Septiembre señala el final del verano y, para una gran mayoría, el fin de las vacaciones. Podrán haber sido más o menos gratificantes, nos habrán permitido descansar más o menos, habremos podido hacer –o no- lo que habíamos previsto, pero siempre son un cambio respecto de las rutinas que rigen el resto del año , o nos permiten introducir alguna novedad, aunque solo sea por disponer de un tiempo del que el resto del año carecemos.
Sea cual sea la valoración que hagamos de ellas, si nos detenemos un momento a reflexionar, tal vez encontremos algo por lo que sentirnos agradecidos. Puede ser un instante, un paisaje, una persona, una situación. No darle carpetazo rápida a las vacaciones significa tomarse un tiempo para revisarlas y, aunque el balance final sea negativo, rescatar algún elemento que podamos guardar dentro de nosotros. ¿Para qué? Para recordarlo y sentirnos afortunados de haberlo vivido. Un baño en las aguas heladas de una cascada, o en el agua fresca o incluso tibia del mar; un encuentro fortuito o largo tiempo esperado; una reunión de seres queridos, una caminata, una puesta de sol o el frescor de un bosque después de la lluvia, la calma después de una tempestad, una lectura inspiradora, una conversación que no hubiésemos querido terminar.
Agradecer ese momento lo alarga, lo amplia, hace que sus efectos se eternicen en nosotros. Agradecerlo es rentabilizarlo una y otra vez y dejar que la gratitud nos ensanche el alma y nos ayude a relativizar otros momentos que no han sido tan gratificantes.
La plenitud que nos invade con el agradecimiento contribuye a purificarnos de otros sentimientos menos positivos y nos encamina a una actitud ligera y relajada.
La gratitud que nace en un área de nuestra vida afecta a todas las demás y las simplifica.
Por eso, ahora que nos reincorporamos a la vida laboral, o a las rutinas de la vida ordinaria, podríamos caer en la tentación de preocuparnos tanto por lo que está por venir, que no saboreemos lo que acabamos de vivir.
Esa es otra de las funciones de la gratitud: paladear algo que nos hizo bien de modo que instile en nosotros las ganas de vivir experiencias similares o, como mínimo, de recordar que son posibles y abrirnos a ellas. El síndrome postvacacional tiene más fuerza si ponemos más el foco en las obligaciones que reanudamos que en la fuerza, el descanso, las novedades que las vacaciones nos han regalado, que ya forman parte de nosotros y pueden ser de vital importancia a la hora de configurar la actitud con la que afrontar el otoño. No se trata de quedarse anclado que lo que ya ha pasado, sino de aprovechar los beneficios que se derivan de ello y alargarlos todo lo posible.
Después de tantas restricciones debido a la pandemia, mi cuerpo está agradecido al contacto diario con la naturaleza, mi alma a la conexión con las personas que quiero, aunque no haya habido cercanía física, y a la gran cantidad de mensajes de luz que recibo por las más diversas vías, animándome a ir más allá de la negatividad y a buscar denodadamente otra forma de ver la realidad.
La gratitud aporta siempre OTRA forma de ver lo mismo. Mirar atrás y agradecer en lugar de lamentarse y reprochar, genera la mejor actitud para enfocar lo que está por venir.
Y tú, al acabar el verano ¿Qué agradeces?
Marita Osés, 15 septiembre 2021
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