12.5.22

La vergüenza por ser como eres



Uno de los temas más recurrentes en todos los procesos de coaching es la falta de autoestima. La persona no se valora tal como es y desearía ser de otra manera. Las razones para que esto suceda son muy variadas. 

Hoy quiero señalar un elemento tan incorporado a nuestra crianza que no somos conscientes de cuánto influye en nuestro autorechazo. Me refiero al hábito de avergonzar al niño cuando no se ha comportado como esperábamos.  Educar en la vergüenza, en lugar de ayudar a la criatura a entender por qué ha actuado de una manera determinada, siembra en ella un rechazo de sí misma que hará que de adulto siga despreciándose por ser como es. Las consecuencias son todavía peores cuando los avergonzamos no por su conducta sino por su forma de ser. Mujeres con cuerpos espléndidos que todavía se acomplejan de su físico porque su madre les hizo hacer dieta desde que eran niñas para evitar que engordasen. Hombres de gran sensibilidad frustrados porque a su padre interpretaba ese carácter sensible como falta de virilidad. Mentes brillantes empequeñeciéndose porque en su familia se valoraba más la actividad física que la intelectual (o viceversa).  Espíritus artísticos tachados de bohemios o irresponsables por el miedo de los progenitores a que su  hij@ no contara con un salario fijo en un futuro....

La vergüenza es un gran enemigo de la autoestima porque hace que te mires sin apreciar lo que tienes, nublada la vista por aquello que no tienes. Si alguien nos ha denigrado repetidamente de niños:” con este carácter nadie te va a querer”, “quién se va a fijar en ti con estas pintas””, “no vas a llegar a ningún lado con esta forma de pensar…”, esa voz que nos humilla se nos cuela y acaba siendo nuestra mente la que nos hace sentir que no merecemos nada. Hasta el punto de que cuando alguien nos reconoce una cualidad o nos alaba, llegamos a sentir una incomodidad parecida a la vergüenza. Nos atenaza el miedo a defraudar que tan bien conocemos desde pequeños.

Las personas que han sido avergonzadas repetidamente tienen muchas más probabilidades de auto rechazarse. 

Sienten vergüenza de ellos mismos, no solo por no ser suficientemente (estudios@,  ordenad@, simpátic@ o lo que sea) sino también por ser demasiado (aquí podríamos poner lo mismo). A los comentarios de los adultos de su infancia, se añaden los de las personas que las envidian, que las ridiculizaran para sentirse mejor.
“Si no me valoran, será que no valgo” concluye la mente torturada por esa falta de reconocimiento. Y a esa misma conclusión llegan muchas personas que han padecido castigos exagerados  por no satisfacer las expectativas de  padres o educadores muy rigurosos. En estos casos, explica muy bien Virginia Gawel en su libro El fin del autoodio, es mucho más difícil de detectar esa vergüenza que se experimenta cuando en nuestra infancia no obtuvimos aquello que necesitábamos y que otros niños a nuestro alrededor si obtenían. Esta carencia afectiva, produce un estado que esta autora denomina “desmerecimiento implícito” que vendría ser una conclusión similar a la que mencionaba más arriba: “Si no tengo eso que quisiera será porque no lo merezco.”

¿Qué hacer cuando creemos que tenemos que ser distintos a lo que somos para ganarnos el afecto de los demás? 

Darnos cuenta de que tenemos una percepción distorsionada de nuestra persona, porque seguimos viéndonos con la imagen que nos devolvieron nuestros adultos y reconectar con quienes somos verdaderamente. 
Evitar la trampa de repetir lo que hicieron con nosotros: rechazar nuestra verdadera identidad. Desechar la creencia de que tenemos que merecer el afecto y la aceptación, solo porque algunas personas no supieron dárnoslos. 
Tomar la firme decisión de aceptarnos  incondicionalmente, ya que otros no fueron capaces de hacerlo. 
Sentir agradecimiento por lo que ya somos, y motivación por lo que todavía podemos llegar a ser.

Marita Osés
11 mayo 2022



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