones de pareja, sino también relaciones de amistad, entre hermanos, compañeros  de trabajo o incluso simplemente conocidos.

La primera relación que quisimos mantener a toda costa fue la que nos vinculaba a nuestros padres –o a los adultos a cuyo cargo estuvimos-, pues de ellos dependía nuestra supervivencia. Allí empezamos a hacer concesiones a nuestra esencia para complacerlos. Actuamos para obtener el reconocimiento, el amor, la atención, la aceptación, la conexión con nuestros mayores. Es posible que no fueras tan rígido o tan responsable, tan graciosa o tan sumisa como has acabado siendo, pero como eso te granjeaba el aplauso de mamá o papá, eso fue lo que te esforzaste en ser. Con el tiempo, lo que era un personaje que interpretabas se hizo tan tuyo que olvidaste quien eras de verdad. Todo menos decepcionar a aquel de cuya aprobación dependía tu autoestima.

No nos damos cuenta que ese miedo al rechazo revela una parte de nosotros que no estamos aceptando.



Este patrón de comportamiento quedó grabado dentro de nosotros, como si tuviésemos un mandato impreso en nuestra mente:

“Tengo que gustar.”


A partir de ahí, cualquier cita se convierte en un reto, un intento de ajustarse para complacer al que tienes delante.  Si eres muy comunicativo calculas tus palabras; si eres alegre y quien tienes delante parece muy serio, mides tu risa no sea que le parezcas demasiado emocional; si eres sensible y algún comentario te ofende, te haces el fuerte, no vaya a ser que tu interlocutor, tan maduro, te descarte por infantil; en lugar de vestirte con comodidad y para sentirte a gusto, te vistes para dar la imagen  que al otro le va a encajar…  Cualquier cosa menos decepcionar. Si decepcionas, corres el riesgo  de que te rechacen. Y parece que el rechazo sea lo peor que nos puede pasar.

Por fortuna la esencia insiste en manifestarse. Después de haberte sometido -a veces durante largos años y a veces inconscientemente- a lo que tu hermano, amigo  o tu pareja deseaba de ti, puede llegar un día (y ojalá así sea) en que te sientas incómodo en la relación porque percibes otra parte de ti que has ido asfixiando. Empiezas a recordar quién eres y decides no renunciar más a tu ser verdadero. Permites que tu esencia se exprese libremente por primera vez en esa relación, sin miedo a pagar el precio de perderla. La relación se tambalea, hay desconcierto, sorpresa, enfado,  confusión… toda una mezcla de sentimientos. Ambos necesitáis tiempo para  digerir lo que ha pasado y reubicaros. Es cierto que puede llegar a romperse si la esencia del uno y del otro no encuentran en ella el espacio que necesitan. Pero no tiene por qué ser así. Este será el tema del  para del próximo post.

Marita Osés, 6 octubre 2021

Si tienes algo que compartir sobre esta reflexión, me encantaría leerlo a continuación, en los comentarios.

Y sea cual sea el momento de tu vida en el que te encuentres, si necesitas un espejo en el que mirarte y mayor confianza para dar un paso más, cuenta conmigo.

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1 comentario :

  1. Marita, me ha encantado!! Y es tan real! Me he sentido identificada. En algún momento de mi vida caí en ese error.

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