21.10.24

Te escucho para que te veas

Este verano fui a Rocaviva, un “museo” al aire libre que ocupa la ladera de una montaña junto al pueblo de Mussa en el Pirineo leridano.

El autor de las más de 600 obras esculpidas en las rocas graníticas en plena naturaleza es una persona que vivió como ermitaño allí durante 30 años. Explica que se sentaba en silencio frente a una roca que le llamaba la atención y la contemplaba un buen rato. En realidad la escuchaba. Hasta que se iniciaba espontáneamente un diálogo entre ambos. El entendía que la roca tenía un mensaje que comunicar, lo captaba  y con un cincel y un martillo empezaba a eliminar todo aquello que obstaculizaba la transmisión de ese mensaje, y así aparecía la escultura. Me recordó aquello que decía el escultor renacentista Miguel Ángel:
“En cada bloque de mármol, veo una estatua tan clara como si se colocase delante de mí, perfectamente acabada en su forma y actitud. Solo tengo que arrancar las paredes rugosas que aprisionan esa preciosa aparición para revelar a los ojos de los demás lo que yo veo con los míos.”
Si es posible entrar en diálogo con un bloque de granito o de mármol, y desvelar la maravilla que contienen ¿qué no será posible con nuestros semejantes?  ¿Cómo tiene que ser un diálogo para que nos lleve a desvelar lo mejor del otro? ¿Cómo sería aspirar únicamente al descubrimiento de la esencia de quien tengo delante en cada relación? ¿Me planteo abrir mi corazón para recibir lo que sea que el otro quiera compartir o para dar lo que sea que yo pueda ofrecerle?
El ser humano  desarrolla su potencial en relación con otros seres. 
¿Qué  sentido tiene el acompañamiento de las personas en su recorrido vital? Ver en ellas aquello que no ven de sí mismas.
En diálogo con el otro, lo descubrimos y nos descubrimos.
Hacer de espejo, ayudar a desentrañar el misterio que cada uno lleva dentro. Contribuir a averiguar quién es. Conocer su ser verdadero. Ser cómplices de su yo más auténtico.

🧏Primer requisito para que el intercambio cumpla con esa misión: que mi espejo esté lo más limpio posible para reflejar de manera fidedigna la  realidad de la persona a la que escucho, no la mía. El ego del que escucha desaparece y se convierte en un espejo  en el que el interlocutor se ve.
Al aparcar mi ego, dejo de interpretar lo que escucho en base a mi historia personal, mis valores, mis expectativas.
No permito que mi mente emita juicios y me limito a observar/ escuchar, comprender y aceptar. La mente tiende a juzgar según sus categorías, condenar y castigar. De todo lo que interfiere en la escucha lo peor son los juicios, conclusiones sobre la otra persona o su situación que tienen que ver más conmigo y mi percepción que con ella. Le son útiles a mi mente para clasificar la realidad y entenderla, muchas veces haciendo que encaje a la fuerza en mis esquemas mentales. Y desechando todo lo que no encaja. Entonces mi interlocutor se siente excluido.

Cuando la mente asume el protagonismo, pasa por encima de lo que necesita aquel o aquella a la que pretendo acompañar. Si mi espejo no está limpio proyectaré mis sentimientos o pensamientos en lugar de acompañar a mi interlocutor a bucear por sus aguas. Por eso es importante repetir en voz alta lo que la persona ha dicho para confirmar que es eso lo que quería decir y no estoy interpretando o poniendo de mi cosecha. Aunque yo tenga más edad o más experiencia en un área determinada que la persona a la que escucho, 🧏el segundo requisito para que la escucha sea limpia y provechosa es mantener la actitud del aprendiz. Todo ser que se cruza en mi camino, aunque sea él o ella quien acuda a mí,  tiene algo que enseñarme siempre, incluso desde su inexperiencia o desde sus errores, si soy lo suficientemente humilde como para aceptarlo. La vida no lo ha puesto ahí por casualidad. Eso implica también estar convencida de que quien más información tiene sobre sí mismo es quien acude a mí, aunque no sepa que lo sabe. Ese conocimiento, o esa información puede estar enterrada bajo muchas capas de dolor que hacen que la persona se haya alejado de su esencia y se sienta perdida, pero la esencia está ahí, intacta, como un tesoro bien guardado en la tranquilidad del fondo marino, aunque las aguas de la superficie están muy revueltas por la tormenta. Si mi escucha le ayuda a confiar en que todo lo que necesita saber sobre sí está en su interior, mi acompañamiento habrá sido útil. Yo puedo ayudarle a desenredar la madeja si es que se ha liado, a reconocer los obstáculos que no le permiten acceder a su ser profundo, pero la sabiduría está en su corazón. Acogiendo todo lo que me comparte, sin juzgarlo  y comprendiendo que cada situación tiene su historia y su motivación le ayudamos a darse un espacio que se negaba. Es entonces cuando puede hacer las paces con aquella parte de su historia  que no podía integrar por haberla juzgado y condenado, a veces durante años. 
Gabor Maté, un psiquiatra especializado en sanar el trauma, defiende que la eficacia de una terapia no reside en la técnica empleada, ni en el nivel  académico del terapeuta sino en la calidad del vínculo entre éste y su paciente. Es ahí donde empieza la sanación. Un estudio realizado midiendo las ondas electromagnéticas que emitían los cerebros y corazones de ambos, ratificó que los momentos más efectivos se producían cuando las radiaciones de ambos estaban sincronizadas y eso ocurría cuando el terapeuta simplemente escuchaba y estaba presente. No eran sus comentarios, basados en su experiencia, sino su capacidad de escucha empática y profunda lo que creaba un espacio único que desvelaba el potencial de cambio y de crecimiento del cliente y le permitía sanar.
🧏Este sería el tercer gran elemento de la escucha: la presencia ¿Qué significa estar presente? Entregarte por completo a acoger, sostener lo que tu interlocutor comunica sin perderte en sus sentimientos ni en sus pensamientos, pero haciéndote permeable a ellos. Se trata de decirle con tu actitud, con tu postura, con tu forma de mirarle: TE VEO Y TE RECONOZCO y devolverle generosamente la imagen que tienes de esta persona. Escuchar así  a alguien es una forma de ayudarle a conocerse a través de sus propias palabras escuchadas sin los filtros que a ella le impiden reconocer su grandeza. No hace falta ser terapeuta para eso.
Cada vez que no sepas como ayudar a alguien que se siente pequeño, perdido o solo, simplemente ESCÚCHALE para que pueda VERSE.


Marita Osés

Octubre 2024


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26.9.24

Permiso para disfrutar


¿Qué es para ti la vida? ¿Un regalo que te han hecho o un premio que tienes que ganarte?
Podíamos decir lo mismo del amor. ¿Consideras que tienes derecho a ser amado por el mero hecho de haber nacido o, por el contrario crees que tienes que merecer ese amor comportándote de una determinada manera?



A estas preguntas existenciales llegamos de la mano de Gaspar Hernandez, en su  programa de Catalunya Ràdio , L’ofici de viure, que el domingo pasado llevaba por título “Darnos permiso para pasarlo bien”. Pasarlo bien tiene un significado distinto para cada persona. Una disfrutará cocinando, otra yéndose de fiesta, haciendo deporte o dedicándose a un hobby, o en contacto con sus seres queridos, o abandonando toda actividad.  Sea lo que sea lo que cada uno entienda por pasarlo bien, lo primero que sugería  el título del programa es que a veces nos cuesta darnos permiso para disfrutar.
¿Por qué?

Lo primero que nos condiciona es la cultura familiar. Si en casa no era aceptable verte tumbada o sentada en el sofá sin que te dijeran “Deja de hacer el vago”,  o “ ¿No tienes nada más que hacer?” significa que no veían con buenos ojos el no ser productivo o el hecho de estar disfrutando de una pausa. No hacer nada, no estar cumpliendo con alguna obligación se consideraba una falta de responsabilidad.  Percibo ahí tal vez una preocupación por preparar a los hijos para el futuro,  entrenarles a hacer cosas aunque no les apetezca, porque la vida no es algo que fluya siempre a pedir de boca y parece importante prepararlos para tolerar la frustración. Si voy más al fondo de la cuestión, me pregunto si detrás de esto no estará la mentalidad judeocristiana que siembra en nosotros el sentimiento de culpa por habernos “portado mal” y haber sido expulsados del paraíso, que conlleva la idea de que nuestro paso por la Tierra es una oportunidad de redimir ese pecado y de ganar el premio de regresar al paraíso. Por supuesto, no somos conscientes de esta idea, pero ha sido sembrada en nuestro subconsciente  desde hace más de 2000 años.
Para las personas convencidas de que ese mundo es un valle de lágrimas y que hemos venido a sufrir, una persona que disfruta es como mínimo una insolencia.
En este sentido, siempre me ha llamado la atención un comentario que me dirigen algunas personas cuando comento algún aspecto de mi vida o algún plan que disfruto especialmente. “Caramba, ¡qué bien te lo montas! eh?” y el tono no es de complicidad o de admiración, sino de reproche, como si “montárselo bien” fuese algo de lo que avergonzarme. ¿Por qué no voy a tener derecho a pasarlo bien? ¿Será que cuestiono a las personas cuya idea es que la vida es dura, injusta , un desierto árido que hay que atravesar padeciendo? Por un lado, si la vida es dura e injusta –todos lo hemos experimentado en algún momento- más vale que encontremos momentos para pasarlo bien y recarguemos la energía que necesitamos para enfrentarnos a los desafíos que nos plantea. Y en los momentos en que no es ni dura ni injusta ¿por qué no celebrarlo?
A veces son el perfeccionismo y la autoexigencia que rigen nuestras vidas los que hacen que nos castiguemos de manera permanente por los errores u omisiones que cometemos, como seres humanos imperfectos que somos. Y concentrados en hacerlo todo a la perfección, desconectamos de nuestras necesidades. Entre ellas, la necesidad de pasarlo bien para distenderse, relajarse,  encontrarse con uno mismo. Cuando no somos capaces de ver el disfrute como una necesidad, y por lo tanto como un derecho, lo consideramos como algo que hemos de ganarnos, y si cometemos algún error u omisión, llegamos a la conclusión de que no lo merecemos. Nos castigamos. Y es precisamente en esos momentos, cuando nos conviene ser más generosos con nosotros mismos, en línea con la frase
“Ámame cuando menos los merezco, porque es cuando más lo necesito.”
Todos necesitamos recordar o que nos recuerden que fallar no nos hace indeseables ni indignos de pasarlo bien.
Me gusta recordar que somos parte de la naturaleza y que en ella rige la gratuidad. Nadie tiene que ganarse la lluvia. Cuando llueve, llueve para todos. Es un regalo, no un premio para quien se porta bien.  Y también el sol sale para todos. Y los árboles dan sombra y cobijo a cualquier ser al que se le antoje acercarse. Nos hemos  alejado tanto de la naturaleza que hemos perdido este sentimiento de  gratuidad del hombre primitivo que iba descubriendo a su alrededor todo lo que necesitaba para mantenerse con vida. Ahora (como mínimo en este lugar del planeta desde el que escribo) ya hemos superado la fase de supervivencia y hemos aprendido que para ser felices, además de sobrevivir la clave es descubrir lo que nos DA VIDA. Pasarlo bien es eso, es llenarse de vida, de ilusión, de esperanza. No significa necesariamente irse de juerga, sino cultivar tu hobby, descansar, hacer actividades que te gustan, encontrarte con tus seres queridos que te llenan de amor. Todo lo que nos produce bienestar cubre una necesidad completamente lícita. Pasarlo bien, como decíamos, es una necesidad o un derecho, como lo queramos llamar, no un capricho. Los derechos humanos se enunciaron en base a necesidades básicas e irrenunciables de las personas. Y esta lo es. Pasarlo bien nos da un bien-estar que nos permite, en palabras del filósofo Emilio Lledó, bien-ser, ser personas plenas. 
Cuando has sido criado exclusivamente en el sentido de la responsabilidad, es decir en base a tus deberes (obedecer, portarte bien, cumplir) llegado a la edad adulta, puede que te cueste conectar con tus deseos, con lo que te genera ilusión y esperanza. Tu primer pensamiento al levantarte es “¿Qué tengo que hacer hoy?” y no se te ocurre preguntarte “¿Qué quiero hacer hoy?” Muchas veces ya ni sabes lo que quieres de tan poco que has practicado la capacidad de elegir. Una manera de superar esta dificultad de conectar con el deseo es averiguar  primero  tus necesidades. “¿Qué necesitaría  hoy para sentirme satisfecha al final del día?”. Para responderla, tendrás que recordar que dentro de ti  hay diferentes voces y no permitir que tome el mando esa voz que ha regido tu vida desde el cumplimiento y la responsabilidad frente a los demás. Porque en ese caso lo más probable es que te diga “necesites” hacer lo que toca. Pero no confundas la satisfacción del deber cumplido con el placer de actuar en plena coherencia con lo que sientes y piensas. Date espacio y tiempo para escuchar la voz de tu cuerpo que no engaña y discierne si te pide descanso, movimiento, contacto con otras personas o distracción, o lo que sea. La respuesta a esa pregunta tiene que darte vida, bienestar, paz, y no estar condicionada por expectativas ajenas.  Otra reflexión que puede ayudarnos a liberarnos del patrón del cumplimiento es plantearnos ¿A qué tengo derecho? Y escribirlo en un papel que releeremos de vez en cuando para recordarlo y encontrar maneras de materializarlo.
Podríamos alargarnos mucho sobre este tema, pero para cerrarlo y que cada uno llegue a sus propias conclusiones, creo que la pregunta clave para reconocer cuál es tu actitud frente al disfrute es la que abría esta reflexión:

La vida ¿es para ti un premio o un regalo? El premio te lo has de ganar. El regalo llega a tus manos y lo has de agradecer y disfrutar.
Puedes pasarte la vida haciendo cosas para ganarte el derecho a existir o para justificar tu existencia. O, por el contrario,  disfrutar de las posibilidades que te ofrece el hecho de estar viva y de la fuente de energía que es la gratitud por ti misma y por lo que te rodea. Cómo agradeces y cómo disfrutas reflejará cómo entiendes tú la felicidad y la vida.


Acaba de empezar el otoño, tiempo en el que los árboles con sus hojas nos recuerdan la importancia de soltar. Deseo  que antes de fin de año: 


🍂sueltes el exceso de responsabilidades que no te permiten disfrutar y te  responsabilices
  de tu bienestar.
🍂 descubras la importancia de pasarlo bien y tu modo concreto de hacerlo para ser mejor persona, más humana, más feliz, más tú.

Y como siempre: atrévete a soñar, camina hacia tus sueños, y sobre todo disfruta del camino.

Marita Osés ,
23 septiembre 2024

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