Una persona me comenta alarmada una reacción suya en la que reconoce una conducta autoagresiva. Sin haberlo buscado, presenció una escena que le causaba profundo dolor y, a pesar de ello, no solo no se marchó de aquel lugar, sino que permaneció más de una hora torturándose con lo que veía. “Me estaba destrozando y no podía irme de allí. Algo me retenía. Y no solo eso. Desde entonces, he vuelto a pasarme la película una y otra vez y a hundirme en el pozo de la desesperación.” Le pregunto por qué se trata con tanta crueldad y me mira con cara de estupor. Está tan habituado a tratarse con dureza que ni siquiera se da cuenta.
-Si un amigo tuyo estuviera en tu situación emocional ¿le recordarías continuamente esta imagen? –le pregunto.
- ¡No! -me responde sin titubear.
-¿Y por qué te la recuerdas tú?
- No lo sé.
- ¿Te hace daño?
-Mucho.
-¿Sueles querer hacer daño a las personas que aprecias?
-No.
-Entonces, ¿es que tú no te aprecias?¿Te maltratas porque no te aprecias?
-¿Estás insinuando que no me quiero ni me respeto?
- A ver si lo ves más claro en referencia a una persona que aprecias ¿Obligarías a tu mejor amigo a presenciar eso que sabes que le hace daño y no le aporta nada?
-No, intentaría alejarle de esa situación.
- ¿Por qué entonces no haces eso contigo mismo? ¿Por qué en lugar de alejarte de lo que te hace daño, te quedas ahí provocándote más dolor?
-¿?
A veces no nos damos cuenta del poco aprecio que nos tenemos hasta que nos sorprendemos haciendo algo que va claramente en contra de nosotros. Tenemos la sensación de que nuestra autoestima está en su sitio porque nos hemos obligado a ir sonrientes por la vida y a ser amables, llegando incluso a despertar admiración, pero en nuestro interior hay una voz machacona que nos desautoriza y que se empeña en invalidarnos. Estamos tan acostumbrados a escucharla, que llegamos a identificarnos con ella, quedando a su merced. Suele utilizar este estilo de comentarios: no tienes remedio, eres un desastre, qué estupidez acabas de hacer, no aprenderás nunca, no podrás, no tienes ningún derecho, eres insoportable, quién te has pensado que eres, a estas alturas de la película pretendes, cuando dejarás de hacer tonterías…. Su efecto sobre nuestra autoestima es nefasto. Por eso, vale la pena pararse y prestar atención al lenguaje que empleo cuando me hablo: ¿Qué tipo de cosas suelo decirme? Si me hablo en estos términos, voy perdiéndome el respeto, la confianza en mí, el aprecio… y acabo con un autoconcepto miserable que hace que me comporte conmigo como si fuera mi peor enemigo. Al repetirme siempre lo mismo me empequeñece y me devuelve una imagen distorsionada que omite lo mejor de mi ser. Lo más injusto de todo es que se trata de una idea muy lejana a lo que soy de verdad. Esa voz interna es como un resumen de todas las voces de las personas que, a lo largo de nuestra infancia, no nos han aceptado como éramos y nos han querido cambiar, algunas con la mejor de las intenciones, para que fuésemos “mujeres y hombres de provecho”. ¿De provecho para quién? Ciertamente no para nuestra plenitud. Porque al intentar ajustarnos a las exigencias de nuestros seres queridos, podemos perder lo más genuino. Al desconectarnos de la esencia, nos falla la energía y quedamos en manos de esta voz que juzga y controla y pretende que la realidad responda a lo que ella ha dictaminado que sea. Como tiene la autoridad de proceder originariamente de los seres cuyo amor necesitamos de pequeños es muy difícil deshacernos de ella, porque establecimos con ellos un pacto de lealtad inconsciente. Pero es del todo imprescindible dejar de hacerle caso si nos interesa conquistar nuestra libertad. No soy una persona libre hasta que decido quitarle el poder que tiene sobre mí, hasta que decido que no es ella la que manda en mi vida sino yo. Tomar conciencia del lenguaje que utilizo para hablarme es un primer paso. Y, acto seguido, adoptar el tono y las palabras que emplearía para dirigirme a un ser querido, basados en la aceptación y en la confianza, no en el juicio y la condena sistemáticos.
¿A qué esperamos para empezar a ser amables con nosotros mismos?
Marita Osés
Coach personal
mos@mentor.es
1 Junio 2016
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