¿Soy egoísta cuando me cuido?
Cuando en un proceso de coaching una persona descubre que no se quiere y que es eso lo que le impide funcionar como ella desearía, decide empezar a amarse.
¿Qué significa quererse? Respetar mis deseos, mis necesidades, reconocer mis dones, cuidar de mí, darme permiso para expresar lo que pienso, siento y soy sin juzgarme, brindarme la oportunidad de ser como yo quiero cada mañana y aceptarme, es decir, estar contenta de ser así. Significa también sentirme valiosa, pues nadie puede amar lo que no valora.
Para poder respetar mis anhelos y necesidades, antes tengo que tomar conciencia de ellos y formularlos. Puesto que somos limitados, la satisfacción de nuestros deseos conlleva a veces la imposibilidad de atender los ajenos y eso puede provocarnos un conflicto. De repente nos sentimos egoístas, sobre todo si hasta ese momento hemos estado siempre pendientes del otro, olvidándonos de nosotros, es decir hemos vivido nuestra vida en función de los demás. Compruebo que para poder decirme SI, tengo que decir NO a las demandas externas. Esa hora en la que yo me cuido, no estoy cuidando a fulanito. Ese rato en el que yo necesito estar sola, dejo de acompañar a menganita. Si me quedo descansando la tarde del domingo, no podrán contar conmigo para hacer la mudanza.
Desde niños nos han dicho que el egoísmo es el peor de los defectos y la fuente de todos los males del ser humano. Busco en el DRAE: “Egoísmo: inmoderado y excesivo amor que uno tiene a sí mismo y que le hace atender desmedidamente a su propio interés, sin cuidarse del de los demás.” Y la doctrina católica ha hecho más hincapié en el amor como renuncia de sí mismo y sacrificio que como alegre donación de lo que cada uno es en esencia. Por este y otros motivos, podemos haber llegado a la conclusión de que ocuparnos de nosotros mismos es un acto egoísta y ocuparnos de los demás, una buena obra. Esta visión dualista de cada persona como algo separado de los demás nos hace olvidar que todos somos uno y que lo que te haces a ti se lo haces al vecino y viceversa. Asimismo, nos aparta del planteamiento básico: no se trata de hacer buenas o malas obras, sino de ser lo que cada uno ha venido a ser. Y todos hemos venido a ser amor, puesto que amor es lo que todos necesitamos. Es eso lo que nos define, nos hermana y nos hace humanos. “Si no fuéramos plenitud, no nos dolería la carencia”, escribió Antonio Blay. Si nuestra esencia no fuera amor, no nos rompería el desamor.
Esta esencia amorosa es lo que hay que preservar, cuidar, regar, empezando por uno mismo. Cuando te llenas de amor, lo rebosas. El bienestar, la serenidad que te produce el quererte y aceptarte como eres, te permite vivirte y vivir a los otros sin egoísmo. Ni siquiera tienes que proponerte amar. No hay que olvidarse de sí para poder amar, sino todo lo contrario: hay que recordar que somos amor y buscar esa veta en nuestro interior. Lo que nos conviene dejar a un lado es el ego, una creación de nuestra mente que pretende tomar las riendas de nuestra vida desde el miedo. Miedo a no ser suficiente, a no poder, a no estar a la altura. Este miedo sólo se combate con amor a nosotros mismos, a lo que somos y a como somos porque así alimentamos la confianza. No podemos confiar en nosotros si no dedicamos tiempo a cuidarnos y hacernos crecer. No es egoísta el que cuida de su esencia, sino el que por no ocuparse de ella se priva a sí mismo y a los demás de gozar de sus frutos. Son los frutos del amor.
Marita Osés, coach personal
mos@mentor.es
Molt ben explicat, Marita! I molt bona la cita del mestre Blay!
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