Dice el Diccionario de la Real Academia que madre es la mujer que ha concebido o parido uno o más hijos. Basta el acto biológico de concebir o parir para convertirse en madre. En verdad tiene mérito el arte de gestar vida en nuestro interior durante 9 meses, con todas las transformaciones que experimentamos en nuestro cuerpo. Y luego dar a luz, separándonos con dolor del ser que hemos creado. Pero eso es lo más fácil. La tarea descomunal viene después. Por eso, añadiría a la definición:
madre es aquel ser capaz no solo de dar vida a otro ser sino de amarlo, es decir, cuidar de esa vida, nutriéndola, protegiéndola y enseñándole a valerse por sí mismo, potenciando todos sus recursos.
Si algo he constatado en todos los años que llevo ejerciendo de coach es el enorme impacto que tenemos las madres sobre nuestros hijos, tanto en positivo como en negativo. Lógicamente, la gente que acude a la consulta suele tener alguna herida derivada de esta relación forjada en su infancia que sólo descubren cuando se manifiesta en su edad adulta. La casuística es muy variada: está la madre hiperprotectora que inocula a sus hijos todos los miedos que no ha sabido superar, la que les escondió la identidad de su verdadero padre o que utilizó a sus hijos para ocultar una relación clandestina, la madre tan solícita que se adelantó a hacer todo lo que sus hijos ya eran capaces de hacer despojándolos de su confianza en si mismos, la que estaba tan preocupada por su apariencia personal que incubó hijas acomplejadas o anoréxicas, la madre tan exigente que aniquiló la autoestima de sus hijas, madres tan sumisas que no han sabido poner límites a sus parejas y han callado cuando los niños eran demasiado pequeños como para poder defenderse. También ha habido madres tan entregadas que no han tenido vida propia y cuando las hijas son adultas les han hecho pagar esa entrega, responsabilizándolas de su felicidad. En realidad, son mujeres tan lastimadas que han proyectado en sus hijos sus heridas. Todas tienen su propia historia, han sido, a su vez, hijas marcadas por sus progenitores. Y podríamos remontarnos aquí en el tiempo, viendo que se ha ido repitiendo un círculo vicioso de patrones poco o nada maternales.
El día de la madre es una ocasión para ver cómo lo convertimos en círculo virtuoso.
Por supuesto, han existido y existen madres amorosas y madres-coraje que se han dedicado a la crianza de sus hijos con amor, superando los más duros obstáculos, y madres que han logrado y logran amar sin juzgar, ni imponer, respetando la identidad de sus hijos permitiendo que crezcan sin interferir. Benditas sean todas ellas.
Pero para iniciar ese círculo virtuoso del que hablo, quisiera hacer hincapié en la importancia de sanar –o como mínimo de reconocer,- las heridas que arrastras como hija para ser una madre capaz de estar presente y amar a tus hijos sin que tu pasado los lastime.
Antes de embarcarnos en la maternidad, igual que nos preocupamos por tener un hogar acogedor y unos recursos materiales para poder ofrecer al bebé un entorno cálido y seguro para su crianza es imprescindible ocuparnos también de preparar nuestro hogar interno.
Ver cómo está nuestra capacidad de dar y recibir. ¿Estamos condicionadas todavía por lo que vivimos en nuestra infancia? ¿Qué relación tenemos con nuestros padres, estén o no vivos? Se trata de revisarnos sin juicio, con comprensión y sobre todo con ganas de transformar en aprendizajes lo que en su día tal vez fue doloroso. La intención es evitar infligir a nuestros hijos el mismo daño que sufrimos. Seguramente, los adultos no fueron conscientes de las consecuencias que su conducta podía tener en nuestra vidas. Por eso es importante revisar este aspecto de nuestra biografía. Porque si no lo elaboramos, lo repetimos o actuamos condicionadas por aquello que ignoramos. ¿Quién no se ha sorprendido diciendo o haciendo aquello que más le molestaba que su madre le dijera o hiciese durante su infancia? Nuestro cerebro tiende a repetir los patrones que han quedado grabados en él. Pero también es capaz de transformar esas conductas y crear nuevos circuitos neuronales que nos ayuden a actuar de forma diferente.
Para tratar con amor a nuestros hijos, necesitamos antes mirarnos con amor, sobre todo, si no lo recibimos en nuestra infancia.
Entrar dentro de una misma, ver qué necesitó la niña que fuiste y tratarte hoy como te hubiese gustado que tu madre hubiese hecho. Esa es la madurez para mí. Hacerte de madre como hubieses necesitado. Mirarte, hablarte, cuidarte, comprenderte de manera que puedas sentirte segura, valiosa, comprendida, suficiente, aceptada, amada. Entonces podrás hacerlo con tus hijos, sin cortapisas. No importa que sean ya mayores, lo que hagas ahora contigo cambiará tu relación con ellos para bien.
Así que en el día de la madre, mi deseo a las que ya lo son y a las que están pensando en serlo es el siguiente: prepárate interiormente, mira qué experiencias de hija te han marcado, porque marcarán a tu prole si no eres consciente y las proyectarás.
Y si no lo crees, ¿por qué no probarlo? ¿Qué habría podido pasar si tu madre lo hubiese hecho? ¿Cómo habría sido vuestra relación si ella hubiese comprendido la transcendencia que había tenido su relación con tu abuela?
Por eso, aunque oficialmente celebremos a las madres, deseo feliz día a las hijas que se atreven a revisar su relación con ella.
Marita Osés
5 de mayo 2024
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