En una sesión de coaching de pareja en la que están reconstruyendo la confianza después de que un incidente la dañase, me impactó que el hombre acabara llorando de impotencia al reconocer que no era capaz de satisfacer las expectativas de conexión y de profundidad que su mujer necesitaba. Es un hombre maduro, aparentemente seguro de sí mismo, de quien dirías que tiene una buena autoestima. Suele dominar más la escena, y habla con aplomo, convicción y honestidad. Se define como hombre de acción, “yo pienso poco y hago mucho; ella piensa dos veces antes de hacer, es mucho más reflexiva. Yo no necesito que las cosas tengan sentido, ella necesita armar más estructura para decidirse a actuar.”
Continua describiendo las diferencias entre ambos y concluye: “Veo su frustración cada vez que no llego. No tengo capacidad. No voy a ser suficiente.”
Había en su llanto frustración, pero también miedo. Frustración porque su mente le hace creer que él tiene que ser como ella para poder estar a su lado, para poder conectar. Craso error. Él podría abrirse a ella y a esa dimensión de profundidad con curiosidad de hasta dónde puede llegar y con confianza de que de la mano de su pareja puede descubrir en sí aspectos desconocidos. Sin compararse, sin sentirse inferior, solo distinto. En lugar de eso, experimenta miedo a no dar la talla. Y es ese mismo miedo lo que le bloquea para adentrarse en un área que no domina. Al mismo tiempo y paradójicamente, miedo también a su potencial. Miedo a entrar en una dinámica que por sí mismo jamás se habría planteado, miedo a hacer un esfuerzo que lo llevaría a un terreno desconocido. A través de su pareja, la vida le está invitando a hacer una inversión de la que está convencido que no va a sacar ningún beneficio. Él ya está cómodo con su etiqueta de ligero, lúdico, irreflexivo, trivial. Vi cómo le asustaba entrar en su propia profundidad. Su relación de pareja le está brindando algo que, si fuera por él, no habría tenido ningún interés en explorar, tan identificado está con su parte más superficial. No dudo de que si se atreve a dar ese paso y conecta más profundamente con su mujer, le enriquecerá enormemente. Pero se resiste por dos motivos:
➢Está convencido que él no tiene la profundidad que reconoce en su mujer.
➢Y tiene miedo a perder lo que él cree su esencia, esa ligereza con la que se identifica y con la que se siente a gusto.
Es su forma de ir por la vida y le llena. Su cabeza le lleva a pensar que en la profundidad, en la mayor conciencia, se sentirá incómodo. Es una jugarreta de la mente, que no quiere salir de su terreno conocido y que le presenta como pérdida lo que puede ser beneficio.
No perdemos nuestra esencia cuando nos abrimos a potenciar aspectos de nuestro ser que hasta ese momento habíamos considerado ajenos.
La parte más lúdica, irreflexiva o trivial de esta persona sigue siendo muy válida, seguirá aportando ligereza, dinamismo y vitalidad a su familia. No es incompatible con la mayor hondura de su pareja. Nuestra existencia tiene muchos aspectos. Es su mente la que en su estructura binaria los hace incompatibles entre sí.
En las relaciones bilaterales no es o “lo tuyo” o “lo mío”. Es “lo tuyo” y “lo mío” sumándose de la mejor manera posible.
Cuando me abro a “lo tuyo” descubro rincones que ignoraba y por eso no los había incorporado a la idea que tengo de mi persona. Nada más peligroso que la expresión “Yo soy así”, porque te petrifica en una foto fija que te devuelve una imagen obsoleta y por lo tanto falsa de ti mismo. ¿Por qué es obsoleta? Porque estamos en continua evolución. En el aspecto físico es tan evidente que no nos cabe la menor duda de que cambiamos, pero en lo interno, nos cuesta más reconocer que estamos en permanente evolución. Te sientes cómodo con esta foto porque no te exige nada: solo repetirte una y otra vez hasta la saciedad. Eso te da mucha seguridad: todo está en su sitio, casi nada cambia, controlas, pero no te dejas sorprender por tu propia naturaleza que tantas veces desconoces porque la has reducido a una autoimagen con la que te has identificado y a la que has sido fiel tanto tiempo que ya no eres capaz de ver nada más.
Sin ánimo generalizar, el hombre, mejor dicho, lo masculino es más rígido y se encasilla más en su concepto de sí mismo, porque su inconsciente interpreta como un signo de debilidad el abrirse a la influencia de lo externo. Si además lo externo es una mujer, las defensas se levantan todavía más altas, sobre todo si tuvieron una madre que los quiso moldear a su manera, sin respetar su esencia. Por el contrario, la mujer –lo femenino- es cíclica, pasa por diversas fases cada mes, lo que la hace más flexible por lo que tiende a adaptarse tanto a su pareja en aras a la armonía de la relación, que acaba perdiéndose a sí misma.
Muchas crisis matrimoniales se manifiestan así: la mujer se da cuenta de cuánto ha sacrificado, mientras el hombre ha mantenido intacta su individualidad. Y entonces ellas reclaman ese espacio y tiempo de libertad a los que ellas mismas, consciente o inconscientemente, habían renunciado. Suelen estar enfadadas con su pareja, pero también consigo mismas, pues han sido víctimas de creencias inoculadas sin que se dieran cuenta. Ambos tienen un trabajo personal que realizar si quieren que su pareja salga de la situación dolorosa en la que se encuentran.
Dice Joe Dispenza en su libro “Deja de ser tú”: “Está en la naturaleza humana evitar cambiar hasta que las cosas se ponen tan feas y nos sentimos tan mal que no podemos seguir como de costumbre. (…) A menudo tiene que darse la peor situación posible para que empecemos a hacer cambios positivos para nuestra salud, relaciones, profesión, familia, futuro. “ Y se pregunta: ¿Por qué esperar a que esto ocurra? Su mensaje es:
Podemos aprender y cambiar en un estado de dolor y sufrimiento o evolucionar en un estado de felicidad e inspiración.
La mayoría hacemos lo primero. Para elegir lo segundo debemos concienciarnos de que el cambio seguramente conllevará una cierta incomodidad, algunos inconvenientes, una alteración en nuestra rutina habitual y una etapa de desconocimiento. La mayoría de nosotros ya conoce la incómoda sensación de ser novatos en algo. De pequeños pasamos por varias etapas hasta aprender a leer con fluidez.” Y lo mismo si quisimos tocar un instrumento o cualquier otro aprendizaje. Hay que revestirse de humildad, curiosidad y mente de principiante, es decir, armarse alegremente de paciencia.
Las crisis de pareja pueden ser la sacudida que necesitamos para darnos cuenta de que estábamos estancados y que nos conviene resetear no solo nuestra relación, sino algún aspecto de nuestra personalidad que está interfiriendo en la buena marcha de la relación.
De hecho, la pareja es un espejo en el que nos miramos a diario y a menudo el problema es que no nos gusta la imagen que nos devuelve.
Estar dispuestos a cuestionarnos la idea que tenemos de nosotros mismos y del otro es imprescindible para reconocer qué puede estar afectando negativamente a la relación.
Con esto quiero transmitir dos ideas que me parecen importantes:
- -no asustarse cuando detectamos la crisis. Es imprescindible atreverse a ponerla sobre la mesa. Ignorarla confiando en que ya pasará solo generará resentimiento.
- -no tener el punto de mira en el otro sino en uno mismo. Es mucho más fácil ver el problema afuera, pero es imprescindible que cada uno mire hacia adentro : qué siento, qué pienso, cómo me afectan ciertas cosas, cómo actúo en determinadas situaciones. Que cada uno hable de sí mismo no de la otra persona.
Y si no os veis capaces de hacerlo solos, buscad ayuda. Un árbitro que ponga orden, que señale las faltas, que pare el juego cuando sea necesario, pero os permita seguir jugando conscientes de lo que os hace bien y lo que os lastima.
Las crisis hay que atravesarlas, no queda otra.
Buena travesía a los que estéis en ello.
Marita Osés
Octubre 2025