6.11.19

Un duelo nunca viene solo



La primera vez que escuché una historia personal llena de duelos, me impactó mucho. La segunda, pensé que era una coincidencia. La tercera empecé a darle vueltas. A partir de entonces, la repetición del mismo patrón me convenció de que un duelo de calado en la vida de una persona hace aflorar otras pérdidas que en su día no fueron atendidas y se fueron archivando el algún lugar que se satura cuando el dolor de la situación presente fuerza tanto las paredes del corazón que éste se rinde. La pérdida más reciente es la que da pie a que todas las anteriores sean procesadas por fin como merecen. No siempre son muertes. Pueden ser separaciones, deterioro de las relaciones, fracasos, pérdidas del puesto de trabajo, enfermedades…

La persona te habla de una muerte que le acaba de truncar la vida y empiezan a salir a borbotones otras pérdidas que ha vivido con anterioridad y de las que, con frecuencia, no pudo extraer ningún aprendizaje porque en aquel momento tuvo que poner toda su energía en sobrevivir. Es lo que le ocurre a Vito; está deshecha por la muerte de un hermano, pero llora más amargamente cuando habla del fallecimiento prematuro de sus padres –hace casi 50 años-que la obligó a hacerse cargo de sus hermanos más pequeños con el apoyo inestimable de éste que ahora también la ha dejado. El desconsuelo es grande cuando toma conciencia por primera vez de que se volcó tanto en sostener a la familia huérfana que no se dio la oportunidad de llorar a su padre y a su madre. Y ahora, casi 50 años después, los llora y los echa de menos como si acabaran de morir. Siente la orfandad de la joven de 17 años que tuvo que hacer de tripas corazón y convertirse en madre de tres hermanos de la noche a la mañana. O Susi, que acaba de perder a su madre, de la que prácticamente no se separó en sus cuarenta y tantos años de vida y que falleció en un momento en que ella se ausentó brevemente. Su sentimiento de culpa es indescriptible. Pero cuando intenta expresarlo, aparece también la muerte de su hermano mayor, la de su padre, la de su primer marido tras la separación, la de un sobrino, la de su bebé justo antes de nacer. Se siente arrastrada por una ola inmensa, hecha de todas las experiencias dolorosas, que la revuelca una y otra vez y la escupe, desconcertada y confusa, en la playa de su cotidianidad. Al sentirse escuchada, se da por fin permiso para expresar su rabia, su dolor, su pena por todos esos agujeros negros de su existencia, que la marcaron hasta hacerla como es hoy y que la invitan a reconocerse y a perdonarse por todos los sentimientos de culpa que la torturaron en cada uno de ellos.

Por increíble que parezca, el desamparo absoluto, el sentimiento de pérdida de sentido que conlleva un duelo, o la concatenación de varios, es un punto de partida poderoso para entrar en contacto con nuestra verdad y, con el tiempo – a menudo, mucho tiempo-, reconciliarnos de una vez por todas con nosotros mismos y con la vida.

Marita Osés

Noviembre 2019

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