Uno de los temas más recurrentes en todos los procesos de coaching es la falta de autoestima. La persona no se valora tal como es y desearía ser de otra manera. Las razones para que esto suceda son muy variadas.
Hoy quiero señalar un elemento tan
incorporado a nuestra crianza que no somos conscientes de cuánto influye en
nuestro autorechazo. Me refiero al hábito de avergonzar al niño cuando no se ha
comportado como esperábamos. Educar en
la vergüenza, en lugar de ayudar a la criatura a entender por qué ha actuado de
una manera determinada, siembra en ella un rechazo de sí misma que hará que de
adulto siga despreciándose por ser como es. Las consecuencias son todavía
peores cuando los avergonzamos no por su conducta sino por su forma de ser.
Mujeres con cuerpos espléndidos que todavía se acomplejan de su físico porque
su madre les hizo hacer dieta desde que eran niñas para evitar que engordasen.
Hombres de gran sensibilidad frustrados porque a su padre interpretaba ese
carácter sensible como falta de virilidad. Mentes brillantes empequeñeciéndose porque
en su familia se valoraba más la actividad física que la intelectual (o
viceversa). Espíritus artísticos
tachados de bohemios o irresponsables por el miedo de los progenitores a que
su hij@ no contara con un salario fijo en
un futuro....
La vergüenza es un gran
enemigo de la autoestima porque hace que te mires sin apreciar lo que tienes,
nublada la vista por aquello que no tienes. Si alguien nos ha denigrado
repetidamente de niños:” con este carácter nadie te va a querer”, “quién se va
a fijar en ti con estas pintas””, “no vas a llegar a ningún lado con esta forma
de pensar…”, esa voz que nos humilla se nos cuela y acaba siendo nuestra mente
la que nos hace sentir que no merecemos nada. Hasta el punto de que cuando
alguien nos reconoce una cualidad o nos alaba, llegamos a sentir una
incomodidad parecida a la vergüenza. Nos atenaza el miedo a defraudar que tan
bien conocemos desde pequeños.
Las personas que han sido
avergonzadas repetidamente tienen muchas más probabilidades de auto rechazarse.
Sienten vergüenza de ellos mismos, no solo por no ser suficientemente (estudios@, ordenad@, simpátic@ o lo que sea) sino también
por ser demasiado (aquí podríamos poner lo mismo). A los comentarios de los
adultos de su infancia, se añaden los de las personas que las envidian, que las
ridiculizaran para sentirse mejor.
“Si no me valoran, será
que no valgo” concluye la mente torturada por esa falta de reconocimiento. Y a
esa misma conclusión llegan muchas personas que han padecido castigos
exagerados por no satisfacer las
expectativas de padres o educadores muy
rigurosos. En estos casos, explica muy bien Virginia Gawel en su libro El fin del autoodio, es mucho más
difícil de detectar esa vergüenza que se experimenta cuando en nuestra infancia
no obtuvimos aquello que necesitábamos y que otros niños a nuestro alrededor si
obtenían. Esta carencia afectiva, produce un estado que esta autora denomina
“desmerecimiento implícito” que vendría ser una conclusión similar a la que
mencionaba más arriba: “Si no tengo eso que quisiera será porque no lo merezco.”
¿Qué hacer cuando creemos que tenemos que ser distintos a lo que somos para ganarnos el afecto de los demás?
Darnos cuenta de que tenemos una percepción distorsionada de nuestra
persona, porque seguimos viéndonos con la imagen que nos devolvieron nuestros adultos y reconectar con quienes somos verdaderamente.
Evitar la trampa de
repetir lo que hicieron con nosotros: rechazar nuestra verdadera identidad. Desechar la creencia de que tenemos que merecer el afecto y la aceptación, solo porque
algunas personas no supieron dárnoslos. Tomar la firme decisión de aceptarnos incondicionalmente, ya que otros no fueron capaces de hacerlo.
Sentir agradecimiento por lo que ya somos, y motivación por lo que todavía podemos llegar a ser.
Marita Osés
11 mayo 2022
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