30.1.25

CON AMABILIDAD

 
Últimamente, en las sesiones de coaching, me llama mucho la atención la dureza con la que se tratan muchas personas. Reconozco en ellas la intransigencia de mi juventud y me sabe mal que tengan que pasar por ello, porque no sirve para nada.


Dicen que nacemos unificados. Pero aterrizamos en una sociedad, en una familia, en un entorno determinados, que juzgan y clasifican las cosas como buenas o malas, aceptables o inaceptables. Entonces, ese ser que somos oculta como puede las partes que no resultan aceptables y de esa manera se divide.

¿Por qué lo hacemos? Para no perder la conexión y el sentido de pertenencia al grupo de cuya protección depende nuestra supervivencia.

Pongamos por ejemplo un niño que nace en el seno de una familia muy formal, en la que su espontaneidad puede ser considerada mala educación, exceso de impulsividad o incluso agresividad. Es muy probable que esta criatura esconda su espontaneidad para no sentirse excluido del grupo; y eso que han etiquetado como impulsividad o mala educación pasará a formar parte de lo que llamamos nuestra sombra. A base de controlar sus emociones, es posible incluso que llegue a olvidarse de haber sido espontáneo alguna vez. 

Un niño muy sensible que nace en una familia cuyos miembros, por las circunstancias que sea, han tenido que hacer de tripas corazón, imitará esa forma de abordar la realidad ocultando lo que le afecta tras una máscara de seguridad o impasibilidad y acabará creyendo que no tiene sentimientos. “Yo es que soy muy frio, las cosas no me afectan como a mi mujer”, me decía un joven bordeando los cuarenta con una infancia tan baqueteada por las tensiones entre sus padres antes, durante y después del divorcio que se había blindado para poder sobrevivir. Una reacción parecida aunque con otro matiz aparece en una persona cuya una familia valora por encima de todo la armonía y el bienestar, hasta el punto de que si hay conflictos se ignoran o se tapan y si alguien está anímicamente mal tiene que disimularlo porque los demás “no tienen por qué aguantarlo”. “Que cada cual aguante su vela”, era el lema de su padre. Este niño se cerrará a sus emociones negativas (si es que eso existe), colocará una sonrisa en su cara que le garantice el visto bueno de su entorno y sus tristezas, conflictos y sus heridas quedarán dentro de él sin expresarse, pues se arriesgaría a ser rechazado si lo hiciese. Esto no ocurriría por el contrario, en una familia donde sí se permiten las malas caras o el mal genio porque se comprende que el ser humano puede pasar momentos mejores y peores y tiene derecho a expresarlos y no la obligación de disimularlos.
Así, depende del lugar que nos ha visto nacer y crecer, ocultaremos unas reacciones y expresaremos otras hasta el punto de que nos resulte difícil saber quiénes somos.

 Todos tenemos rasgos que pertenecen a nuestra esencia y otros que responden a estrategias de supervivencia en el entorno que nos ha tocado en suerte. Eso hace que el trabajo de conocerse no sea pan comido y requiera tiempo y paciencia. Por lo general, estamos tan ocupados haciendo cosas que no solemos tener o buscar tiempo para no hacer nada, es decir, para escucharnos.

Cuando nos escuchamos, descubrimos esa parte de nosotros que hemos ocultado y nos sorprendemos recuperando rasgos de nuestro ser que siempre estuvieron allí, en estado latente. Pero nosotros, identificados con nuestro personaje y nuestras estrategias, no los veíamos.

En el proceso de conocernos, es decir, de montar ese puzle a fin de poder ir por la vida cómodos con nosotros mismos, hay momentos difíciles, que llamamos crisis. Suelen aparecer cuando las cosas no suceden como habíamos pensado. Y justo entonces solemos ser muy críticos con nosotros mismos, debido a nuestra sensación de fracaso, decepción, insatisfacción o tristeza. Es precisamente en esos estados de mayor bajón cuando hay que suspender el autoanálisis. Todos caemos en eso:

Cuando peor estamos, más analizamos qué podemos haber hecho para estar así, en lugar de cuidarnos con más cariño y reponer fuerzas.

Es como si te rompes una pierna y antes de escayolarte o de operarte, te pones a analizar cómo te la has roto. No, primero atiéndete, y una vez atendida la fractura, ya analizarás qué ocurrió para que no vuelva a sucederte, si es que depende de ti evitarlo (en ocasiones, no tenemos control sobre lo sucedido).

Nuestra crisis personal se debe tal vez a una pérdida, o a haber experimentado una decepción, a haber cometido un error, o a haber perdido la confianza en que algo suceda. Cualquiera que sea el motivo,

nuestro estado de ánimo :

No necesita dureza sino amabilidad. 

No necesita juicio, sino comprensión.

No necesita condena, sino perdón.

¿Para qué? Para recuperar las fuerzas, volver a levantarse y ponerse en camino. Ya miraremos hacia atrás cuando estemos mínimamente recuperados, en caso de que lo necesitemos. Si estamos emocional (y a veces físicamente) afectados,  el análisis que hagamos será sesgado y las acciones que emprenderemos para subsanar la cuestión estarán lastradas por la negatividad del momento.

Un ser desanimado no necesita dureza para reaccionar. Necesita un respiro, necesita sentirse acompañado, comprendido y que vuelvan a confiar en él.

Tú necesitas confiar en ti mismo cuando te has fallado y eso no lo vas a conseguir castigándote o hablándote con desprecio.

Es más, no hace falta estar deprimido para que nos tratemos con amabilidad. También vale para el día a día. La vida ya nos sacude lo suficiente como para que encima nos tratemos con exigencia, en lugar de con consideración y afecto.

De la misma manera que ahora nos parecen inaceptables los castigos corporales que eran práctica común en las escuelas y familias de épocas anteriores y que se han demostrado contraproducentes y más generadoras de miedo y rencor que de aprendizajes, así también el maltrato psicológico que nos autoinfligimos no es lo más adecuado,  tanto si lo que queremos es conocernos como levantar el ánimo y  restaurar la confianza en nosotros mismos.

Repito la idea porque ignorarla tiene consecuencias:

Si estás en un momento crítico, no es tiempo de autoanalizarte, sino de cuidarte.

Y si no estás en una etapa especialmente difícil ¿por qué no empezar a hablarte con amabilidad para que cuando venga la adversidad, ya hayas incorporado una forma de tratarte que proteja tu seguridad, tu confianza, tu bienestar, y por lo tanto tu crecimiento?


Sería un bonito propósito para este 2025 que todavía se está estrenando: dejar de machacarme y empezar a atenderme teniendo en cuenta mis necesidades. Con cariño y dedicación. Porque saber quién soy es una tarea lo suficientemente ardua, como para lastrarla además de severidad  e intransigencia.

Marita Osés

Enero 2025



Sea cual sea el momento de tu vida en el que te encuentras, si necesitas un espejo en el que mirarte y mayor confianza para dar un paso más, cuenta conmigo.
 

📧mos@mentor.es 📲+34 661 631 972 🗺️ C/Provenza 214 8º 2ª Barcelona (Presenciales Martes, jueves y viernes)

Puedes seguirme y contactar conmigo en mis RRSS: InstagramFacebook o LinkedIn  🔗 y en mi canal de YouTube


No hay comentarios :

Publicar un comentario