15.3.22

Esperanza

                                                                       



A un olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido
(…)
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.



¡Por fin llueve! Me nace una alegría inmensa muy adentro. Me siento como el césped que veo desde la ventana, como las briznas verdes que luego serán espiga, como los frutales que se habían lanzado a florecer… obedeciendo dóciles a su ciclo vital con ya muy pocas reservas, todos ellos ávidos de agua, apunto de rendirse a la sequía… pero confiando siempre en la generosidad del cielo. Hoy las nubes  se abren dadivosas y suaves. No han descargado de golpe sino que van entregándose poco a poco en una lluvia fina y constante que irá empapando capas y capas de tierra seca, engrosando ríos y pantanos y alegrando sus orillas.

Debería llover ternura sobre nosotros, para despertar nuestros corazones resecos por la decepción y la perplejidad, anestesiados por el confort, endurecidos por nuestra resistencia a aceptar la realidad tal como es. Llover ternura sobre nosotros hasta quedar tan empapados que la rigidez se convirtiese en flexibilidad, la resistencia en aceptación, el desconcierto en conciencia.
¿Qué te conecta con la ternura?
¿Los niños, los ancianos, los cachorros, la música, las flores…?

Si te miras a los ojos largamente en el espejo y no te dejas distraer por lo primero que ves en la superficie, podrás conectar con la ternura. La que todos llevamos dentro al nacer y va quedando enterrada bajo capas de dolor que no hemos sido capaces de cristalizar en sabiduría. 

Llueve, y esta agua bendita abrirá paso a una primavera llena de colores. Deseando estoy ver asomar las prímulas, las violetas y las anémonas salpicando los prados y las laderas de los caminos. El espino albar, la retama, los endrinos y los primeros brotes de las piñas y las bellotas. Tanto signo de esperanza en medio de tanta guerra. Me emocionó enterarme ayer que un amigo decidiese alejarse temporalmente de su vida solucionada y de sus comodidades y arrastrase a otro amigo a cargar la furgoneta con todo lo que necesitan los que huyen de la guerra. Llegarán hasta Polonia, descargarán la solidaridad que han recogido entre los suyos y traerán a algunas personas ucranianas a las que han asignado una familia de acogida en Cataluña.

Me paro a sentir la alegría de las plantas, los árboles, los pastos, la tierra tantos días agrietada. Siento la caricia del agua como la sienten ellos y la gratitud que me brotará sin duda en forma de bondad. Toda la bondad que expresa la naturaleza ¿no será básicamente gratitud? Por ser, por existir, por tener cada uno una misión que le da razón de ser, por sentirse una unidad dentro de la diversidad.
 
Hoy llueve y no se me ha ocurrido pensar que el cielo llora por todo lo que está ocurriendo en el planeta Tierra. Hoy llueve y a pesar de todo el dolor que nos estruja las entrañas, celebro la vida y honro a las personas que sostienen este mundo con sus pequeños gestos de amor.

Marita Osés 14 marzo 2022

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