20.5.15

Reconocer mi valía


Aprender a pensar bien de uno mismo es imprescindible para sentirse bien”, oí decir el mes pasado a un veterano psicólogo.
“¿Pensar bien de mí misma?”

No me han enseñado. Y, en cualquier caso, está mal visto. Cuando una persona se muestra satisfecha de ser quien es o contenta con su vida suele decirse con sorna que está encantada de conocerse, o que no hay quien la aguante. ¿Qué es lo que no aguantamos de esta persona? ¿Que nosotros no nos sentimos tan estupendos? ¿Acaso nos conecta con nuestra insatisfacción? Tenemos un grado de tolerancia a nuestra propia insatisfacción tan elevado que una persona contenta de ser como es puede parecernos un insulto. Aún hoy muchos padres se reprimen a la hora de reconocer una cualidad de sus hijos “no sea que se lo crea demasiado”. ¡Pero si lo que necesita es creer en sí mismo! Si no toma conciencia de sus cualidades ¿cómo va a desarrollarlas?

A mí lo que me enseñaron era que había que ser humilde. Lo que aprendí con el tiempo es que humildad no es ignorar mi valía, sino reconocer que mi esencia me ha sido dada y por lo tanto no tengo de qué vanagloriarme. La esencia está ahí para que la desarrolle, la disfrute, le saque partido. Si quiero, claro. Ya sea al servicio de los que me rodean o a mi exclusivo servicio. Esa es otra opción personal.

Cuando ignoro mi valía, me desdibujo hasta no saber quién soy, y acabo revistiéndome de una especie de insensibilidad hacia mí que compenso con una empatía exagerada hacia los otros. Lo que pienso de mí determina lo que hago. Y el caso es que los pensamientos negativos que me acosan no son verdaderamente míos, porque no he sido yo quien ha creado de primera mano ese retrato, sino que es una imagen aprendida: se ha construido a partir del reflejo que me han devuelto las personas que se han ido relacionando conmigo, en particular los padres y seres más cercanos que pretendieron modelarme –con mayor o menor fortuna- durante mi infancia. A lo largo de ella, fui almacenando creencias acerca de mi carácter, mis cualidades o defectos. Y estas creencias condicionan mi vida y mi conducta.

Si las miradas que recibí den la infancia me hicieron creer que soy capaz de cualquier cosa, lo intentaré y probablemente lo consiga. Y si fracaso a la primera volveré a intentarlo para confirmar mi creencia de que puedo. Por el contrario, si he llegado a la conclusión de que soy una inútil, el miedo a no conseguir lo que me proponga me hará todavía más insegura y confirmaré ese prejuicio acerca de mí cuando llegue el primer error.

¿Cómo desactivar el círculo vicioso basado en las creencias negativas sobre mi persona que van minando mi autoestima? ¿Cómo reconvertirlo en un círculo virtuoso?

El primer paso es tan sencillo como difícil por falta de costumbre: reconocer cada día algo que he hecho y de la que estoy contenta o satisfecha, sin hacer caso a aquella voz que me dice: “no tiene ningún mérito”, “has tenido suerte”, “menuda chorrada, ¿de esto te sientes orgullosa?”, “¿quién te has pensado que eres?”, “eres un desastre”, “no tienes remedio”. Si logro mantener la determinación suficiente para no escuchar más este tipo de comentarios y consigo ignorar a esta voz machacona que quiere imponerme sus ideas negativas, empiezo a ser la que soy sin dejar que ella interfiera en mi hacer. El punto de partida es aprender a valorarse, a apreciar lo que hacemos gracias a los que somos.

Cuando valoro lo que hago, me respeto.

Cuando me respeto, sé poner límites.

Cuando pongo límites, tengo espacio para ser yo misma.

Cuando me permito ser yo misma, me dibujo, me reconozco y me valoro.

Al valorarme por lo que soy, desaparece la tensión que provoca el querer ser distinta. Y encuentro la paz.



Marita Osés

Mayo 2015

No hay comentarios :

Publicar un comentario