24.11.13

Para transformar... primero aceptar



Lo que es, ya es, y no tiene remedio. Ya está siendo, tanto si me gusta como si no. Puede ser el desorden de mi hijo o el de mi compañera de piso o de profesión; puede ser mi propio mal genio o el del vecino; mi incapacidad para ser empática o la de mi pareja. Puede ser el trabajo que estoy realizando o la manera como otra persona lo está desarrollando.

Cuando rechazo algo que no me gusta, le trasmito toda mi energía negativa. Este NO que nace dentro de mí, explícito o tácito, va creciendo y adquiriendo poder. Tal vez por eso me haga sentir poderosa, sobre todo si va acompañado de ira, agresividad, violencia o inflexibilidad. Pero en realidad me somete, me condiciona, me resta soberanía sobre mí misma y sobre la situación. Aunque sea de signo negativo, es energía al fin, y se la transmito a aquello que estoy rechazando y que, consciente o inconscientemente, me la devolverá. Lo quiera o no, seré receptora de esa negatividad que ha salido de mí y se ha multiplicado en el otro, en su intento lícito de defenderse de ella.

Esa misma carga negativa que me viene devuelta es, precisamente, la que me paraliza, bloqueando muchas relaciones y situaciones que de otro modo evolucionarían de manera natural hacia su transformación. Porque el universo es algo vivo y se mueve, y nada es para siempre.

En cambio, si acepto aquello que no me gusta, que me molesta, incluso me repele, o que interfiere en mis planes y reconozco las razones que sustentan esa situación, tengo recursos para manejarla sin bloquearme y por lo tanto para transformarla. Aceptar invita a actuar, no a reaccionar. Acción en lugar de reacción. Positividad en lugar de negatividad. Creación a partir de lo que hay, en lugar de destrucción de todo lo que a mí no me parece bien o no concuerda con mis planes o deseos.

Detrás de cada persona o situación que me cuesta aceptar hay una enseñanza muy útil para mí. Esa molestia, rechazo o ira que me provoca tienen siempre un para qué. Cuanto mayor sea el rechazo, más profunda y enriquecedora la enseñanza. Es un regalo envuelto en un papel horrible, que no invita a abrirlo sino a tirarlo directamente a la basura, bien lejos de mi vista. Pero un regalo al fin.

Cuando acepto algo tan simple como que “lo que es, es”, me libero. ¿De qué? De la necesidad de controlarlo y hacerlo encajar en mis esquemas. ¿Quién dijo que todo el universo exterior a mí, tenía que ser acorde a mi forma de ver las cosas y entenderlas? ¿Quién en su sano juicio cree que su minúsculo cerebro, condicionado además por su genética, su historia, su entorno, sus traumas, puede aspirar a captar la totalidad de la realidad, la universalidad de lo que nos rodea? Lo cierto es que percibo una parte muy pequeña y me creo que es el todo. La percibo absolutamente condicionada por la idea que ya tengo de ella. Como en el cuento de las cuatro personas ciegas a las que colocaron en contacto con un elefante para que entendiesen cómo era aquel animal: el que extendió su mano y tocó la trompa tuvo una experiencia distinta del que se agarró a la cola, y éste a su vez, no podía comparar su idea del elefante con la representación mental que estaba esbozando el que estaba situado en contacto con la panza o del que habían apostado junto a una de las patas. ¿Y qué habría pensado una persona sentada sobre su testuz que hubiese tenido la oportunidad de acariciar sus orejas? Tal vez habría imaginado que eran alas y se habría hecho una idea de ligereza, que al que estaba debajo del animal le habría parecido impensable.

Aceptar que lo que es, es. Aceptar que lo que para mí es de una manera puede ser percibido por otra persona de una forma completamente distinta es abrazar la vida en su totalidad y apostar de entrada por la complementariedad y no por la competitividad.

Aceptar que lo que no me gusta a primera vista, lo que no concuerda, lo que no encaja, puede aportar una mejora radical a mi vida significa prestarse al misterio de las dos caras de todo, arriesgarse a una segunda o tercera lectura de la realidad. Es entonces cuando mi mente se abre y me lanza a salir de mi cueva conocida en pos de un horizonte mucho más amplio, a la altura de la inmensidad de mi ser.

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