2.12.24

Un retiro de silencio

Algunas personas se asombran cuando les comento que asisto a retiros de silencio, algunos de 10 días de duración. “¡Uf qué duro! Yo no lo aguantaría.” “¿Cómo lo haces?” “Yo me volvería loca.” Para mí, son imprescindibles.
Hace poco participé en uno que duraba de viernes a domingo. Salir del trabajo después de toda la semana laboral y saber que te diriges a un oasis de silencio es muy motivador si,  como yo, eres una persona especialmente sensible a los ruidos y a las prisas que conlleva la vida en las grandes ciudades.
Me pregunta una amiga: “¿Cómo podéis estar veintitantas personas en una misma sala, cruzándoos por las escaleras o los pasillos, comiendo en la misma mesa….sin dirigiros la palabra durante dos días?” “¿Qué hacéis tantas horas callados?”  Diría que enfocamos nuestro periscopio hacia nuestro interior y nos tomamos tiempo para adentrarnos en lo que somos. Centrados en el SER, intentamos soltar el HACER y el TENER. 
No resulta fácil, porque la sociedad valora lo que hacemos y lo que tenemos, es decir lo que se ve.
Llevamos unas vidas tan “hacia afuera” que nos olvidamos de que el motor de todo está dentro y, lo que es peor, lo descuidamos.
Hasta el punto de que este motor acaba parándose por inactividad con lo cual nosotros acabamos dependiendo de estímulos externos para funcionar. No creo que sea así como hemos sido concebidos. Tenemos un núcleo positivo, llámesele alma, esencia o como se quiera, que está en el origen de lo que somos.
El SER es el gran olvidado en esta sociedad de las apariencias.
Pues hacia ahí vamos  cuando nos rodeamos de silencio. A reconectar con eso que nos da vida, sentido, solidez, presencia aunque sea invisible. Tan invisible, que nos olvidamos de que existe. Lo decía Saint Exupéry en El principito:
“Lo esencial es invisible a los ojos.”
Y sin lo esencial nos quedamos en lo superficial, o todavía peor, en lo superfluo.
¿Qué hacemos en los retiros de silencio?

BUCEAMOS. Cuando te zambulles en el agua y buceas, no sabes lo que te vas a encontrar, aunque las aguas te sean familiares.

Si tienes suerte verás una tortuga marina, atravesarás  un banco de peces o  descubrirás una estrella de mar. Y , según donde estés, puedes encontrarte un tiburón. Se trata de adentrarse en esas aguas que te conforman y descubrir que eres más de lo que tu mente te hace creer. Más que tus sensaciones, más que tus pensamientos, más que tus sentimientos. Conectas con eso que eres, eso que se da  cuenta  de todo lo demás,  y comprendes que la sensación de soledad tiene que ver con la desconexión con esta parte de ti.

Cuando te sumerges en el mar, te envuelve el silencio del agua que amortigua todos los ruidos, por muy agitadas que estén las aguas en la superficie. Si vas al fondo entras en un útero armonioso, plácido, lento. Cuando te zambulles en tu interior, lo más probable es que lo primero que percibas es la cantidad de “ruido” que hay: pensamientos, creencias, sentimientos, compromisos, recuerdos, imágenes… Si tienes paciencia, descubres que detrás de todo ello hay algo más y eso que hay es lo que tu alma anhela. Poner la atención en la respiración es fundamental para atravesar esa cortina de ruidos. Los acoges, los respiras, los despides; los acoges, los respiras, los despides. Así uno por uno. Los hay que necesitan más paciencia por tu parte para lograr deshacerte de ellos, que es lo mismo que decir que necesitan más amor. Bueno, pues hay que dedicarles más tiempo. Sobre todo no resistirse a ellos, necesitan tu atención, probablemente porque en otros momentos se la habrás negado.

No voy a ocultar que puedes pasarte todo el fin de semana solo haciendo esto: intentar  no dejarte llevar por los pensamientos que tu mente va reproduciendo, sin llegar a descubrir ningún tesoro oculto en el fondo de tu mar. Pero mientras lo haces, estás experimentado sin proponértelo otra cosa:
Estar contigo, prestarte atención, no perderte de vista.
Y eso te lleva a conocerte. Los amigos se hacen pasando tiempo con ellos. Te haces amiga tuya.  Acabas distinguiendo lo que forma parte de tu esencia y todo lo que son “accesorios”: y te das cuenta de la cantidad de estrategias que has construido para adaptarte al medio en el que te tocó nacer, mecanismos de defensa que tu mente ha elaborado para sobrevivir, máscaras tras las cuales escondes tu vulnerabilidad, tus complejos, hábitos que adquiriste en tu infancia y que se te han quedado pegados, como programas obsoletos que no sabes cómo eliminar de tu ordenador cuando ya no te sirven. Para disolver todos estos ruidos en el mar del silencio no tienes que hacer nada más que RESPIRARLOS, es decir, aceptar que están ahí, que tienen su historia y su derecho a existir, aunque en estos momentos te estorben.
Se trata de contemplarlos sin juicio, con la intención de que nos permitan ver más allá de ellos y poco a poco los vamos comprendiendo, aceptando, disolviendo, incluso agradeciendo. En algún instante privilegiado en el que desaparecen del todo, la paz es absoluta. Y llega la sensación de estar sostenida por algo más grande que una misma. Hay personas afortunadas o muy avanzadas en la práctica de la meditación que  son capaces de mantener este estado largamente y disfrutarlo. Es una sensación de claridad, de estar en tu verdad. Es un estado de conciencia plena. Como habitualmente vivimos en la inconsciencia,  en esos momentos nos damos cuenta de que somos una consciencia-testigo que lo observa todo sin juzgarlo y por eso es capaz de aceptar todo sin alterarse.
En mi caso, apenas me dura un minuto, con mucha suerte, pero me compensa los diez días (o los que sea dure el retiro) porque me hace conocer y constatar una parte de mí de la cual no suelo ser consciente y que puedo recordar que existe cuando el ritmo de vida que llevo me distrae y me hace olvidarla. Gracias a ese minuto, en otros momentos más agitados de mi vida puedo hacer memoria de mi y me rescato.
Rescato a ese ser que me constituye de manera fundamental, que es mi núcleo, mi eje, mi razón de ser, aunque tantas veces me olvide.
El silencio me devuelve a mí y a aquello más grande que yo que me permite ser quien soy. Por eso voy a los retiros de silencio.

Marita Osés
28 noviembre 2025

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