🔖Este verano he tenido el tiempo y el entorno adecuados para leer un libro de 500 páginas que me compré hace meses. Se titula “El mito de la normalidad”, y el autor es Gabor Maté, médico y psiquiatra húngaro afincado en Canadá después de huir de la persecución nazi.
Escribo este post la última semana de agosto rodeada de montañas, con mariposas revoloteando a mi alrededor y bandadas de golondrinas que se posan en el fresno cuya sobra me cobija y luego salen disparadas en todas direcciones como obedeciendo a una llamada misteriosa. A pesar de que el sol es intenso, sopla una brisa fresca que me hace cerrar los ojos agradecida de estar donde estoy, y de hacer lo que estoy haciendo.
Es el mismo sentimiento que me brotaba cada vez que reanudaba la lectura del libro: agradecimiento infinito porque nos ofrece una visión muy esperanzadora de lo que el autor entiende por enfermedad y, en consecuencia, de por dónde puede ir la curación. Y porque lo hace además desde una visión profundamente compasiva. Contempla al ser humano, no como un conjunto de órganos sino como una unidad esencial de mente y cuerpo y concluye que la salud y la enfermedad no son estados arbitrarios de un cuerpo o de una parte de él; son la expresión de cómo vivimos la vida, que , a su vez, no puede entenderse sin tener en cuenta la influencia que ejercen las circunstancias que nos rodean, las relaciones personales, los acontecimientos y las experiencias. Es decir, en nuestro estado físico y mental influye también lo social y lo político. Defiende que tu salud física y mental está íntimamente relacionada con cómo te sientes, con tu percepción de ti mismo y del mundo y con las maneras en las que tu vida satisface o no todas aquellas necesidades humanas que son innegociables. Cuando una de estas necesidades fundamentales no queda cubierta, se puede generar un trauma que él define como una herida interna, una ruptura o disociación del ser.
Me he tomado un momento para hacerme las preguntas que sugiere: ¿Cómo me siento yo conmigo misma? ¿Cómo me percibo? Y te invito a hacer lo mismo: ¿Qué sentimiento tienes cuando te miras, cuando te escuchas, cuando te percibes? Y tal vez la pregunta anterior sería: ¿Te percibes en algún momento? ¿O estás tan ocupad@ percibiendo, y calibrando a los demás que te olvidas de ti, a no ser para compararte? ¿Percibes de ti solo aquellos aspectos que quieres cambiar porque no estás content@ con ellos? Puede ser que estés confundiendo una parte con el todo. Que porque hay una parte de ti que te molesta o directamente no te gusta, te rechazas tod@ tú, te censuras y no acabas de darte el aprobado que siempre has necesitado. Eso también influye en tu salud.
Uno de los datos que aporta el libro son los rasgos que comparten ciertas personas que son más propensas a desarrollar enfermedades autoinmunes: Evitan expresar su enfado y frustración, lo que genera estrés interno y siempre están dispuestas a cuidar a los demás olvidando sus propias necesidades, lo cual constituye una nueva fuente de estrés.
Maté aporta muchos ejemplos de cómo abordar los factores emocionales y psicológicos puede ser decisivo para la recuperación. Casos de enfermos que mejoraron ostensiblemente cuando abordaron un aspecto psicológico, por lo general un trauma, que nadie había tenido en cuenta con anterioridad. ¿Qué ocurre entonces? El paciente tiene una participación activa en su sanación porque emprende un trabajo de introspección que le ayuda a
1) verse
2) mirarse con comprensión y
3) amarse incondicionalmente.
Esta fue mi experiencia con el cáncer. Cuando me repuse del susto del diagnóstico y dejé de verlo como un enemigo contra el que luchar o como un golpe inexplicable de mala suerte, me pregunté si podría estar trayéndome algún mensaje “amigo”. Identifiqué en mi los rasgos que acabo de mencionar: hasta aquel momento (y ya tenía 52 años) a la hora de tomar decisiones, cualquier cosa o cualquier persona era más importante que yo, y vivir de acuerdo con esa creencia me hacía feliz ( o eso creía).
El cáncer me ayudó a darme cuenta de que yo soy como mínimo tan importante como cualquier otra persona y que, en determinados momentos, necesito priorizarme.
Este giro cambió radicalmente mi relación conmigo misma. Empecé a tratarme con mucho más cariño y consideración. Tuve la suerte de curarme, pero estoy convencida de que aunque no hubiese superado la enfermedad, ésta me habría ayudado a sanarme. Al verme de otra manera, pude relacionarme conmigo, con los demás y con el mundo de manera distinta. Si me hubiese muerto me habría muerto más feliz por haber tenido la oportunidad de vivirme tal como soy y no condicionada por las creencias que fui elaborando en mi infancia.
Hay una manera de vivir que genera salud y otras maneras de vivir que generan enfermedad.
Por eso, os transmito la pregunta que Maté nos hace: ¿Vives una vida alineada con tu verdad más profunda –lo que yo llamaría tu esencia- o vives en función de las expectativas de otras personas? ¿Cuánto de lo que has creído y realizado es realmente tuyo y cuánto ha estado al servicio de la imagen de ti que creaste para complacer a los adultos de tu infancia?
No puedo concluir este post sin copiaros la dedicatoria del libro que me impactó muchísimo: “A mi queridísima Rae, mi compañera de vida, que me vió antes de que yo fuera capaz de verme a mí mismo, y amó la totalidad de mi ser antes de que yo pudiese siquiera empezar a amarme. Y a nuestros hijos: Daniel, Aaron y Hannah que iluminan nuestro mundo”.
Este es, precisamente, el sentido de estar juntos, ya sea un vínculo de pareja, de amistad o paternofilial : ayudar al otro a ver lo que no ve de sí mismo y aceptarlo en su totalidad y darnos luz los unos a los otros. Esa aceptación es la que permite la transformación que todos necesitamos para alcanzar la plenitud.
La luz del otro es solo un reflejo de la mía propia, que todavía no logro ver.
Feliz final de verano.
Marita Osés, Agosto 2025