26.9.24

Permiso para disfrutar


¿Qué es para ti la vida? ¿Un regalo que te han hecho o un premio que tienes que ganarte?
Podíamos decir lo mismo del amor. ¿Consideras que tienes derecho a ser amado por el mero hecho de haber nacido o, por el contrario crees que tienes que merecer ese amor comportándote de una determinada manera?



A estas preguntas existenciales llegamos de la mano de Gaspar Hernandez, en su  programa de Catalunya Ràdio , L’ofici de viure, que el domingo pasado llevaba por título “Darnos permiso para pasarlo bien”. Pasarlo bien tiene un significado distinto para cada persona. Una disfrutará cocinando, otra yéndose de fiesta, haciendo deporte o dedicándose a un hobby, o en contacto con sus seres queridos, o abandonando toda actividad.  Sea lo que sea lo que cada uno entienda por pasarlo bien, lo primero que sugería  el título del programa es que a veces nos cuesta darnos permiso para disfrutar.
¿Por qué?

Lo primero que nos condiciona es la cultura familiar. Si en casa no era aceptable verte tumbada o sentada en el sofá sin que te dijeran “Deja de hacer el vago”,  o “ ¿No tienes nada más que hacer?” significa que no veían con buenos ojos el no ser productivo o el hecho de estar disfrutando de una pausa. No hacer nada, no estar cumpliendo con alguna obligación se consideraba una falta de responsabilidad.  Percibo ahí tal vez una preocupación por preparar a los hijos para el futuro,  entrenarles a hacer cosas aunque no les apetezca, porque la vida no es algo que fluya siempre a pedir de boca y parece importante prepararlos para tolerar la frustración. Si voy más al fondo de la cuestión, me pregunto si detrás de esto no estará la mentalidad judeocristiana que siembra en nosotros el sentimiento de culpa por habernos “portado mal” y haber sido expulsados del paraíso, que conlleva la idea de que nuestro paso por la Tierra es una oportunidad de redimir ese pecado y de ganar el premio de regresar al paraíso. Por supuesto, no somos conscientes de esta idea, pero ha sido sembrada en nuestro subconsciente  desde hace más de 2000 años.
Para las personas convencidas de que ese mundo es un valle de lágrimas y que hemos venido a sufrir, una persona que disfruta es como mínimo una insolencia.
En este sentido, siempre me ha llamado la atención un comentario que me dirigen algunas personas cuando comento algún aspecto de mi vida o algún plan que disfruto especialmente. “Caramba, ¡qué bien te lo montas! eh?” y el tono no es de complicidad o de admiración, sino de reproche, como si “montárselo bien” fuese algo de lo que avergonzarme. ¿Por qué no voy a tener derecho a pasarlo bien? ¿Será que cuestiono a las personas cuya idea es que la vida es dura, injusta , un desierto árido que hay que atravesar padeciendo? Por un lado, si la vida es dura e injusta –todos lo hemos experimentado en algún momento- más vale que encontremos momentos para pasarlo bien y recarguemos la energía que necesitamos para enfrentarnos a los desafíos que nos plantea. Y en los momentos en que no es ni dura ni injusta ¿por qué no celebrarlo?
A veces son el perfeccionismo y la autoexigencia que rigen nuestras vidas los que hacen que nos castiguemos de manera permanente por los errores u omisiones que cometemos, como seres humanos imperfectos que somos. Y concentrados en hacerlo todo a la perfección, desconectamos de nuestras necesidades. Entre ellas, la necesidad de pasarlo bien para distenderse, relajarse,  encontrarse con uno mismo. Cuando no somos capaces de ver el disfrute como una necesidad, y por lo tanto como un derecho, lo consideramos como algo que hemos de ganarnos, y si cometemos algún error u omisión, llegamos a la conclusión de que no lo merecemos. Nos castigamos. Y es precisamente en esos momentos, cuando nos conviene ser más generosos con nosotros mismos, en línea con la frase
“Ámame cuando menos los merezco, porque es cuando más lo necesito.”
Todos necesitamos recordar o que nos recuerden que fallar no nos hace indeseables ni indignos de pasarlo bien.
Me gusta recordar que somos parte de la naturaleza y que en ella rige la gratuidad. Nadie tiene que ganarse la lluvia. Cuando llueve, llueve para todos. Es un regalo, no un premio para quien se porta bien.  Y también el sol sale para todos. Y los árboles dan sombra y cobijo a cualquier ser al que se le antoje acercarse. Nos hemos  alejado tanto de la naturaleza que hemos perdido este sentimiento de  gratuidad del hombre primitivo que iba descubriendo a su alrededor todo lo que necesitaba para mantenerse con vida. Ahora (como mínimo en este lugar del planeta desde el que escribo) ya hemos superado la fase de supervivencia y hemos aprendido que para ser felices, además de sobrevivir la clave es descubrir lo que nos DA VIDA. Pasarlo bien es eso, es llenarse de vida, de ilusión, de esperanza. No significa necesariamente irse de juerga, sino cultivar tu hobby, descansar, hacer actividades que te gustan, encontrarte con tus seres queridos que te llenan de amor. Todo lo que nos produce bienestar cubre una necesidad completamente lícita. Pasarlo bien, como decíamos, es una necesidad o un derecho, como lo queramos llamar, no un capricho. Los derechos humanos se enunciaron en base a necesidades básicas e irrenunciables de las personas. Y esta lo es. Pasarlo bien nos da un bien-estar que nos permite, en palabras del filósofo Emilio Lledó, bien-ser, ser personas plenas. 
Cuando has sido criado exclusivamente en el sentido de la responsabilidad, es decir en base a tus deberes (obedecer, portarte bien, cumplir) llegado a la edad adulta, puede que te cueste conectar con tus deseos, con lo que te genera ilusión y esperanza. Tu primer pensamiento al levantarte es “¿Qué tengo que hacer hoy?” y no se te ocurre preguntarte “¿Qué quiero hacer hoy?” Muchas veces ya ni sabes lo que quieres de tan poco que has practicado la capacidad de elegir. Una manera de superar esta dificultad de conectar con el deseo es averiguar  primero  tus necesidades. “¿Qué necesitaría  hoy para sentirme satisfecha al final del día?”. Para responderla, tendrás que recordar que dentro de ti  hay diferentes voces y no permitir que tome el mando esa voz que ha regido tu vida desde el cumplimiento y la responsabilidad frente a los demás. Porque en ese caso lo más probable es que te diga “necesites” hacer lo que toca. Pero no confundas la satisfacción del deber cumplido con el placer de actuar en plena coherencia con lo que sientes y piensas. Date espacio y tiempo para escuchar la voz de tu cuerpo que no engaña y discierne si te pide descanso, movimiento, contacto con otras personas o distracción, o lo que sea. La respuesta a esa pregunta tiene que darte vida, bienestar, paz, y no estar condicionada por expectativas ajenas.  Otra reflexión que puede ayudarnos a liberarnos del patrón del cumplimiento es plantearnos ¿A qué tengo derecho? Y escribirlo en un papel que releeremos de vez en cuando para recordarlo y encontrar maneras de materializarlo.
Podríamos alargarnos mucho sobre este tema, pero para cerrarlo y que cada uno llegue a sus propias conclusiones, creo que la pregunta clave para reconocer cuál es tu actitud frente al disfrute es la que abría esta reflexión:

La vida ¿es para ti un premio o un regalo? El premio te lo has de ganar. El regalo llega a tus manos y lo has de agradecer y disfrutar.
Puedes pasarte la vida haciendo cosas para ganarte el derecho a existir o para justificar tu existencia. O, por el contrario,  disfrutar de las posibilidades que te ofrece el hecho de estar viva y de la fuente de energía que es la gratitud por ti misma y por lo que te rodea. Cómo agradeces y cómo disfrutas reflejará cómo entiendes tú la felicidad y la vida.


Acaba de empezar el otoño, tiempo en el que los árboles con sus hojas nos recuerdan la importancia de soltar. Deseo  que antes de fin de año: 


🍂sueltes el exceso de responsabilidades que no te permiten disfrutar y te  responsabilices
  de tu bienestar.
🍂 descubras la importancia de pasarlo bien y tu modo concreto de hacerlo para ser mejor persona, más humana, más feliz, más tú.

Y como siempre: atrévete a soñar, camina hacia tus sueños, y sobre todo disfruta del camino.

Marita Osés ,
23 septiembre 2024

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