Durante una sesión de coaching, nos detenemos a explorar la envidia que siente mi clienta a raíz de un comentario sobre el éxito profesional de una compañera de colegio. Es un mecanismo que se repite en su vida: cuando alguien brilla, su ego se revuelve, porque se centra tanto en la persona a la que envidia que se olvida de sí misma, deja de reconocer todo lo que está haciendo, incluso muy bien, y concluye: “Yo no valgo para nada”. Le pregunto que trate de explicar lo que experimenta, se queda pensativa y suelta de pronto: “¡Es rabia por no permitirme SER!”. Su espontánea definición me abre una ventana de luz. Toda la vida pensando que la envidia tiene que ver con la incapacidad de aceptar los éxitos de los demás (Tristeza o pesar del bien ajeno, dice el Diccionario de la Real Academia) y resulta que también puede tener que ver conmigo, con no permitirme mis propios éxitos. La rabia que siento tiene menos relación con lo que la otra persona hace o es, que con lo que YO no hago o no soy. Los logros ajenos en lugar de inspirarme me frustran, porque me cuestionan y hacen que me dé cuenta de lo que estoy abortando en mí. La persona que provoca en mí la envidia es solo una luz bajo cuyo foco me miro y a renglón seguido me niego el visto bueno.
Tal vez valdría la pena contestar a esta pregunta: ¿qué sentido tiene la presencia del otro en tu vida? ¿Quién es para ti? En otras palabras, ¿para qué está ahí? ¿Para hacerte sombra? ¿Para aplastarte? ¿O para inspirarte a ser mejor y elevarte por encima de tus limitaciones? “El otro” tendrá el sentido que yo le otorgue porque no es más que un espejo. Es decir, su presencia me está diciendo algo. Yo decido: 1) lo que quiero ver y lo que no, 2) lo que hago con lo que veo. No es siempre una decisión consciente, así que más me vale darme cuenta para que sea yo la que lleve las riendas, en lugar de reaccionar según mis condicionamientos.
“¡No quiero ver lo que hacen los demás! Ya estoy harta de personas inspiradoras que me paralizan en lugar de llevarme a la acción. ¡Quiero ver lo que sale de mí, lo que hay en mí!”, me dice finalmente mi clienta. ¡Perfecto! Ese es el punto de partida: centrar el foco en uno mismo. Y reconocer que nadie te paraliza, sino tú. Las más veces, la persona a la que envidias te hace caer en la cuenta de que estás estancado, de que no estás dando cauce a tus posibilidades porque no te las crees. Y prefieres pensar que no las tienes. Diriges hacia ella el sentimiento de envidia, en lugar de dirigir amablemente hacia ti la invitación que te haría salir de tu parálisis: Sé la persona que eres y punto, sin querer imitar a nadie. El otro a fin de cuentas, te está invitando a SER.
Para poder aceptar esta propuesta hay que desactivar la comparación en nuestro cerebro. La persona con la que mi mente me compara me revela algo que necesito para seguir mi camino, es decir, para ser quien soy. Asertiva es la persona que se permite ser quien es. Cuando no somos asertivos, acumulamos frustración. La mayoría de las adicciones (desde las galletas hasta las drogas más duras pasando por el sexo y las pantallas) llenan el vacío que produce este “no ser uno mismo” en un intento de compensar frustraciones acumuladas desde nuestros primeros años de vida.
Somos seres sociales, necesitamos relacionarnos con nuestros semejantes para desarrollarnos. Podríamos decir que gracias al otro llego a saber quién soy, a través de mis reacciones a su presencia o ausencia, a lo que hace o deja de hacer, dice o no dice, siente o deja de sentir. Pero hay una relación básica que no podemos olvidar: la que establece cada uno consigo mismo. ¿Qué te dices y cómo te lo dices? ¿Qué te permites y cómo te sientes después? Cuando actúas, ¿cómo te lo reconoces? Cuando no actúas, ¿cómo te comprendes?
Si no quiero caer en la comparación me vendrá muy bien hacer caso a un acrónimo a que alguien me envió hace poco: FLY. Aunque el verbo en inglés significa volar, si tomamos la palabra entera que sigue a cada letra, nos transmite otro mensaje: First Love Yourself (the others will come next). Es decir, primero quiérete a ti mismo(los demás vendrán después). Miramos a nuestro alrededor en lugar de mirar adentro. Y cualquiera se convierte en nuestro referente. Me mido con todo hijo de vecino, en lugar de conmigo misma.
¿Qué es lo que nos da tanta paz en la naturaleza? La ausencia de tensión entre los seres que la integran. Cada uno ocupa su lugar y encaja y a ninguno se le ocurre querer ser otra cosa diferente a lo que es ni compararse con el de al lado. El pino no quiere ser haya, la fresa no quiere ser arándano, el agua no quiere ser piedra, la violeta no quiere ser brezo, el tomillo no quiere ser romero. Cada uno está bien donde está, siendo lo que es y se dedica a serlo con todas sus fuerzas. Para querer ser quien soy, primero he de conocerme, descubrir aquello que me hace única, tomarme mi tiempo para averiguarlo, alimentarlo, exprimirlo. Y luego darme cuenta de que está ahí también para los que me rodean.
Marianne Williamson describió de manera hermosa el antídoto para esta dimensión de la envidia, y Nelson Mandela la citó en su primer discurso como Presidente de Sudáfrica:
“Nuestro miedo más profundo no es a no dar la talla. Lo que más miedo nos da es que somos inmensamente poderosos. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad lo que más nos asusta. Nos preguntamos ¿Quién soy yo para ser brillante, maravilloso, talentoso, estupendo? De hecho, ¿Quién eres tú para no serlo? (…).
Me encanta leer la reacción a mis reflexiones, y me ayuda un montón, por lo que os ruego que si queréis enviar algún comentario lo hagáis a mi correo mos@mentor.es, o los escribáis en la casilla de comentarios y si necesitas acompañamiento aquí me tienes.
Marita Osés
Abril 2018
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