3.9.25

Reflexiones al final de verano

 

🔖Este verano he tenido el tiempo y el entorno adecuados para leer un libro de 500 páginas que me compré hace meses. Se titula “El mito de la normalidad”, y el autor es Gabor Maté, médico y psiquiatra húngaro afincado en Canadá después de huir de la persecución nazi.


Escribo este post la última semana de agosto rodeada de montañas, con mariposas revoloteando a mi alrededor y bandadas de golondrinas que se posan en el fresno cuya sobra me cobija y luego salen disparadas en todas direcciones como obedeciendo a una llamada misteriosa. A pesar de que el sol es intenso, sopla una brisa fresca que me hace cerrar los ojos agradecida de estar donde estoy,  y de hacer lo que estoy haciendo.

Es el mismo sentimiento que  me brotaba cada vez que reanudaba la lectura del libro: agradecimiento infinito porque nos ofrece una visión muy esperanzadora de lo que el autor  entiende por enfermedad y, en consecuencia, de por dónde puede ir la curación. Y porque lo hace además desde una visión profundamente compasiva. Contempla al ser humano, no como un conjunto de órganos sino como una unidad esencial de mente y cuerpo y concluye que la salud y la enfermedad no son estados arbitrarios de un cuerpo o de una parte de él; son la expresión de cómo vivimos la vida, que , a su vez, no puede entenderse sin tener en cuenta la influencia que ejercen las circunstancias que nos rodean, las relaciones personales, los acontecimientos y las experiencias. Es decir, en nuestro estado físico y mental influye también lo social y lo político. Defiende que tu salud física y mental está íntimamente relacionada con cómo te sientes, con tu percepción de ti mismo y del mundo y con las maneras en las que tu vida satisface o no todas aquellas  necesidades humanas que son innegociables. Cuando una de estas necesidades fundamentales no queda cubierta, se puede generar un trauma que él define como una herida interna, una ruptura o disociación del ser.

Me he tomado un momento para hacerme las preguntas que sugiere: ¿Cómo me siento yo conmigo misma? ¿Cómo me percibo? Y te invito a hacer lo mismo: ¿Qué sentimiento tienes cuando te miras, cuando te escuchas, cuando te percibes? Y tal vez la pregunta anterior sería: ¿Te percibes en algún momento? ¿O estás tan ocupad@ percibiendo, y calibrando a los demás que te olvidas de ti,  a no ser para compararte? ¿Percibes de ti solo aquellos aspectos que quieres cambiar porque no estás content@ con ellos? Puede ser que estés confundiendo una parte con el todo. Que porque hay una parte de ti que te molesta o directamente no te gusta, te rechazas tod@ tú, te censuras y no acabas de darte el aprobado que siempre has necesitado. Eso también influye en tu salud.

Uno de los datos que aporta el libro son los rasgos que comparten ciertas personas que son más propensas a desarrollar enfermedades autoinmunes: Evitan expresar su enfado y frustración, lo que genera estrés interno y siempre están dispuestas a cuidar a los demás olvidando sus propias necesidades, lo cual constituye una nueva fuente de estrés.

Maté aporta muchos ejemplos de cómo abordar los factores emocionales y psicológicos puede ser decisivo para la recuperación.  Casos de  enfermos que mejoraron ostensiblemente cuando abordaron un aspecto psicológico, por lo general un trauma, que nadie había tenido en cuenta con anterioridad. ¿Qué ocurre entonces? El paciente tiene una participación activa en su sanación porque emprende un trabajo de introspección que le ayuda a

1) verse

2) mirarse con comprensión y

3) amarse incondicionalmente.

Esta fue mi experiencia con el cáncer. Cuando me repuse del susto del diagnóstico y  dejé de verlo como un enemigo contra el que luchar o como un golpe inexplicable de mala suerte, me pregunté si podría estar trayéndome algún mensaje “amigo”. Identifiqué en mi los rasgos que acabo de mencionar: hasta aquel momento (y ya tenía 52 años) a la hora de tomar decisiones, cualquier cosa o cualquier persona era más importante que yo, y vivir de acuerdo con esa creencia me hacía feliz ( o eso creía).

El cáncer me ayudó a darme cuenta de que yo soy como mínimo tan importante como cualquier otra persona y que, en determinados momentos,  necesito priorizarme. 

Este giro cambió radicalmente mi relación conmigo misma.  Empecé a tratarme con mucho más cariño y consideración. Tuve la suerte de curarme, pero estoy convencida de que aunque no hubiese superado la enfermedad, ésta me habría ayudado a sanarme. Al verme de otra manera, pude relacionarme conmigo, con los demás y con el mundo de manera distinta. Si me hubiese muerto me habría muerto más feliz por haber tenido la oportunidad de vivirme tal como soy y no condicionada por las creencias que fui elaborando en mi infancia. 

Hay una manera de vivir que genera salud y otras maneras de vivir que generan enfermedad.

Por eso, os transmito la pregunta que Maté nos hace: ¿Vives una vida alineada con tu verdad más profunda –lo que yo llamaría tu esencia- o vives en función de las expectativas de otras personas? ¿Cuánto de lo que has creído  y realizado es realmente tuyo y cuánto ha estado al servicio de la imagen de ti  que creaste para complacer a los adultos de tu infancia?

No puedo concluir este post sin copiaros la dedicatoria del libro que me impactó muchísimo: “A mi queridísima Rae, mi compañera de vida, que me vió antes de que yo fuera capaz de verme a mí mismo, y amó la totalidad de mi ser antes de que yo pudiese siquiera empezar a amarme. Y a nuestros hijos: Daniel, Aaron y Hannah que iluminan nuestro mundo”.

Este es, precisamente, el sentido de estar juntos, ya sea un vínculo de pareja, de amistad o paternofilial : ayudar al otro a ver lo que no ve de sí mismo y aceptarlo en su totalidad y darnos luz los unos a los otros. Esa aceptación es la que permite la transformación que todos necesitamos para alcanzar la plenitud.


La luz del otro es solo un reflejo de la mía propia, que todavía no logro ver.


Feliz final de verano.

Marita Osés, Agosto 2025


25.7.25

Prioridad clara, decisión fácil

Algunas personas acuden al coaching queriendo entender por qué les cuesta tanto tomar decisiones. Buscan herramientas para no dar tantas vueltas a las cosas o a las situaciones y para atreverse a tomar un camino determinado, sin perder tanto tiempo evaluando las consecuencias.


Uno de los obstáculos con los que se encuentran es que analizan en exceso la situación, la miran desde todas las perspectivas posibles y valoran tantos escenarios que se quedan sin energías ni claridad para decidir. Deberían recordar que análisis rima con parálisis. El  análisis se hace desde la cabeza y la energía para dar pasos en la vida viene de otro lugar, como veremos después, viene de desear profundamente algo. Cuando damos vueltas y más vueltas con los pros y los contras, y las implicaciones de tomar una decisión u otra acabamos mareados y entramos en bucle.

Si la persona es además perfeccionista, querrá tomar la mejor decisión, y eso le hará descartar alguna alternativa perfectamente válida que le ayudaría a salir del atolladero, aunque tal vez no fuera la solución óptima. Al final, no hay decisiones perfectas, sino decisiones que nos ayudan a avanzar, que es lo que importa.
Todo resulta mucho más fácil cuando hay una prioridad clara.
Cuando estás embarazada, o superando una enfermedad grave, o cuando quieres aprobar una oposición o una carrera de la que depende tu sustento, cuando necesitas superar un obstáculo con el que no contabas para llevar a cabo tu sueño, es mucho más fácil tomar decisiones. De hecho, no hay que tomarlas en sentido literal, sino que las acciones surgen de manera natural en coherencia con esa prioridad que hay ahora en tu vida. Por eso es importante formular las prioridades.  Cuando hay una prioridad, todo lo demás está sujeto a ella, no hay duda. No hay vacaciones que valgan, ni costumbres arraigadas que no puedan modificarse, ni plazos que no puedan moverse porque existe un motivo claro, una razón de peso que actúa como brújula de todo lo demás. Un reto deportivo, por ejemplo, hace que tus horas de descanso y de entrenamiento sean sagradas, tu alimentación muy cuidada, tu vida social más reducida. 
Muchas cosas que antes te parecían importantes o incluso imprescindibles, se caen. En otras circunstancias, ni te plantearías renunciar a ellas o te costaría muchísimo hacerlo, pero cuando has decidido que aquello es tu prioridad, cualquier argumento  se disuelve hasta desaparecer. Y es porque ha aparecido algo que da sentido a todo y por lo tanto, no tienes que tomar la decisión de renunciar por ejemplo a algo que antes formaba parte de tu cotidianidad, sino que  hay una acción que se desprende de manera natural de una decisión anterior, que es tu prioridad. 

Por eso, sería bueno preguntarnos: En este momento de mi vida, ¿cuál es mi prioridad? ¿Hay en mi realidad actual algo lo suficientemente importante como para vertebrar mi día a día sin tener que tomar decisiones a cada paso pues solo se trataría de ser coherente con esa primera decisión?
Igual ya la sabes pero no te la has tomado en serio, no eres plenamente consciente de ella y por eso no actúas de acuerdo con ella. 
 
¿Qué te importa de verdad ahora mismo? ¿Tu salud, tu relación con tal persona, tu físico, tu carrera, tu familia? 
Tomar conciencia de lo que te importa ayuda a que tus acciones estén alineadas con tus decisiones.
Te ahorra además muchas quejas, porque te da claridad respecto de lo que quieres de verdad. A veces nos lamentamos por tener que hacer cosas que no nos apetecen, sin darnos cuenta o sin querer reconocer que eso es necesario para conseguir lo que queremos. La queja no sirve para nada más que para instalarnos en la pasividad. Las prioridades son lo que quiero de verdad y es el deseo profundo el que nos impulsa a la acción, no la mente que te dice lo que debes hacer. Lo que quieres hacer no es lo mismo que lo que te apetece. Si lo que quieres es ganar esta competición o quedar en buen puesto en la maratón de mañana, está claro lo que harás o no simplemente siendo coherente con ese deseo.  Si lo que quieres es tener un bebe sano ya sabes qué cosas pueden perjudicarte y has de evitar.  Las quieres evitar. Si lo que quieres es una relación armoniosa con tu pareja, y para ello necesitas poner una situación dolorosa sobre la mesa, eso es lo que quieres, por poco que te apetezca.

Por eso, cuando no estés segura de qué decisión tomar, mira primero qué prioridades hay en tu vida en este momento y comprueba si lo que sea que decidas está respetando o no esa prioridad. Si eres coherente con tus prioridades, verás que las decisiones se desprenden de manera natural de ellas.

Marita Osés
Julio 2025


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27.5.25

COMPRENDER NO BASTA

Cuando, en la primera sesión de coaching, pregunto a las personas qué quieren obtener del proceso, muchas me responden:
Entenderme. También quieren conocerse, pero les interesa todavía más entender lo que ya conocen.



¿Por qué soy así?
¿Por qué hago esto o dejo de hacerlo?
¿Por qué tomé esta decisión?
¿Por qué no soporto tal cosa o a tal persona?

Normalmente, esto que necesitamos entender suelen ser estrategias de adaptación que hemos ido construyendo inconscientemente. Son condicionantes culturales, familiares, sociales. Si observas sin juicio tu historia, puedes entonces comprender que tu rigidez puede venir de tu padre, que heredaste tu perfeccionismo de tu madre o que tu carácter gracioso fue tu forma  de destacar al lado de un hermano brillante o de llamar la atención del adulto que te crió.
Con todas estas estrategias, te fuiste alejando de tu esencia. Para recuperarla, toca deshacerte de las capas con las que te has ido protegiendo o defendiendo. Despojados de esas capas, es probable que nos sintamos un poco asustados y muy vulnerables. Como un bebé recién nacido. Esta fragilidad momentánea, desaparece cuando nos alineamos con nuestra esencia recuperando así nuestro poder personal. 
Esto es así porque nuestra mente, por su naturaleza necesita entender y racionalizar para sentirse segura, necesita comprender el porqué y el cómo antes de aceptar. 
Con todo, entenderlo no basta para pasar a la acción.  Puedo entender lo que me ha llevado hasta mi situación actual, hacer un relato coherente que me de una explicación lógica de mi historia. Pero hasta que no lo viva y lo sienta y lo acepte no podré cambiar en la dirección que deseo. Entender no cambia cómo vivo. ¿Qué significa pasar a la acción? Significa que esas estrategias y conductas que has entendido no sigan gobernando tu vida. Significa deshacer los patrones que desde tu inconsciente te hacían actuar y ser como no eres. No digo “como no quieres”. Digo “como no eres”. Porque te parece que quieres actuar así, pero en realidad es un piloto automático, una inercia que funciona al margen de tu voluntad porque lleva años haciéndolo y no sabe obrar de otra manera.
Significa ponerte una alarma interna para darte cuenta de cuándo se ponen en marcha estos mecanismos automáticos y tener preparada otra forma de responder, más alineada con la persona que eres, que quieres-conscientemente- ser. Significa por ejemplo, empezar a decir no en lugar de ceder al impulso de complacer a las personas. Empezar a poner límites a tu entrega cuando antes tu perfeccionismo te habría llevado a revisar un trabajo una vez más. Significa obligarte a decir lo que sientes, cuando por dentro algo te dice, “cállate y tengamos la fiesta en paz”. Y esta nueva forma de responder va dejando atrás tus viejos patrones y te va transformando  en eso que eres. 
Pero podemos también recorrer el camino en el otro sentido. ACEPTAR de entrada la realidad o la persona que tengo delante. Resistirme  a la necesidad de analizarlo, juzgarlo y de obligarlo a encajar  en mis esquemas mentales, que suelen ser más estrechos que lo que la vida me presenta. 

La vida cuestiona  nuestros esquemas mentales para que nos abramos, para que no nos quedemos encerrados en nuestra forma de ver, en nuestro enfoque particular y nos aventuremos a ver las cosas de diferente manera, lo que nos permitirá vivirlas de otro modo  y probablemente nos invitará a entrar en otras dimensiones hasta ahora desconocidas. Es decir, nos hará crecer.

Piénsalo bien. ¿Eres solo mente? ¿Qué más eres? ¿Tú quieres a tu hijo, a tu padre, a tu amiga con tu mente? ¿De dónde nace este sentimiento de amor?

Hay una parte de nosotros que puede actuar sin ajustarse a la lógica de la mente. El caso es que cuando aceptas desde ese lugar, ya no necesitas comprender.

En realidad, comprendes de otra manera. O mejor dicho desde ese otro lugar. Es nuestro ser interior, profundo, esencial, que funciona desde el amor puro, más allá de la razón. Blaise Pascal dijo que el corazón tiene razones que la razón no entiende. No sé exactamente a qué se refería con corazón, pero yo me refiero algo más amplio: a nuestra esencia, a nuestro fondo más profundo. El corazón, entendido como sede de los afectos, puede tener heridas de infancia, cicatrices de todo tipo. YO me refiero a una  parte nuestra que está a salvo de todo y que funciona desde el amor puro y la compasión  y confía más allá de la razón. Para conectar con él necesito apartarme de la actividad, permanecer en silencio y acceder a mi ser profundo.

Si pudiese vivir toda mi existencia desde ese lugar en el que el yo se disuelve, sé que no tendría que entender para aceptar.

Pero solo lo visito de vez en cuando, y en cuanto salgo de ahí mi mente toma el mando.


¿Por qué es importante aceptar sin entender? Porque
cuando alguien no se siente aceptado, no se siente querido.
 
Y eso le puede pasar a tu hijo, a tu pareja, a tu amiga, a tu compañero de trabajo, a ti misma.
Y si  nuestro ego nos exige entender para aceptar, estamos restringiendo mucho nuestra capacidad de amar.
Si por el contrario,  te atreves a darle el mando a esa otra parte de tu ser, te lanzas a salir de tu cueva conocida en pos de un horizonte mucho más amplio.
Te invito a parar cada día y en silencio, entrar en ese lugar interno no gobernado por la mente, en donde la quietud y la compasión se dan la mano, y reflejan la realidad de una manera tan distinta que no te hará falta “entenderla”.


Marita Osés

20 mayo 2025


22.4.25

SANT JORDI 2025

En una entrevista de La Vanguardia, Edith Eger, psicóloga, escritora y superviviente del Holocausto, opina que es un error huir de los sentimientos, por dolorosos que sean. “Lo contrario de la
depresión es la expresión-dice-. Lo que sacas no te puede afligir. Lo que guardas para ti, sí.”


Esa fue su experiencia: le costó aprender a vivir con el dolor hasta que publicó sus memorias, “La bailarina de Auschwitz”, superventas junto a “En Auschwitz no había Prozac”. El acto de escribir la salvó: entró en sí misma, limpió sus heridas, escuchó sus interrogantes, dedicó tiempo  a comprender lo incomprensible y se reconcilió con aquel capítulo horrendo de su vida.

La escritura actúa como un crisol en el que las experiencias se transforman en sabiduría y, finalmente, en paz.

Carmen Posadas, escritora uruguaya, dice “Los escritores somos náufragos que lanzan mensajes”, y nos da otro aspecto de la escritura.

El autor necesita a un lector para que su oficio  tenga sentido.

Cada una de ellas desvela un aspecto diferente de la escritura: es un viaje a la vez hacia adentro y hacia afuera. Adentro encontramos la materia prima, no solo en nuestras vivencias, sino en las vidas, pensamientos, emociones de otras personas que de un modo u otro nos resuenan.  Afuera están aquellos a los que las palabras escritas les resonarán a su vez y tejerán un hilo invisible de complicidad con quien las escribió. El náufrago necesita creer que alguien leerá su mensaje y no solo eso, sino que además le emocionará, o lo que es lo mismo, le será útil.

🌹En el día del libro 2025 brindo por todos los que se han atrevido a poner sobre el papel aquello que su alma les gritaba ya fuese para ahuyentar sus fantasmas, transmutar su dolor o encontrar sentido a alguna experiencia propia y ajena.

🌹Brindo por esos libros que nos han cuestionado, acompañado, consolado, construido y deleitado. Brindo por el libro en sí: siempre ahí, en silencio, dispuesto a ser abierto por la página que nosotros elijamos y a ofrecer su tesoro sin pedir nada a cambio. 


Y finalmente, animo a toda persona a que exprese sobre el papel aquello que le quema, le remueve, le motiva, le interroga por dentro.


Reivindico la escritura como una herramienta maravillosa de autoconocimiento, de reconciliación con uno mismo, con su pasado y con su presente.🐉

¡Feliz día de Sant Jordi!

23 abril 2025


21.4.25

No somos fotos fijas


Cuando llevamos un tiempo prolongado de relación con alguien (puede ser la pareja, el padre, la madre, el hermano, un compañero de trabajo o un amigo), nos da la sensación de que ya lo conocemos.

Nos hacemos una idea de esta persona y corremos el peligro de encasillarla. Decimos que esta persona es así o asá. Tan convencidos estamos de ello que acabamos relacionándonos con el cliché que tenemos de ella, no con la persona en sí. Y claro, con el tiempo la persona se nos escapa, no la reconocemos.

Puede darse el caso de que esta persona intente trabajarse algunos aspectos de su carácter, evolucione en su forma de ser a partir de lo que le va trayendo la vida o incluso de lo que le sugieren sus congéneres. Y puede suceder que como yo me he quedado con la idea que tengo de ella, no sea capaz de apreciar los pasos que esta persona está dando en otra dirección. Todo lo que no se ajusta a la idea que me he hecho de ella, lo descarto sin más. 

La situación puede resultar muy frustrante para el hijo que intenta mejorar aspectos que le ha comentado su progenitor, o para la persona que intenta modular su conducta en aras a mejorar su relación  de pareja o para el amigo que se esfuerza en desbloquear una amistad y no consigue que el otro salga del modo de relacionarse que arrastran hace tiempo. Cuando nos relacionamos con la idea que tenemos del otro, estamos ciegos a los pasos que el otro da en cualquier dirección que no sea la que nosotros creemos. Y la frustración que provocamos se va traduciendo en desmotivación.

El caso es que nadie es así o asá, porque todos estamos en proceso de crecimiento y de cambio. Si estamos vivos, cambiamos. Puede que nos resulte más fácil relacionarnos con la idea que tenemos de una persona, pero eso despoja a la relación de vida y de novedad. Desde mi idea fija, todo es previsible y puedo adivinar prácticamente todas las reacciones que va a tener. Y al predisponerme a esas reacciones, de alguna manera las propicio. Leí en algún lado: “No hay ley más invariable que aquella que dice que como pago de nuestras sospechas encontramos aquello que sospechábamos.” Si me acerco a una persona pensando de antemano cuál va a ser su respuesta, no le dejo margen de maniobra, ni le permito salirse de la etiqueta en la que la he clasificado. ¿Para qué nos sirven las etiquetas? Para manejarnos mejor. Nos dan seguridad. Para ir preparados y no tener que improvisar. Pero la vida es cambio y nos sorprende, ha de sorprendernos a cada paso y nosotros aprendemos a improvisar dando respuesta a lo que tenemos delante materialmente y no a lo que habíamos previsto mentalmente. ESO es vivir.

Cuando me relaciono con la idea que tengo del otro no salgo de mí. Todo se cuece en mi mente. Y las relaciones auténticas se ventilan a otro nivel. Si un día, por las circunstancias que sea, abro mi corazón y entro en lo que el otro es, no en lo que pienso que es, entonces descubro infinidad de posibilidades y de respuestas, y nada es previsible ni controlable. Me  abro a la incertidumbre, pero también a una riqueza inusitada. No lo encasillo en una idea, sino que permito que sea cualquiera de las miles posibilidades que tiene de ser, se ajuste o no al concepto que yo pueda tener de antemano.

Cuando alguien no tiene una idea prefijada de mí, sino que está abierto a lo que yo vaya manifestándole en mi proceso de crecimiento, se convierte en mi aliado, en mi mejor compañero/a de camino. Esa persona, deja a un lado sus expectativas, y va validando aquello que yo decido ser, por el simple hecho de respetar mi opción. Y con ello me ayuda en la labor de construirme personalmente.

Muchas veces somos nosotros mismos los que nos relacionamos con la idea que nos hemos hecho de nuestra persona, y no con lo que realmente somos. Nos hemos identificado tanto con el personaje que hemos creado para abrirnos paso en las circunstancias que nos ha tocado vivir, que al final nos creemos que somos eso. “Soy controladora y obsesiva”, me comenta una persona. Y yo le recuerdo las características que ella había enumerado cuando le pedí que me describiera su esencia: noble, alegre, cariñosa, comprensiva creativa, adaptable, paciente, constructiva, optimista, luchadora, detallista, con sentido del humor. ¿Dónde está pues la controladora y la obsesiva? Es la conducta que adopta cuando siente una agresión. La sensación de indefensión le hace acudir al control y a la obsesión como mecanismos de defensa. ¿Es ella eso esencialmente? NO LO ES. Pero a base de identificarse con esas conductas y desconectar de su esencia acaba creyendo que la obsesión y el control forman parte de su núcleo.

Es cierto que hubo un momento de indefensión y de desamparo brutal en su biografía. Y que luego cada situación que le recordara aquella circunstancia ahondaba dolorosamente en una primera herida. Es cierto que esa herida hizo que desconectase de su alegría, de su confianza básica en la vida, de sus ganas de jugar, de su motivación. Pero está en su mano elegir si conecta de una vez por todas con la mujer que verdaderamente es, o queda atrapada en su fidelidad  al ser reactivo al que detesta y que llega a confundir con su ser verdadero.

Para ello hay que trasladar la atención de los hechos o las situaciones concretas a los procesos. Hacer memoria de quien soy y tomar conciencia de que estoy en proceso en evolución. No soy una foto fija, sino una secuencia en permanente evolución. Se trata  de ver a las personas en su proceso, no como realidades estáticas. Si una persona está en un momento negativo y la miro como si ella fuera solo eso, me deprimo y no le doy esperanza. Si por el contrario, lo considero un proceso por el que está pasando, del que saldrá, le doy energías para salir. Relativizo. Lo mismo funciona para un momento positivo. Si lo veo como algo estático, tengo muchas posibilidades de aletargarme, de anestesiarme con el buen momento. Si consigo percibirlo como algo fugaz que va a pasar porque está dentro de un proceso, lo vivo intensamente antes de perdérmelo por inconsciente o por idiota. Esta actitud me ayuda a vivir concentrada en lo esencial y en los detalles al mismo tiempo. Atenta y dispuesta a captar al vuelo para poder disfrutar y reflexionar acerca de lo que capto.

Nadie está terminado de hacer hasta que ha exhalado su último suspiro. Nadie es tan pequeño como para caber en la idea que me he hecho de él o de ella. La persona es su biografía y esta tiene infinitas posibilidades siempre que  no permita que nada ni nadie las recorte. Una vez tomada una foto, ya no somos la persona que el objetivo captó. Proseguimos el camino de nuestra autoconstrucción, quiero pensar que independientemente de la idea que se hayan hecho de cada uno las personas que nos rodean.

Marita Osés 

6.3.25

Tengo un pitbull dentro

El cliente entra en la consulta y cuando le pregunto qué trae hoy a la sesión, responde: “Tengo un pitbull dentro. ¿Cómo lo ato?” Y relata varias situaciones en los quince días anteriores en las que una persona o situación le sacaron de quicio y, más tarde se sintió mal por no haber podido reaccionar desde la serenidad, o por lo menos, sin violencia verbal.

“El problema del pitbull es cómo te sientes después y cómo haces sentir al otro”
concluye. (Para los que no saben lo que es un pitbull, es una raza de perro con fama de ser muy agresivo, pero cuya agresividad depende del entreno que reciba. De naturaleza son valientes, inteligentes y con una energía inagotable, leales, cariñosos y muy sociables. Pero si lo entrenan para la lucha, será muy agresivo. Esa energía se convertirá en agresividad y tomará la fama de agresivo).

“¿De dónde sale este fuego que no soy capaz de controlar y que deja chamuscado a mi interlocutor, cuando no reducido a cenizas?”, se pregunta esta persona.    El caso es que también él queda muy afectado por haber actuado de esa manera. “¿Cómo es que la rabia se adueña de mi de modo que acabo haciendo y diciendo lo que no quiero hacer ni decir?”

Vamos a ver dónde puede  estar el origen de eso que hace y dice y de lo cual se arrepiente casi de inmediato.
Cuando la reacción es desproporcionada en relación al detonante que te ha llevado a saltar y se repite en el tiempo, es decir, es una reacción recurrente, suele tener que ver con nuestras heridas de infancia.

Son situaciones que nos hacen entrar en contacto con una emoción que en su día experimentamos y etiquetamos como dolorosa o desagradable (negativa, para entendernos) y nuestra mente nos traslada sin que nos demos cuenta a nuestro pasado alejándonos del hecho real que estoy viviendo en este momento.

💬Puede ser un sentimiento de que me ignoraban porque no tenían en cuenta mi opinión, de rabia porque se me trataba de manera diferente que a algún hermano o compañero de clase, de humillación porque se me comparaba con otros y yo nunca daba la talla…lo que sea. En algunos casos, puede que  ya en tu infancia reaccionaras  con violencia a esa sensación incómoda o dolorosa que te invadía y entonces te etiquetaran  de “rabioso”, “tiene muy mal carácter” o si te encerrabas en ti mismo “es un lobo solitario”, “es más raro que un perro verde”.
💬En otros, tal vez no te permitiste expresar esa emoción y la fuiste acumulando hasta tu edad adulta. El adulto ya no está en situación de inferioridad como el niño y se permite ventilar su fuego, soltar al pitbull y dejarle ladrar todo lo que no ladró en su momento.

¿Qué pretendes conseguir con ladrar de esta manera?
  • Mantenerte a salvo.
  • Proteger tu vulnerabilidad.
Pero ¿qué consigues en realidad? Sentirte alterado, fuera de control, tal vez arrepentido, y en algún caso avergonzado y miserable, especialmente si la persona que se ha visto afectada es una persona a la que quieres y sabes que no solo no se merece este trato sino que puedes dañar o incluso romper un vínculo que valoras mucho. La confianza se ve afectada y rompes la sensación de seguridad que toda relación afectiva necesita para mantenerse viva. En adelante, es posible que esta persona esté a la defensiva y no puedas acceder a ella como querrías o como habías hecho en otros momentos. Es un precio muy elevado el que pagas por no controlar a tu pitbull.

Por eso vale la pena pararse y preguntarse:
¿De qué me quiero proteger cuando suelto a mi pitbull? ¿De qué tengo miedo?
Si reviso las distintas ocasiones en las que ha saltado mi pitbull ¿Qué tienen en común?
¿Qué indicadores tengo que me pongan sobre aviso de que el pitbull va a saltar?
El cuerpo es un gran aliado en estas circunstancias. Puede ser una sudoración repentina, o la nuca agarrotada, una bola en la garganta, una presión en el pecho, una aceleración del corazón, un temblor… Conviene estar atentos para no dejar que se nos dispare el automático y cuando aparecen estos indicadores físicos, respirar hondo varias veces y recordarnos qué es lo que queremos de verdad y qué no.

Otra pregunta que nos puede acercar al origen de nuestra reacción agresiva es:

¿Qué es lo que no soporto
Que me contradigan? Que me mientan?
Que me ignoren? Que me tomen el pelo?
Que no me obedezcan? Que no me escuchen?
Que me impongan cosas?
Si identificas aquello que activa tu reacción, te dará una idea de por dónde va tu herida. Todos tenemos una o varias heridas de infancia y conocerlas es un paso imprescindible para entender nuestras reacciones. Por poner un ejemplo, Clara conecta con la sensación de “no pintar nada” cuando su pareja toma decisiones sin consultarle. Puede ser algo tan irrelevante como tomar una calle en lugar de otra durante un paseo a pie. Esta sensación de “no decidir nada” procede de su infancia en la que iba a remolque de sus hermanas, mucho mayores que ella, quienes no solo no la tenían en cuenta para decidir sus planes sino que se aprovechaban de su buena fe y de sus ganas de ser útil. Eso generaba en ella una impotencia que ahora se despierta en situaciones que aparentemente no tienen nada que ver y generan conflictos con su pareja.

¿Qué hacer entonces con el pitbull?
Al pitbull no hay que atarlo, hay que amansarlo. ¿Qué es lo que le hace agresivo? La agresividad. ¿Qué es lo que le hace manso? La mansedumbre, la ternura, la amabilidad.
El primer paso para apaciguarlo es dejar de identificarnos con él y de tenerle miedo. Agradecerle que nos haya querido proteger pero despedirlo porque ya no lo necesitamos. Y hablarle con amabilidad. No es más que una estrategia defensiva que nuestra mente construyó para protegernos del dolor en un momento en que nos sentíamos indefensos frente a las personas y situaciones que nos lo provocaban. Ahora tenemos más recursos que en nuestra infancia y probablemente nos hayamos fortalecido o en el mejor de los casos, hemos empezado a sanar las heridas que nos hacían ser tan reactivos. Si ya no necesitamos el pitbull, la siguiente pregunta es ¿De qué otra manera puedo conseguir lo que deseo sin enseñar los dientes, ladrar o lanzarme a la yugular de mi interlocutor? Si el pitbull viene azuzado por el miedo a sufrir y lo contrario del miedo es la confianza, tendría que ver qué necesito para actuar desde la confianza y no desde el miedo.
Las personas que tienen un pitbull dentro necesitan más ratos a solas para hablar con él e imaginar con antelación situaciones en las que prevén que el pitbull va a activarse.

En espacios de tranquilidad, hacerse las preguntas que hemos ido mencionando para sentirse dueñas seguras de su perro en lugar de dejar que el perro se adueñe de ellas.

Tengas o no tengas un pitbull dentro, reservar espacios a solas contigo para ver qué es lo que duele y qué es lo que da vida a tu existencia es una práctica muy recomendable si queremos vivir en paz. Ojalá los encuentres y los disfrutes.

Marita Osés
Abril 2025

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