Cuando llevamos un tiempo
prolongado de relación con alguien (puede ser la pareja, el padre, la madre, el
hermano, un compañero de trabajo o un amigo), nos da la sensación de que ya lo conocemos.
Nos hacemos una idea de esta persona y
corremos el peligro de encasillarla. Decimos que esta persona es así o asá. Tan
convencidos estamos de ello que acabamos relacionándonos con el cliché que
tenemos de ella, no con la persona en sí. Y claro, con el tiempo la persona se
nos escapa, no la reconocemos.
Puede darse el caso de
que esta persona intente trabajarse algunos aspectos de su carácter, evolucione
en su forma de ser a partir de lo que le va trayendo la vida o incluso de lo
que le sugieren sus congéneres. Y puede suceder que como yo me he quedado con
la idea que tengo de ella, no sea capaz de apreciar los pasos que esta persona
está dando en otra dirección. Todo lo que no se ajusta a la idea que me he
hecho de ella, lo descarto sin más.
La situación puede resultar muy frustrante
para el hijo que intenta mejorar aspectos que le ha comentado su progenitor, o para
la persona que intenta modular su conducta en aras a mejorar su relación de pareja o para el amigo que se esfuerza en
desbloquear una amistad y no consigue que el otro salga del modo de
relacionarse que arrastran hace tiempo. Cuando nos relacionamos con la idea que
tenemos del otro, estamos ciegos a los pasos que el otro da en cualquier
dirección que no sea la que nosotros creemos. Y la frustración que provocamos
se va traduciendo en desmotivación.
El caso es que nadie es
así o asá, porque todos estamos en proceso de crecimiento y de cambio. Si
estamos vivos, cambiamos. Puede que nos resulte más fácil relacionarnos con la
idea que tenemos de una persona, pero eso despoja a la relación de vida y de novedad.
Desde mi idea fija, todo es previsible y puedo adivinar prácticamente todas las
reacciones que va a tener. Y al predisponerme a esas reacciones, de alguna
manera las propicio. Leí en algún lado: “No hay ley más invariable que aquella
que dice que como pago de nuestras sospechas encontramos aquello que
sospechábamos.” Si me acerco a una persona pensando de antemano cuál va a ser su respuesta, no le dejo margen de
maniobra, ni le permito salirse de la etiqueta en la que la he clasificado. ¿Para
qué nos sirven las etiquetas? Para manejarnos mejor. Nos dan seguridad. Para ir
preparados y no tener que improvisar. Pero la vida es cambio y nos sorprende, ha de sorprendernos a
cada paso y nosotros aprendemos a improvisar dando respuesta a lo que tenemos
delante materialmente y no a lo que habíamos previsto mentalmente. ESO es
vivir.
Cuando me relaciono con
la idea que tengo del otro no salgo de mí. Todo se cuece en mi mente. Y las relaciones
auténticas se ventilan a otro nivel. Si un día, por las circunstancias que sea,
abro mi corazón y entro en lo que el otro es, no en lo que pienso que es,
entonces descubro infinidad de posibilidades y de respuestas, y nada es
previsible ni controlable. Me abro a la incertidumbre,
pero también a una riqueza inusitada. No lo encasillo en una idea, sino que
permito que sea cualquiera de las miles posibilidades que tiene de ser, se
ajuste o no al concepto que yo pueda tener de antemano.
Cuando alguien no tiene
una idea prefijada de mí, sino que está abierto a lo que yo vaya manifestándole
en mi proceso de crecimiento, se convierte en mi aliado, en mi mejor compañero/a
de camino. Esa persona, deja a un lado sus
expectativas, y va validando aquello que yo decido ser, por el simple
hecho de respetar mi opción. Y con ello me ayuda en la labor de construirme
personalmente.
Muchas veces somos
nosotros mismos los que nos relacionamos con la idea que nos hemos hecho de
nuestra persona, y no con lo que realmente somos. Nos hemos identificado tanto
con el personaje que hemos creado para abrirnos paso en las circunstancias que
nos ha tocado vivir, que al final nos creemos que
somos eso. “Soy controladora y obsesiva”, me comenta una persona. Y yo
le recuerdo las características que ella había enumerado cuando le pedí que me
describiera su esencia: noble, alegre, cariñosa, comprensiva creativa,
adaptable, paciente, constructiva, optimista, luchadora, detallista, con
sentido del humor. ¿Dónde está pues la controladora y la obsesiva? Es la
conducta que adopta cuando siente una agresión. La sensación de indefensión le
hace acudir al control y a la obsesión como mecanismos de defensa. ¿Es ella eso
esencialmente? NO LO ES. Pero a base de identificarse con esas conductas y
desconectar de su esencia acaba creyendo que la obsesión y el control forman
parte de su núcleo.
Es cierto que hubo un
momento de indefensión y de desamparo brutal en su biografía. Y que luego cada
situación que le recordara aquella circunstancia ahondaba dolorosamente en una
primera herida. Es cierto que esa herida
hizo que desconectase de su alegría, de su confianza básica en la vida, de sus
ganas de jugar, de su motivación. Pero está en su mano elegir si conecta de una
vez por todas con la mujer que verdaderamente es, o queda atrapada en su
fidelidad al ser reactivo al que detesta
y que llega a confundir con su ser verdadero.
Para ello hay que trasladar la atención de los hechos o las
situaciones concretas a los procesos. Hacer
memoria de quien soy y tomar conciencia de que estoy en proceso en evolución. No
soy una foto fija, sino una secuencia en permanente evolución. Se trata de ver a las personas en su proceso, no como
realidades estáticas. Si una persona está en un momento negativo y la miro como
si ella fuera solo eso, me deprimo y no le doy esperanza. Si por el contrario,
lo considero un proceso por el que está pasando, del que saldrá, le doy
energías para salir. Relativizo. Lo mismo funciona para un momento positivo. Si
lo veo como algo estático, tengo muchas posibilidades de aletargarme, de
anestesiarme con el buen momento. Si consigo percibirlo como algo fugaz que va
a pasar porque está dentro de un proceso, lo vivo intensamente antes de
perdérmelo por inconsciente o por idiota. Esta actitud me ayuda a vivir
concentrada en lo esencial y en los detalles al mismo tiempo. Atenta y
dispuesta a captar al vuelo para poder disfrutar y reflexionar acerca de lo que
capto.
Nadie está
terminado de hacer hasta que ha
exhalado su último suspiro. Nadie es tan pequeño como para caber en la idea que
me he hecho de él o de ella. La persona es su biografía y esta tiene infinitas
posibilidades siempre que no permita que
nada ni nadie las recorte. Una vez tomada una foto, ya no somos la persona que
el objetivo captó. Proseguimos el camino de nuestra autoconstrucción, quiero
pensar que independientemente de la idea que se hayan hecho de cada uno las
personas que nos rodean.
Quanta veritat Marita!!! Gràcies! Dolo
ResponderEliminarMolt profunda reflexió sobre aquest "posar pals a les rodes" del desenvolupament personal. Sovint ens passa, que no ens reconeixement en aquella persona que vam ser quan érem adolescents, o uns joves eixelebrats. Però si algú no hagués confiat en el nostre potencial i ens hagués guiat o acompanyat en el camí, potser no seriem el que som. I altrament, com bé dius, els prejudicis ens poden encallar convertint-nos en éssers carregats de pors i culpes, sense esperança.
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