4.6.21

La pura alegría de ser



“Gracias por ser así. No cambies nunca, por favor”, me dijeron una vez. 




Me resultó halagador, pero al mismo tiempo me desconcertó. En mi mente, si algo no ha de cambiar, significa que ya está bien como está, y la imagen que yo tenía de mí misma distaba mucho de ser perfecta. Ocupada como estaba en compararme con el resto de los mortales, ignoré la sabia sugerencia y mi vida siguió siendo un intentar cambiar todo aquello que no me gustaba de mí e incorporar aquello que sentía que me faltaba.

¿Y si en lugar de fijar nuestra mirada en lo que falta nos concentramos en lo que hay?


¿Cuál es mi esencia?


¿Qué emana mi persona sin que tenga que proponérmelo?


¿Qué aporto allí donde voy, aunque no quiera?


¿Qué es lo que me constituye?


¿Qué es lo que me llena?


¿Estoy contenta de ser quién soy? 


Cuando la alegría nace de ser quien eres, no se acaba nunca, porque la fuente está en uno mismo. Mi alegría nace de la gratitud, y ésta de la conciencia. No hay gente desagradecida, sino personas inconscientes. Personas que no se han parado a darse cuenta: 
  • de lo que son
  • de lo que tienen
  • de lo que sienten
  • de lo que las rodea.
Todo lo que damos por sentado no lo agradecemos. ¿Has tomado consciencia de ti?

Yo lo hice cuando una persona me planteó la pregunta “¿Cuál sería el paso siguiente en tu camino espiritual?”

En el espacio de silencio que abrí en mi interior, la respuesta brotó clara y simple: “No hay paso siguiente. No quieras ser más ni mejor. No quieras ir más allá. Tu paso siguiente es reconocer lo que ya has hecho hasta ahora y darle tu aprobado. El próximo paso consiste en validar tu vida sin esperar a que nadie lo haga, sin buscar el reconocimiento de los demás.” 

Hacía tiempo que no sentía la paz y la alegría que me invadieron en aquel momento. Junto con la sensación: “Soy suficiente, soy digna, estoy bien tal como soy, soy amada con desmesura.” La idea de no tener que hacer más, ni mejor me hizo entrar en un estado de completa relajación, que me ayudó a darme cuenta de la tensión en la que había vivido anteriormente.

Quince minutos después una voz interna empezó a repetir: “Estás siendo muy indulgente contigo. Siempre hay un paso más, te estás acomodando, ya no eres la que eras.” Esa voz estaba a punto de sabotear la inauguración de una nueva etapa en mi vida, como ya había hecho en otras ocasiones. Afortunadamente, la persona que me había planteado la pregunta, completó al instante mi propia respuesta: “No se trata de reconocer el camino que has ignorado durante tanto tiempo, preocupada como estabas por seguir avanzando. Se trata de que reconozcas lo que ERES, al margen de lo que hagas o dejes de hacer.”

Y entonces volví a conectar con la serenidad y la alegría que había experimentado en mi rato de silencio.

Acto seguido cambió la visión de mi pasado. Lo que siento que soy ahora ya lo era antes, sólo que estaba incapacitada para verlo. No es que haya ido superando pruebas como a veces me había parecido, algunas de ellas de muy mal gusto. Las pruebas no eran tales, sino caminos para llegar a ver lo que tenía que ver. Los obstáculos eran una forma de llegar a mí misma y dar las gracias por mí en lugar de quejarme de mí. Agradecer la abundancia que siempre había habido en lugar de lamentarme por todo lo que sentía que me había faltado. La realidad es que no me veía porque me miraba con los ojos críticos de los adultos que me importaban o que ni siquiera me miraban y me hacían sentir invisible. Había puesto conciencia en todo y en todos, menos en mí misma. Hice un recorrido por padres, amigos, pareja, hijos, trabajos, salud, inquietudes sociales… y lo recoloqué todo desde el nuevo prisma.

Mi tarea ahora es ir acogiendo cada parte de mi ser poco a poco. Es como si hubiese vuelto a la casilla de salida y dijera: “Así me apetece mucho más jugar”. Me aventuro a vivir acompañada de mi ser esencial e inseparable. No camino sola, voy siempre conmigo. Puesto que sé quién soy, puedo ponerme conscientemente a serlo. Y darme cuenta de cuándo no soy. Renazco con el corazón agradecido, después de haber vivido demasiado tiempo con el corazón quejicoso. Estoy contenta de ser la que soy y no es un premio a ningún esfuerzo. No me he ganado nada. La alegría de ser no es la recompensa a mi perseverancia, pues ésta también forma parte de mi esencia y por lo tanto, se me entregó de entrada. La humildad no es ignorar mi valía personal, sino reconocer que mi esencia me ha sido dada y que no tengo de qué vanagloriarme, sino simplemente disfrutarla, es decir, dejar que dé sus frutos.

La gratitud me hace entrar en “modo disfrute”. Agradezco tener algo para dar, para darme. Cuanto más tomo conciencia de lo que soy y tengo, de lo que son y tienen los que me rodean, más gratitud siento y más predisposición a disfrutar de todo ello. La gratitud abre el corazón y lo hace más receptivo, al tiempo que nos impulsa a salir de nosotros mismos sin que sea un esfuerzo, una obligación.

Estamos hartos de obligaciones y de disciplinas, hartos de sentirnos obligados a hacer. Nos obligamos a todo, hasta a disfrutar. Cuando sientes gratitud, el mero hecho de ser la que eres se convierte en entrega. No te fuerzas a hacer nada, simplemente encuentras acciones apropiadas para expresar tu agradecimiento. Las responsabilidades y obligaciones se convierten en oportunidades de agradecer. La generosidad no es más que el corazón que desborda.

Así pues, ¿Cómo descubrir la pura alegría de ser? ¿Cómo estar contentos de lo que somos, de cómo somos, de quién somos? Tomando conciencia de lo bueno que hay en uno mismo y en los otros y disfrutarlo, agradecerlo, compartirlo.


Me encanta leer la reacción a mis reflexiones, y me ayuda un montón, por lo que os ruego que si queréis enviar algún comentario lo hagáis a mi correo mos@mentor.es, o los escribáis en la casilla de comentarios y si necesitas acompañamiento aquí me tienes.


Marita Osés



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