De niña pensaba que hablar con un@ mism@ era cosa de locos. Ahora pienso que es lo más cuerdo que podemos hacer. Cuando le diriges a alguien la palabra, lo que estás haciendo en primer lugar es reconocer su presencia. “Tú estás aquí y yo te veo.”
Si desde que empiezas tu jornada hasta que la acabas no haces esto contigo, al menos una vez, te estás ignorando sin darte cuenta. Estás poniendo tu foco en el decorado y olvidando al protagonista de la película. Y con ello dejas de prestarte la atención que necesitas para funcionar como persona. Pasas a depender de la atención que te dediquen los demás.
Una práctica tan sencilla como mirarte al espejo de buena mañana y decirte: “Buenos días, X ¿qué puedo hacer por ti?” Te ayuda a tomar conciencia de ti mism@ y a descubrir que hay dos instancias en ti: la que habla y la que escucha. La que pregunta, observa desde afuera con objetividad, y aquella que recibe la pregunta, metida de lleno en la subjetividad de su papel en la película que cada día interpretamos. Para complicarlo todavía más, se nos cuelan varias voces que hablan por boca de estas dos instancias. Puede que necesites un tiempo largo de escucharte sin juzgarte para llegar a discernir las distintas voces que hay en ti y a descubrir con cuáles te identificas de verdad y a cuál de ellas quieres darle el mando. A lo largo del proceso, algunas acabarán sonando huecas y te darás cuenta de que las habías tomado prestadas, que a fuerza de oírlas en otras personas las habías incorporado, pero no están alineadas contigo y por eso, si las tomas como propias, te provocan desazón.
Solo hay una voz que está perfectamente en sintonía contigo y esa es la que te da paz cuando la escuchas y la sigues.Si hace tiempo que desconectaste de ella, y te has acostumbrado a dar crédito a otras voces dentro y fuera de ti, es posible que al principio, cuando empieces a escucharla, te desconcierte, te sorprenda, incluso te incomode o te asuste porque suele invitarte a dar pasos que no habías imaginado y no te lleva por el camino conocido. Te lleva a explorar una parte de ti misma o de tu realidad que hasta ahora no habías tenido en cuenta. Es una voz sabia, audaz, benevolente y no vacila.
Porque tu estado de ánimo no depende solo de lo que te ocurre, sino de lo que te dices cuando te ocurre. Si te quedas sin gasolina en medio de una carretera sin estaciones de servicio a la vista, puedes hablarte desde la crítica: “Vaya inútil que eres. No tienes remedio. Cómo puede haberte pasado esto. Con esta cabeza no llegarás a ninguna parte. No sirves ni para prever un viaje sencillo…bla,bla,bla” desacreditas a tu persona innecesariamente. O bien puedes hablarte desde la comprensión: “Qué despiste, tenías tantas ganas de llegar que olvidaste lo que tenías que hacer antes, te concentraste tanto en hacer bien la maleta que una vez hecha te despreocupaste de lo demás…” En este segundo caso, en lugar de inflar el error hasta invalidarte como persona, lo relativizas y tu credibilidad no queda afectada. Esto ocurre en tu cabeza, en base a lo que te has dicho, pero tiene consecuencias directas en tu vida real. Si haces caso a tu crític@ intern@, reemprendes el viaje sintiéndote pequeñ@ e insegur@. Si escuchas a tu voz amable, reanudas la marcha satisfecha de haber solucionado un contratiempo que ni siquiera ha sido un problema porque no has permitido que cuestionase tu valía como persona. Lo que te has dicho no te roba tu poder personal, te respeta a pesar de tu error. Porque tú eres más que tu error.
Aún más, te vas content@ de haber conocido a una persona que te ha llevado hasta la estación de servicio más próxima y a otra que no ha tenido inconveniente en acompañarte de nuevo hasta tu coche.
¿Por qué no probarlo? Háblate con amabilidad, trátate con delicadeza y descubre una versión de ti mucho más poderosa y dueña de sí misma.
Marita Osés
12 Enero 2022
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