10.11.15

Sintonizar conmigo antes de conectarme con el mundo


He decidido no dejar el teléfono móvil a la vista cuando me voy a acostar. No quiero que sea lo primero que me encuentro al salir de la cama, para no caer en la acción automática de comprobar si hay llamadas, correos o mensajes nada más levantarme.

Iniciar la jornada pendiente de lo exterior, antes de tomarme el pulso interiormente es empezar cada día la casa por el tejado. Sin darme cuenta -y al final por puro hábito-, doy prioridad a todo lo que ocurre afuera y desequilibro la balanza en mi contra ya de buena mañana.

Antes de mirar el móvil, me hago un par de preguntas:

¿Qué hay en mí que requiere atención hoy? ¿Qué me están diciendo mi cuerpo, mi estado de ánimo, mis sensaciones, recién despertada? Antes de conectar con responsabilidades, obligaciones y planes ¿qué tal si conecto con mi ser? ¿Qué whatsapps o mensajes me está mandando o están ya en las bandejas de entrada que son mi corazón y mi mente? ¿Sé descifrarlos?

Vale la pena escuchar lo profundo, no quedarse con el primer mensaje, que suele ser repetido y monótono, como un contestador automático: tengo sueño, ojala no tuviese esta reunión a primera hora, cené demasiado, no voy a tener tiempo de hacer todo esto, otra vez de lluvia, qué frío, qué calor. De acuerdo,

¿y qué más?

Si atravieso este bosque de primeras sensaciones, sobre todo si son negativas (es muy revelador averiguar de dónde salen, pero para eso necesitamos más tiempo), conecto con otro nivel, otra vibración más interna. Reconozco esa parte de mí, le doy los buenos días, y le pongo nombre a ese río que fluye por debajo de la superficie: alegría, expectación, desánimo, rabia, enfado, entusiasmo, decepción, hartura, gratitud, confusión…lo que sea. Se trata simplemente de constatarlo, y, a ser posible, aceptarlo, sin intención de cambiar nada. Una de las paradojas más sorprendentes de la vida es que cuando acepto algo tal como es, este algo se relaja y se transforma. Y el fruto de esa transformación suele ser precisamente aquello que nuestro ser profundo anhela. A continuación, reconocer que probablemente tengo razones para estar como estoy y tomar conciencia de que ese va ser el filtro a través del cual voy a percibir toda la jornada. Eso que hay en el fondo va a ser el sesgo o la perspectiva con la que viviré todo lo que me suceda hoy, aunque tal vez no vuelva a acordarme de este estado interno que lo provoca.

Basta prestarle atención unos segundos, para sentir que estamos al mando. Es decir, para no alimentar aquello que hemos visto y que no nos gusta o, por el contrario, para potenciar lo que sí nos interesa.

Este rato que me dedico antes de mirar el móvil es decisivo, porque determina qué parte de mi voy a potenciar. Si le doy suficiente espacio a mi verdadero ser, no dejo que el ego se apodere de mí. Es fácil saber cuándo estamos en manos del ego, porque aunque parezca muy audaz, incluso arrogante, el origen de su actuar está siempre en el miedo. Miedo a desaparecer, a perder, miedo a no saber, a equivocarse. El ego teme. Por eso siempre controla, protege, hace. Por el contrario, el ser auténtico confía, facilita y permite que las cosas sucedan, espera y, sobre todo, ama. Ama lo que es y lo que hace.

Una vez me he centrado, consulto mi móvil, y toda la información que entre en mi a partir de ese momento, estará filtrada por el estado de ánimo que he decidido favorecer. Seré mucho más proactiva que reactiva.

Esos minutos dedicados a sintonizar conmigo determinarán a lo largo del día la calidad de mis acciones y, sobre todo, de mis relaciones. Merece la pena.

Marita Osés
Noviembre 2015

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