9.11.23

Puntos diminutos, poder infinito

 




Hoy he leído una frase que ha quedado parpadeando dentro de mí:
Aprende a recibir con gracia todo lo que se te dé y a utilizarlo con sabiduría para la expansión y mejora de todo el conjunto.


 


Me ha resonado esta intencionalidad que en muy pocas palabras aborda lo que podría ser perfectamente el para qué de nuestra existencia. Vendría a ser lo que los japoneses denominan ikigai,  el  propósito o lo que da sentido a la vida. Hay muchas personas en búsqueda de este ikigai, y esta frase ofrece una pista valiosa: Haga lo que haga con aquello que se me ha dado, que sea para la expansión y mejora de todo el conjunto, no solo para mi beneficio individual. Nos demos cuenta o no, nos guste o no, estamos interconectados. Si  lo tuviésemos en cuenta antes de emprender cualquier acción, otro gallo nos cantara.

 Para poder plantearme qué uso doy a mis talentos,  necesito primero  tomar conciencia de cuáles son, qué herramientas y recursos he recibido para desenvolverme en este plano terrenal. Es decir, conocerme. Y en segundo lugar, es preciso que me sienta parte de este conjunto y amarlo, de lo contrario me dará igual su expansión y mejora. Cuando  amo, deseo de manera natural el  bien de lo que amo. Por eso, es imprescindible creer que estamos interconectados y que cualquier cosa que hagamos tiene un impacto a nuestro alrededor, tanto en el entorno más próximo como en el más lejano. Si el agua caliente disponible en una casa es limitada y yo me estoy mucho rato en la ducha, alguien tendrá que ducharse con agua fría, aunque no fuera esa mi intención. Si nos hemos distribuido las tareas para hacer un pastel y a mí me tocaba mezclar los ingredientes y meterlo en el horno, y no lo hago, aquellos que fueron a comprar los ingredientes también se quedarán sin pastel.
 
  Lo mismo ocurre con nuestros pensamientos. Igual que inciden en mí y me generan unos sentimientos determinados, también tienen consecuencias en los demás. Y si no, piensa en cómo te afecta que alguien te dirija una mirada iracunda o de desprecio o bien, cómo te sientes cuando alguien te mira con cariño y admiración. Esa energía que se crea entre vosotros, aunque no medien palabras, te llega y tiene repercusión en ti. Si me olvido de la conexión que tengo con el resto del mundo, seguramente tomaré decisiones equivocadas, no solo para el planeta sino también para mí, que formo parte de él. 

¿Qué pasaría si por las mañanas, cada uno de nosotros tomara conciencia de que es un punto diminuto en el universo, pero que está estrechamente entrelazado con otros muchos  puntos y que cualquier movimiento que haga uno de ellos repercute en todos los demás? Con toda seguridad decidiríamos nuestros actos en base a criterios más solidarios y nuestra vida discurriría por cauces  más armoniosos con el  conjunto. 

Todos hemos de  experimentar alguna vez la grandeza y la pequeñez del punto diminuto que somos. Nos damos cuenta de nuestra insignificancia cuando nos proponemos un objetivo o simplemente sentimos un deseo y no logramos que se cumpla, a pesar de haber hecho todo lo que estaba en nuestra mano. Y entonces tomamos conciencia de la cantidad de factores que no dependen de nosotros  y nos sentimos en manos de fuerzas mayores que nosotros mismos: la pareja que cumple con todos los requisitos físicos para quedarse embarazados y no hay manera, el que hace todo lo posible para superar una enfermedad y no lo consigue, el que ahorra toda la vida para hacer un plan determinado a partir de una cierta edad y un problema de salud o un imprevisto económico se lo impide. Todos conocemos ejemplos de deseos truncados a pesar de habernos esforzado en satisfacerlos. En estos momentos, nos damos cuenta de lo poquita cosa que somos, a partir de esa sensación de impotencia. Por el contrario, cuando logramos satisfacer un deseo o cumplir un objetivo, sobre todo si nos ha costado mucho, nos sentimos grandes, poderosos. Y, con frecuencia, el orgullo por nuestros logros nos hace olvidar que ha habido factores que han jugado a nuestro favor y que han facilitado que llegáramos a la meta propuesta.  Es decir, que ha habido un entramado de personas y circunstancias que han favorecido la situación deseada. Cuando sí somos conscientes de todo ello, además de orgullosos, nos sentimos agradecidos. 

La gratitud es uno de los sentimientos que más positivamente nos vinculan a los demás y a lo que nos rodea. Dejar que la gratitud rija nuestra vida es una manera de tomar conciencia de que no somos seres aislados, sino parte de un todo en el que influimos y que nos influye. Nos ayuda a sentir que formamos parte de un conjunto mucho mayor del que tomamos nuestra fuerza y que se alía indefectiblemente  a nuestro favor. Y aquí volvemos al inicio de esta reflexión. ¿Qué significa a nuestro favor? A favor de nuestro crecimiento, de nuestro aprendizaje, de nuestra sabiduría, o lo que es lo mismo, de nuestra expansión y mejora. Y al decir “nuestra” manifestamos que beneficia no solo a mí sino a todo el conjunto.

Si creo en la bondad del universo (llámale, Dios, o  energía vital, o lo que sea que creas que lo sostiene y lo mantiene en movimiento), es decir, estoy convencida de que se confabula a mi favor, lo más probable es que encuentre una manera más fácil de alinearme con él. Si no, me pelearé continuamente para salirme con la mía.  Me temo que “salirme la mía” responde más a lo que mi ego desea que a lo que  mi ser esencial, unido a la Totalidad, anhela. El ego es una estructura defensiva que por sentirse separado de los demás, y amenazado por todo, vive en la desconfianza y en el espíritu competitivo: yo contra el resto. Por el contrario, nuestro ser profundo se siente parte de un Todo , de una orquesta en la que todos  los instrumentos son importantes y se influyen mutuamente y ninguno en solitario es capaz de lograr la sinfonía que entre todos generan. Y tienen un único objetivo: la música que crean entre todos.

Del mismo modo que las guerras estallan en un punto geográfico determinado, y además de afectar directamente a ese punto tienen consecuencias más allá de sus fronteras, nuestras guerras internas afectan a nuestro alrededor y nuestro trabajo interior por pacificarnos redunda en beneficio de las personas que nos rodean. Somos muchos los que nos sentimos impotentes ante los conflictos armados que tiñen de rojo nuestro planeta por imposibilidad de incidir directamente en la paz que deseamos.  Tomar conciencia de lo que soy y tengo y ponerlo al servicio  del conjunto en el entorno más inmediato, puede tener un efecto dominó que nuestro mundo está pidiendo a gritos.



SOMOS PUNTOS DIMINUTOS, PERO TENEMOS UN PODER INFINITO POR EL HECHO DE ESTAR ENTRELAZADOS.



Marita Osés
30 octubre 2023
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