28.5.15

¿Qué pasa cuando tú desvelas mi yo?




Una revista inglesa convocó un concurso para premiar la mejor definición de “esposa”. El texto del ganador era el siguiente:

“Esposa es aquella persona amiga y compañera que siempre está allí, a tu lado para ayudarte a resolver los grandes problemas que no tendrías si fueras soltero.”

Confieso que lo primero que se me ocurrió al acabar de leer el texto galardonado, fue una réplica en la misma línea, tipo “Esposo es aquella persona que no tiene el más mínimo interés en ser tu amigo ni tampoco se plantea ser un compañero que no sea sexual, y que raramente estará a tu lado para resolver los grandes problemas que no tendrías si fueras soltera”. Pero mientras mi cabeza cocinaba esta reacción, me di cuenta de que me sentía tan poco identificada con mi frase como con la que le había dado pie.

De hecho, ambas tienen una parte de verdad, y vale la pena aprovecharla para profundizar en lo que ocurre cuando dos seres deciden compartir sus vidas. Me refiero a lo que se sucede por debajo de la superficie. Lo evidente está ampliamente descrito en novelas, películas, relatos personales. Pero lo que se mueve por dentro, no está tan claro, porque nos cuesta mucho reconocerlo y tomar conciencia de ello.

¿Cuáles son los “problemas” que no tenías antes de vivir en pareja?

De repente alguien te ve desde una perspectiva distinta a la que tienes tú. Te hace de espejo. No un día, ni dos, ni tres. Todos los días y todas las noches. Y puede que no coincida con la idea que tenías de ti mismo. Te enfrentas, quizás por vez primera, a una imagen de ti que, como mínimo, te inquieta porque te obliga a admitir que podrías estar equivocado. Igual no te gusta.

Aunque no siempre la imagen que nos devuelve la pareja es peor que la que teníamos nosotros. A veces es incluso más positiva y aparece el pánico a defraudar. Por supuesto, la otra persona tiene la culpa de haberse hecho unas ideas sobre mí que no tienen nada que ver con la realidad. “Cuando se le caiga el velo, cuando me conozca de verdad, va a salir corriendo.” El miedo a decepcionar es un factor de estrés en la pareja que condiciona en gran medida la naturalidad de la relación. Ante alguien que nos admira profundamente también puede asaltarnos un sentimiento de menosprecio, si no nos sentimos dignos de tal admiración. Sea cual sea el caso, la pareja se convierte entonces en un cómodo chivo expiatorio en el que volcamos algunas cuestiones personales no resueltas, pero lo cierto es que cada una de estas reacciones que acabo de mencionar hablan más de la persona que la experimenta que de la relación en sí.

A grandes rasgos podríamos dividir a las personas en dos grupos en base a 2 actitudes vitales básicas:

1) Personas que viven más conscientes de los deseos, necesidades y objetivos de los demás que de los suyos propios, por lo general en detrimento de estos últimos. Llevada al extremo, esta actitud las conduce a identificarse tanto con la otra persona que, aparte de desfondarse, acaban desdibujándose hasta no saber quién son.

2) Personas que viven tan conscientes de sus deseos, necesidades y objetivos, que tienen dificultad para empatizar con las de los demás y, cuando lo logran, es a costa de sentirse invadidas, agredidas o asfixiadas, convencidas de haber perdido algo importante que deben recuperar para seguir siendo ellas.



(La primera descripción se ajusta más a las características femeninas y la segunda a las del género masculino, pero todos sabemos que la realidad no es así. En adelante, cuando escriba “mujeres” me refiero a aquellas personas  en las que la parte femenina está más desarrollada y cuando escriba “hombres”, me estaré refiriendo a aquellas personas en las que la parte masculina es más dominante.)

Después de un tiempo de convivir en pareja, y de experimentar los desencuentros que conlleva la convivencia las mujeres suelen buscar su identidad. Los hombres, su libertad.

¿Dónde está el punto de encuentro? Ellas tienen que entrar en sí mismas y descubrirse, y ellos tienen que salir de sí mismos y descubrir a los otros.*

La mujer, al entrar en contacto con sus necesidades y deseos, se topa con un ser –ella misma- que había ignorado durante mucho tiempo. Si aprende a amarlo, encuentra una compañera de camino que no la abandonará jamás, y a la cual puede dedicar su tiempo y energías sin peligro de desdibujarse. De hecho, cuanto más se entrega a ella, más se consolida como persona y más puede darse sin fisuras a los demás.

El hombre, al entrar en contacto con las necesidades y deseos de su pareja, descubre que satisfacerlas puede resultar muy gratificante, con lo que amplía el horizonte de su plenitud. Es decir, descubre la entrega como fuente de felicidad. Cuando más la experimenta más deja de estar sujeto a sus deseos y necesidades y conoce la verdadera libertad. La libertad interior.

La mujer aprende del hombre a cuidarse a sí misma. Y se encuentra.

El hombre aprende de la mujer a cuidar a los otros. Y se libera.

El punto de encuentro es el aprendizaje del amor. A uno mismo y a los otros. Estamos juntos porque yo tengo elementos que a ti te faltan y viceversa. Eso no me hace ni mejor ni peor. Simplemente nos hace distintos, motivo por el cual podemos enriquecernos.

No digo que sea fácil, pero sí que es lo único que sigue teniendo sentido a lo largo de tiempo. Mejor dicho, es lo que da sentido al hecho de estar juntos.



* Véase Teresa Forcades , “Valors femenins emergents”  (Ed. Claret ).



Marita Osés



Mayo 2015

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